China y la Santa Sede, fe y pragmatismo Xulio Ríos es director del Observatorio de la Política China

In Análisis, Política exterior by Xulio Ríos

Que la Santa Sede busca cerrar un acuerdo histórico con China es más evidente que nunca a la vista del contenido que el Secretario de Estado, el cardenal Pietro Parolin, concedió a la web Vatican Insider el pasado 31 de enero. El Vaticano es rotundo en su anhelo de propiciar la reconciliación y la unidad de las dos comunidades católicas que coexisten en el gigante asiático, una oficial y apoyada por el PCCh y otra avalada por la Santa Sede y clandestina.

Las especulaciones en torno a si, a modo de concesión, la Santa Sede reconocerá a los obispos “ilegales” para poder restablecer relaciones diplomáticas, ganan terreno a la vista de las presiones recibidas por los obispos de la iglesia clandestina para que dimitan y cedan el puesto a los nombrados por la Asociación Patriótica Católica de China.  Este no es el precio de un intercambio político, asegura en la entrevista el cardenal Parolin, pero parece condición sine qua non para que la normalización progrese adecuadamente. No equivale al acuerdo pero sin duda acorta el proceso. En algunas diócesis hay dos obispos, uno designado por la Santa Sede y otro por Beijing, en evidencia de la división existente.

En Taiwán se sigue con cierta angustia el tira y afloja. El Kuomintang (KMT) estableció relaciones con la Santa Sede en 1942, cuando aún gobernaba en el continente. Con posterioridad a la proclamación de la China Popular, el Vaticano mantuvo el reconocimiento y sigue calificando hoy día su embajada en Taipéi como Nunciatura Apostólica de China, la única China que reconoce. Caso de producirse el acuerdo, se trasladaría a Beijing. La hipótesis de mantener un doble reconocimiento no es admisible.

La Santa Sede dejó de consagrar obispos clandestinos en 2005, a la espera de crear condiciones favorables para un acuerdo que entonces se resistía. Y hoy aboga abiertamente por el perdón en aras de la reconciliación. El Papa Francisco parece que tiene la decisión tomada y está resuelto a hacer borrón y cuenta nueva del pasado para abrir un nuevo capítulo.  Está por ver cómo podrá gestionar a posteriori el encaje de bolillos necesario para asegurar una “orientación china” y una “mejor adaptación a la sociedad socialista” a su Iglesia, como reclamaba recientemente el viceprimer ministro Wang Yang en un simposio con líderes religiosos, un llamado cada vez más habitual en la política china.

El Partido Comunista de China puede abjurar de su ateísmo ante la Santa Sede pero no “renunciará” sin las debidas garantías y contrapartidas al derecho a nombrar obispos para las diócesis. Cierto que hay fórmulas intermedias para alcanzar un equilibrio en torno a la última palabra y el respaldo tácito que no obstante pueden facilitar el entendimiento.  El Papa podría tener poder de veto sobre los candidatos a obispos o a la inversa, dejar que sea China quien vete.

Para el Vaticano no es un problema menor el lograr garantías para que sus fieles puedan practicar sus creencias sin miedo a ser víctimas de la represión. El cardenal Joseph Zen ha alzado su voz desde Hong Kong para alertar de los peligros de un acuerdo en el que la Santa Sede ceda demasiado poder a Beijing, evidenciando la amarga disputa que las negociaciones han generado en algunos ambientes de la iglesia y en la propia comunidad católica que ha experimentado en carne propia la persecución. Retirado desde 2009, Zen viajó recientemente a Roma en un desesperado intento por frenar el proceso de sustitución de un obispo legítimo por otro excomulgado, lo que califica de rendición.

Las autoridades chinas son muy escrupulosas, la diplomacia vaticana es muy experimentada. A ambos les une el pragmatismo…