China-Japón: una cohabitación difícil

In Análisis, Política exterior by PSTBS12378sxedeOPCH

El próximo día 11, el primer ministro chino, Wen Jiabao, inicia una visita histórica a Japón, la primera en siete años. Wen se reunirá con los principales líderes japoneses y pronunciará un discurso en la Dieta o Parlamento. En unas declaraciones previas a su viaje, el jefe de gabinete chino aludió al deseo de que esta iniciativa contribuya a “derretir el hielo”. ¿Es posible? 

Sin lugar a dudas, ambas partes comparten el mismo deseo de encauzar por otra senda unas relaciones que en los últimos años se han deteriorado mucho en lo político. Más allá de las cuestiones puntuales (ya se trate de esclavas sexuales, armas químicas, manuales de historia, templo Yasukuni, litigios en mar de China oriental y en las islas Diaoyutai, Taiwán, etc.), el problema de fondo al que ambos países se enfrentan es el rencor que aún subsiste en las relaciones bilaterales. Se ha avanzado mucho en las relaciones comerciales, económicas, etc., pero muy poco en el entendimiento mutuo. Y la clave reside en el ánimo de ambas naciones en el que aún pesa lo suyo la consideración de antiguos enemigos, como si no hubieran pasado más de 60 años desde la última guerra.

Asia está cambiando. La emergencia de China plantea importantes retos a Japón, acostumbrado a ejercer su liderazgo al abrigo de la protección estadounidense y que ahora deberá compartir con China, país que aspira, por otra parte, a desempeñar un papel central en la región. Ambos traducen esas aspiraciones en una inflexibilidad notable a la hora de tratar los litigios bilaterales pero también en las políticas internas basadas en la mutua –y fácil- exaltación de los mutuos rencores.

El Japón de Shinzo Abe ha emprendido una nueva política que aspira a mejorar su posición internacional. Ello provoca la reacción encontrada de Beijing que, sin pasar página por lo que considera una falta de reconocimiento suficiente de las atrocidades del pasado, no duda en atribuirle intenciones revisionistas que amenazan con bloquear las ambiciones niponas, no siempre explicadas con claridad.

Aunque deseable, no es fácil que se produzca un acercamiento sustancial entre China y Japón, que podría basarse en la excelencia de las relaciones económicas actuales como  también en esa civilización común que comparten o en los anhelos de modernidad. En lo estratégico, ese acercamiento pondría en jaque la posición arbitral de EEUU en la región, pero no podrá verificarse si Japón no asume tanto su pasado como el reencuentro con el mundo cultural asiático.

A Beijing le gustaría tirar el máximo provecho económico y tecnológico de su relación con Tokio, pero tampoco podrá lograrlo si alimenta hasta lo infinito las desconfianzas respecto a su ambición estratégica o la despacha superficialmente etiquetándola como el resurgir del nacionalismo agresivo y expansionista de antaño.

Ambos necesitan tratar la complicada agenda bilateral con franqueza y perspectivas de largo plazo. Y sobre todo con amplias dosis de terapia y paciencia. Oriental, por supuesto.