Xinjiang-China: síntesis de una crisis

In Análisis, Autonomías by PSTBS12378sxedeOPCH

La apertura de las mezquitas el pasado viernes 17 de julio parece haber puesto fin a la fase más aguda que ha seguido a los graves disturbios ocurridos el día 5 en la capital de Xinjiang, Urumqi. La normalidad aún no es plena (de hecho, los fieles han tenido que acceder a los recintos a través de un cordón policial), pero el fuerte dispositivo de seguridad presente en la zona y la reanudación de las actividades habituales aventuran una pronta normalización, aunque las secuelas de lo sucedido probablemente durarán mucho tiempo.

 

El último balance disponible eleva a 197 las personas muertas, de las cuales, las tres cuartas partes, según fuentes oficiales, pertenecen a los han. Hay casi dos mil heridos, algunos graves, por lo que la cifra final de fallecidos puede superar las dos centenas. Los daños materiales han sido cuantiosos. Fuentes del exilio cifran los muertos entre 600 y 800 personas, incluso se habló de millares en las primeras horas, cifras que no han podido confirmarse. Esta vez, los datos oficiales parecen haber obtenido más crédito internacional.

 

Es poderosamente llamativa la ausencia de incidentes en Kashgar o Hotan donde no se han seguido los llamamientos a la movilización del Congreso Mundial Uigur (CMU). En Kashgar, en 1990, se registraron 22 muertos, oficiales, y el triple según fuentes occidentales.

La secuencia de la revuelta recuerda a lo acontecido en marzo de 2008 en Lhasa, aunque aquí la violencia ha sido mucho mayor y más concentrada. Las autoridades chinas la atribuyen a la presencia de pandilleros perfectamente organizados y procedentes de otros lugares de la zona con el único propósito de provocar un gran disturbio que atrajera la atención de la comunidad internacional, poniendo en entredicho su política con las minorías nacionales.  

 

China ha insistido en separar el episodio de violencia del problema nacional. Se trata de una acción premeditada y planificada desde el exterior, por el CMU y Rebiya Kadeer, pero que no responde, se dice, a motivaciones reales de desacuerdo con la política aplicada por el gobierno central en materia de nacionalidades minoritarias. Al mismo tiempo, se reconoce cierta improvisación en la conducción del incidente ya que las autoridades nunca imaginaron que una simple manifestación de varios cientos de personas pudiera derivar en un incidente tan violento.

Pero es evidente que no se trata solo de un problema de orden público, o de terrorismo. El hecho de que un “rumor infundado” (el conflicto entre comunidades han y uigur en una fábrica de juguetes de Guangdong) pudiera provocar tal catástrofe evidencia que existen tensiones ocultas y fácilmente manipulables para canalizar un descontento, interesado o no, aprovechando el foso que separa las diferentes comunidades. La falta de claridad sobre el incidente (difícil saber a estas alturas si es cierto o no que ha habido muertos en Guangdong: China lo niega, otros hablan de muertos en los dos bandos), y la expansión de los rumores a través del móvil e Internet ponen de nuevo en cuestión la política de transparencia del régimen.

 

La reacción del liderazgo chino ha sido desconcertante: Hu Jintao regresó apresuradamente de Italia y reunió el Comité Permanente del Buró Político, quien se preocupó de emitir circulares exigiendo mayores responsabilidades a quienes manejen incorrectamente las protestas de masas. En paralelo, el anuncio de que no habrá cambios en la política de nacionalidades  parece dejarlo todo igual, aunque las discusiones internas prosiguen.

 

China ha mejorado la gestión de la comunicación con el exterior, al facilitar la presencia de periodistas extranjeros en la zona desde el primer momento. Ha habido algunas restricciones, justificadas por razones de seguridad, pero su actitud ha sido diferente a la registrada en Tibet en 2008, asegurando la presencia de los medios internacionales y tratando de canalizar su mensaje a través de ellos, justamente para vencer el escepticismo y la incredulidad que generan las informaciones procedentes de fuentes oficiales.  

 

La respuesta de los países occidentales ha sido comedida: condena de los hechos, preocupación por lo sucedido, pero guardando las distancias con los “revoltosos”. No obstante, pudiera haber quedado de manifiesto cual es el talón de Aquiles que puede hacer peligrar la estabilidad del proceso de emergencia de China, revelando a todas luces que el de las nacionalidades minoritarias debe ser un asunto central de la agenda política, especialmente una vez que Beijing ha logrado encauzar las relaciones con Taipei. Sin duda, es uno de sus mayores desafíos a futuro.

 

Las movilizaciones ante las representaciones diplomáticas, especialmente en Alemania, que cuenta con la comunidad uigur más importante de Europa, han tenido eco en EEUU, Turquía, Australia, Japón, Suecia y Holanda. El Parlamento europeo desoyó la petición de condena del uso de la fuerza por parte de China para restaurar el orden. Por su parte, la comisión de libertad religiosa del Congreso de EEUU ha pedido a Obama la imposición de sanciones contra Beijing por este suceso.  

 

Incógnitas

 

¿Que modificaciones va a experimentar la política de nacionalidades? Acentuar la represión y negarse a admitir que la política respecto a las nacionalidades minoritarias es manifiestamente mejorable constituye la mejor forma de garantizar nuevas convulsiones en el futuro inmediato.  

 

¿Conseguirán las autoridades evitar que se produzcan reacciones de venganza por parte de los han? La tensión está a flor de piel entre las comunidades han y uigures que conviven en los recintos laborales del sur de China, a donde acuden miles de musulmanes con el propósito de  mejorar sus ingresos.

 

¿Logrará China evitar que cuaje el malestar entre los países musulmanes, empezando por arreglar la cuestión con Turquía? Erdogan calificó lo sucedido de “un tipo de genocidio” (los uigures son musulmanes turcófonos). Yang Jiechi, el ministro de asuntos exteriores, contemporizó con su colega de exteriores de Ankara y ha recibido el apoyo de numerosos gobiernos árabes, pero otra cosa son las opiniones públicas y los movimientos políticos de corte radical. Evitar que se produzcan nuevos incidentes de esta naturaleza constituye el mejor antídoto para impedir la formación de cualquier hipotético frente de rechazo.

 

¿Habrá que tomar en serio las amenazas terroristas proferidas contra China en Internet? Beijing no las puede despreciar a la ligera y tendrá que analizar el origen de dichas amenazas para discernir su autenticidad. No obstante, ha quedado en evidencia una vez más el hilo de continuidad existente entre la política interior y exterior, así como la vulnerabilidad de sus intereses en todo el mundo.

 

¿Que coste tendrá la crisis para el PCCh y para Hu Jintao? Al PCCh se le ha abierto un nuevo frente de preocupaciones y debiera encararlo con la misma generosidad conceptual que ha mostrado en otras materias relacionadas con la arquitectura político-institucional del país. No obstante, la mayor parte de los ciudadanos chinos tienen otras prioridades entre sus preocupaciones y, en lo inmediato, exigirán cuentas al PCCh en función de ellas (corrupción, especialmente, dificultades económicas, etc.). Por otra parte, ha sorprendido la “ausencia” de Hu Jintao en la crisis. Ni una sola vez ha comparecido ante la ciudadanía para dar explicaciones de lo sucedido, un gesto inédito y desconcertante. Premeditada o no, es inaudita su incomparecencia durante la mayor crisis política de todo su mandato.

 

Si China quiere, como ansía, ser un país soberano y unido, evitando que terceros países puedan interferir en su proceso de emergencia (como se sugiere en ciertas interpretaciones de lo sucedido) utilizando sus problemas en materia de nacionalidades como fuente de desestabilización, haría bien en repensar y reformular esta política, en la que sería aconsejable introducir buenas dosis, a partes iguales, de autogobierno y de lealtad mutua. De lo contrario, habrá conflicto por muchos años.