Asia no esperará por Obama

In Análisis, Política exterior by PSTBS12378sxedeOPCH

¿Cuáles son las implicaciones de la victoria de Barack Obama en Asia? En todo el mundo se sigue con expectación el cambio en Estados Unidos, pero en Asia de una forma particular.

  

El entusiasmo político vivido en Washington puede tener un efecto directo, en primer lugar, en Japón, donde la interminable inestabilidad política puede abocar, en pocos meses, a unas elecciones anticipadas en las que el Partido Liberal Democrático (PLD), en el gobierno desde la II Guerra Mundial, puede verse superado por el cambio que promete el Partido Democrático de Japón (PDJ), hoy con mayoría en la Cámara Alta. De producirse, esa alternancia restaría trascendencia a la alianza con EEUU, ya que el PDJ, sin ser anti-estadounidense, apuesta por una mayor autonomía en relación a Washington y por la normalización de relaciones con China y Corea del Sur. En suma, más Asia y menos Occidente. Por otra parte, en India, recién llegada, con problemas, al club de aliados estratégicos de EEUU, se observará con atención doblada la actitud del gabinete de Obama a fin de calibrar la transformación de una opción que algunos califican aún de cautelar y preventiva en una política de orden estratégico con la mirada puesta en la emergencia de China y sus consecuencias.

   

Corea, al igual que Australia, ha revalidado su confianza en Obama y ofrecido su colaboración al nuevo presidente. En la península coreana, a Washington, como a Beijing, le interesa consolidar los avances logrados, aunque la incertidumbre es cada día mayor en relación a cuanto acontece en Pyongyang. Por otra parte, Taro Aso, al frente del gobierno en Tokio, puede encontrar aquí una razón de ser para fortalecer su liderazgo en el seno del PLD, y resistir y remontar el declive de dicha formación tras la nefasta gestión de Shinzo Abe, primero, y de Tasuo Fukuda, después. El PDJ le pisa los talones. Aso habló con Obama para confirmar la importancia de una alianza bilateral que no desearía ver enfriarse.

   

Pero la clave sigue centrada en China. Pese al lenguaje democratizador desarrollado con posterioridad al XVII Congreso del Partido Comunista (PCCh), celebrado en octubre del año pasado, una gran muralla impide que los chinos puedan soñar con sentirse partícipes de una campaña política como la vivida en EEUU. No se atisba a corto plazo que un cambio de dichas características pueda sustituir el marasmo formal actual e incluirse en la agenda política del PCCh. Otra cosa es que sus dirigentes apuesten por la continuidad y el progreso de las relaciones bilaterales, reforzando incluso su voluntad de colaboración con Washington a través de los diálogos estratégicos sectoriales, a sabiendas de su mutua interdependencia en lo económico.

   

La conjunción de la victoria de Obama, la crisis global y los procesos que vive Asia deja abierta una posibilidad de aceleración de la transformación interna de la región. De una parte, la magnitud de la crisis económica y financiera obligará a Obama a prestar una gran atención a los asuntos internos y a posibilitar el entendimiento con otros actores, tanto aliados como rivales, que buscarán ganar influencia en los asuntos internacionales. Por otra parte, a modo de indicador de la citada transformación, en la reciente visita del responsable de asuntos de Taiwán en Beijing,  Chen Yunlin, a Taipei se ha acordado, entre otros, la celebración de un encuentro de expertos para concertar el manejo de las ingentes reservas de divisas de China, Taiwán y Hong Kong. La Gran China nace con un capital inicial que ronda los dos billones y medio de dólares.

   

Una de las piedras de toque más relevantes de esta nueva situación es, precisamente, Taiwán. Aquí, como en la península coreana, EEUU tendría y tiene mucho que decir, pero China exhibe ya una influencia difícilmente disimulable. Si Beijing logra cerrar la herida de Taiwán, con quien formalmente sigue en guerra desde 1949, sería también posible imaginar la superación de las diferencias que le separan de Japón o India, piezas complicadas y clave del puzzle regional para diluir la influencia de EEUU en la zona. El apretón de manos que hace unos días se dieron Chen Yunlin, máximo negociador del continente, y Ma Ying-jeou, presidente electo de la República de China, escenificó el avance del entendimiento bilateral entre ambos lados del Estrecho, con el respaldo pleno de una colectividad empresarial que tiene su mirada puesta en las oportunidades de negocio que brinda el continente. Esas relaciones, pese a la exhibición de fuerza de una oposición que no se resiste a quedar de brazos cruzados, avanzan a gran velocidad hacia un cambio estructural que puede verse facilitado por la incapacidad de EEUU para atender, a la vez, tantos frentes en rápido movimiento.

   

Si China es capaz de retirar los misiles que hoy apuntan a Taiwán, firmar el acuerdo de paz y encontrar un lenguaje común con Taipei en cuanto a su proyección internacional, indudablemente no solo aumentarán las posibilidades de resolver los problemas ligados a la soberanía, por el momento fuera de agenda, sino que, modulando a conveniencia la capacidad de influencia de EEUU en la zona, habrá dado un paso de gigante para articular un ambicioso proyecto regional no solo en el orden económico o de seguridad sino aportando una alternativa a la modernidad y al modelo occidental.

   Así las cosas, objetivamente, a Obama le urge pillar el paso de los procesos que vive Asia-Pacífico, región en donde realmente se va a dilucidar la capacidad de EEUU para afrontar su mayor desafío geopolítico y donde más intensamente se aprecia la existencia de voluntad política para afirmar un orden multipolar llamado a debilitar su condición hegemónica.