El triángulo Bruselas-Atenas-Beijing

In Análisis, Política exterior by PSTBS12378sxedeOPCH

China mantiene buenas relaciones con Atenas, pero en modo alguno cabría imaginarse que pudiera terciar en su agrio diferendo con Bruselas. Ello a pesar de que, off the record, en más de una ocasión, Beijing mostró extrañeza por la “falta de resolución” comunitaria para afrontar con altura de miras y perspectiva estratégica las dificultades del país heleno. No obstante, como cabía esperar, el primer ministro Li Keqiang, en su reciente visita a Europa no impartió lecciones sobre cómo China resolvió el problema, salvando algunas distancias, de su Grecia interna (caso de Wenzhou, por ejemplo, en 2011, con una población similar a la de Grecia) sino que optó por expresar su confianza en la “sabiduría europea” para resolver el litigio si bien con la esperanzada premisa de que Atenas permaneciera tanto en la Unión como en el euro.

En los últimos tiempos y como por casi todo el mundo, China ha venido ganando importancia económica e influencia política en Grecia. Lo podemos apreciar con nitidez en sus inversiones en los puertos de El Pireo y Timbaki o en los aeropuertos de Atenas y Kasteli. En la última estancia del primer ministro chino Li Keqiang en Atenas firmó acuerdos por valor de 5.000 millones de dólares. El presidente Xi Jinping visitó el país en dos ocasiones, ganando relativa preferencia frente a España en las escalas de sus viajes transoceánicos. Beijing tampoco olvida la ayuda griega prestada para rescatar de Libia a sus miles de trabajadores atrapados en la vergonzante guerra que dejó en Trípoli un legado de caos del que también algunos líderes europeos debieran hoy responder. Tras la victoria de Syriza, los titubeos iniciales pronto fueron superados para poner las cosas en su sitio.

China puede aportar a Grecia y a Europa un compromiso más allá de las palabras que proporcione estabilidad. Téngase en cuenta que la UE es su principal socio comercial y pieza clave de su estrategia de revitalización de la Ruta de la Seda que ansía coordinar con el Plan Juncker. Poco importan ya las reservas por no  levantar el embargo de armas impuesto en 1989 o el no reconocimiento como economía de mercado. Lo que ahora China necesita de Europa es complicidad activa en su proceso de transformación estructural en aspectos que van desde la urbanización a la lucha contra la polución y la modernización industrial, la exploración conjunta de mercados terceros o la internacionalización del yuan. En los primeros cinco meses de este año, la inversión china en Europa creció un 367,8 por ciento. En Bruselas, Li Keqiang propuso crear una plataforma de inversión China-UE para apoyar la reactivación económica en Europa. A ello habría que sumar la cooperación financiera con varios países europeos incorporados al BAII desoyendo las reticencias de Washington.

Las excelentes relaciones de China con Alemania, la sintonía general con la política de reformas que en ambas latitudes se ha convertido en palabra de orden y la clara apuesta por una asociación más estrecha con la UE (en dos años, Li Keqiang viajó siete veces a Europa) contextualizan el momento sino-comunitario. A mayores, conviene tener presente que el enfoque de China respecto a la UE parte de una doble premisa: sin perjuicio de apoyar el proceso de integración, prima las relaciones bilaterales con los países por separado con preeminencia de los más relevantes y promueve a la par una estrategia envolvente con los estados de Europa Central y Oriental para contornar a Bruselas. Adoptando una estrategia oblicua, Beijing pretende erosionar las reticencias expresadas por algunas instituciones comunitarias que ven así seriamente laminada su función en diversos campos.  El pragmatismo chino concede a Atenas un espacio de relevancia en función de su significación estratégica, que no es poca. Esto puede ser de gran valor para las autoridades griegas en un momento como el actual. No obstante, China será lo suficientemente prudente en sus iniciativas para no hacer nada que le incomode con los socios principales de la UE. No existe un salvavidas chino a prueba de crisis.

 

Enfrentada a las dificultades propias de una transformación estructural interna de gran alcance, lo que más teme China fuera de la Gran Muralla es la inestabilidad en sus socios clave. Europa es uno de ellos. Frente al poco creíble coqueteo ruso con las autoridades griegas, la credibilidad china, respaldada por unas incuestionables capacidades inversoras, apunta al ejercicio de una meditada sensatez a la vista de lo pírrico de las cuestionables ventajas que pudiera obtener. Cualquier paso significativo eludirá posicionamientos comprometidos unilateralmente con cualquiera de las partes, pero podría involucrarse generosa y complementariamente en la solución pactada si es mutuamente requerida por ambas.