China y Estados Unidos: la peligrosa fijación con la historia

In Análisis, Política exterior by PSTBS12378sxedeOPCH

Siendo las dos mayores economías del planeta, apoyando la expansión y la integración económica globales, contando con avanzados aparatos tecnológicos, buscando objetivos similares en campos diversos, siendo actores internacionales comprometidos con el sistema internacional y contando con importantes complementariedades económicas, Estados Unidos y China podrían conjugar esfuerzos para transformarse en factores de estabilidad internacional, crecimiento económico planetario y resolución de problemas comunes a la humanidad. Este sería, desde luego, el enfoque deseable y responsable que correspondería a las dos mayores potencias del mundo de cara al siglo XXI.

            Lamentablemente en ambos casos la carga de sus respectivas historias pareciera estar resultando mucho más potente que su impulso hacia el futuro. Es lo que bien podría calificarse como el síndrome del espejo retrovisor, mediante el cual se avanza con la vista puesta hacia atrás y no hacia adelante.

Acreencia histórica

            Luego del llamado “emerger pacífico”, que caracterizó su actitud durante los primeros años del nuevo milenio, China se va afirmando como una potencia nacionalista y revisionista del statu quo. El resentimiento almacenado ante las humillaciones sufridas en los siglos XIX y XX le compele a mirar hacia el pasado. Luego de haber disfrutado de entre un cuarto y un tercio del PIB global entre 1600 y 1800, según señalaba el historiador económico Agnus Madison, China pasó a transformarse en presa de los apetitos depredadores de países que la superaron.

             Las llamadas guerras del opio con Inglaterra (1840-1842 y 1856-1858) le representaron humillantes derrotas militares, la imposición del consumo del opio y la aceptación de concesiones múltiples que incluyeron la pérdida de Hong Kong.  Ello vino sucedido en 1860 por la ocupación anglo-francesa de Pekín. Los tratados de 1858 y 1860 con Rusia le implicaron la pérdida de 2,6 millones de kilómetros cuadrados de territorio al Este del río Ussuri. En 1898, por lo demás, Rusia anexó sus estratégicos puertos de Dalian y Lüshum. La derrota de 1894 frente a Japón le significó la pérdida de Taiwán así como la de su soberanía formal sobre Corea. El tratado de 1885 con Francia le obligó a ceder a este país su soberanía formal sobre Vietnam y el de 1894 con Gran Bretaña le hizo perder la de Burma. En 1897 Alemania ocupó la Bahía de Jiaozhou. En 1900 vino la ocupación de Pekín por una coalición internacional. Todo lo anterior presagiaba tan sólo su peor pesadilla: la ocupación japonesa y los veinte millones de muertos que ésta trajo consigo entre 1937 y 1945.

            Superado el paréntesis de declive representado por los siglos XIX y XX, China vuelve a la posición preeminente que ocupó a lo largo de la historia. Y lo hace no sólo revelándose contra un status quo regional forjado en momentos de su mayor debilidad histórica, sino persiguiendo un modelo de esfera de influencia en el Este de Asia propio del siglo XIX. Dentro de este proceso desconoce incluso la legalidad internacional definida por la Convención sobre el Derecho del Mar para apelar a derechos marítimos ancestrales. En síntesis, para China no es posible concentrarse en los grandes retos del futuro sin antes superar lo que considera como su acreencia ante la historia.

Defendiendo el statu quo

            Para enfrentar este reclamo nacionalista, Estados Unidos recurre a tres nociones: la del balance de poder, la de la contención y la del rechazo al apaciguamiento. Se apela así a tres marcos de referencia resultantes de otros tiempos. En virtud de la primera Washington recurre a una estrategia asiática definida a finales del siglo XIX por el Almirante Alfred Mahan y el Presidente Teodoro Roosevelt. De acuerdo a la misma, los intereses estadounidenses requerían que se evitara la consolidación de una hegemonía en el Este de Asia, debiéndose recurrir para ello a una política que promoviera el balance de poder.

             La política de la contención fue la estrategia escogida por Washington, tras la Segunda Guerra Mundial, para hacer frente al reto expansionista soviético. El apaciguamiento, de su lado, fue la fórmula mediante la cual Londres y París intentaron mantener bajo control a Hitler, cediendo ante sus exigencias. De acuerdo a la visión prevaleciente en Washington la contención no sólo logro frenar el expansionismo soviético durante décadas sino que llevó a la implosión de su modelo, mientras que el apaciguamiento sólo envalentonó a Hitler haciendo inevitable la guerra. Así las cosas, la manera apropiada de lidiar con China debe ser la de contener su ascenso y la de negarse a aceptar sus requerimientos.

            En otras palabras, tanto China como Estados Unidos parecieran incapacitados para trascender su fijación con la historia. El riesgo es que se vean arrastrados por ésta dos mil cuatrocientos años atrás a la Guerra del Peloponeso y a la denominada “Trampa de Tucídides”, según la cual cuando una gran potencia emerge y otra declina la guerra se hace inevitable.