La miopía de los poderosos

In Análisis, Política exterior by PSTBS12378sxedeOPCH

Nunca los poderosos habían abdicado de manera tan miope su poder, como lo ha hecho el mundo desarrollado en relación al mundo en desarrollo en los últimos lustros. En su búsqueda de mayores ganancias, los primeros han transferido o están transfiriendo masivamente a los segundos, sus empleos de cuello azul y de cuello blanco así como su tecnología. Al hacerlo han colocado un inmenso superávit comercial en manos de las naciones en vías de desarrollo, y en particular de China. Este superávit no sólo ha permitido comprar inmensas porciones de la deuda pública norteamericana y europea, sino que brinda capacidad inversora suficiente para adquirir activos estratégicos en Occidente.

Las empresas del Norte crearon empleos de cuello azul en los países del hemisferio Sur a expensas de hacerlos desaparecer en los propios: “Hace veinte años los países en desarrollo proveían únicamente 14 por ciento de las manufacturas que importaban los países desarrollados, pero para 2006 este porcentaje se elevó a 40 por ciento y para el 2030 deberá haber aumentado a más del 65 por ciento, de acuerdo a las estimaciones del Banco Mundial”  (R. Meredith, The Elephant and the Dragon, New York, W.W. Norton & Company, p. 107).

 Sin embargo, el Norte no sólo está entregando al Sur su preeminencia industrial, sino que está haciendo otro tanto con el sector de los servicios. Según Meredith, antes citada: “Para 2008 Estados Unidos habrá trasladado 2,3 millones de puestos de trabajo en el sector de los servicios (a las economías en desarrollo), mientras que el Reino Unido lo habrá hecho con 650 mil” (Ibidem, p. 79). Pero la situación es mucho peor que lo que las simples cifras anteriores pueden hacer suponer.

 Estudios realizados al efecto pronostican que el área de los servicios impersonales, es decir aquellos que pueden ser prestados a distancia gracias a las tecnologías de la información y las telecomunicaciones, desaparecerá mayoritariamente del mundo desarrollado para relocalizarse en las economías en desarrollo, donde convergen una gran masa de talento y costos muy inferiores (A. Blinder, “Offshoring: The Next Industrial Revolution”, Foreign Affairs, New York, March/April, 2006). Investigaciones ulteriores han determinado que la exportación de puestos de trabajo puede resultar incluso más aguda en las escalas altas de nivel educativo y salarial (A. Blinder and A. Krueger, “Alternative Measures of Offshorability”, Center for Economic Policy Studies, Princeton University, Princeton, August, 2009). Es decir, el hemisferio Norte está convirtiendo en redundantes a sus mejores cerebros a costa de potenciar a los de las naciones en desarrollo.

 No contentas con transferir sus empleos de cuello azul y de cuello blanco, las empresas del mundo desarrollado están transfiriendo también, y de manera masiva, su alta tecnología. Ello ocurre básicamente en relación a China y opera por dos caminos diversos. Uno, entregando tecnología para acceder a ese mercado. Dos, vendiendo las empresas que la producen. Un ejemplo de lo primero lo encontramos en la cesión de lo más sofisticado de su tecnología aeronáutica por parte de General Electric, para beneficiarse de un mercado que en los próximos veinte años deberá estar generando 400 millardos de dólares en ventas, en ese sector. Lo segundo a través de la venta a ese país de empresas como Volvo, GM,  la División de Computadores Personales de IBM o numerosas empresas de tamaño medio y pequeño en Sillicon Valley.

 Al trasladarse al Sur las industrias, se sentaron las bases para un gigantesco superávit comercial por parte de estos países y especialmente de China. Valga señalar que el superávit anual de China frente a Estados Unidos pasó de 28 millardos de dólares en 2001 a 251 millardos en 2007 (B. Chellaney, Asian Juggernaut, New York, Harper, 2010). El impacto de lo anterior se expresa por dos vías con inmensa capacidad para influenciar a las economías occidentales.

 La primera de ellas, a través de un control creciente de la deuda externa del Norte. China es el mayor acreedor externo de Estados Unidos y va camino a serlo también de Europa. Cuando en los primeros meses de 2009 el Departamento del Tesoro de Estados Unidos lanzó cientos de millardos de dólares en bonos de la deuda pública, con el objeto de financiar el paquete de estímulo económico, el principal comprador fue China. Es decir, quien mismo lo había sido en 2008, cuando el sistema financiero comenzó a hacer implosión, o en 2007 cuando los primeros nubarrones negros aparecían en el escenario. (Karabell, Superfusion, New York, Simon&Schuster, 2009). China está también está invirtiendo masivamente en la deuda soberana de la Unión Europea.

 La  segunda vía se manifiesta  a través de su capacidad para controlar parcelas crecientes de las economías desarrolladas. De acuerdo al International Herald Tribune de fecha 4 de mayo de 2011, China se dispone a invertir dos millones de millones de dólares en la adquisición de “compañías, plantas y propiedades en el exterior”. Ello se traducirá, lógicamente, en la compra de empresas y activos estratégicos en el mundo desarrollado.

 De esta manera, el mundo en desarrollo va acumulando un control creciente sobre las industrias, los servicios y la tecnología, amén de la deuda pública de Estados Unidos y Europa. Ello en adición a la capacidad financiera para adquirir activos estratégicos en los países ricos. Si a eso le unimos el dominio incuestionable de los países del Sur en el campo de las materias primas y de los mercados emergentes, no quedan dudas sobre la dirección que está tomando la historia.

Excepción hecha de algunos rubros alimenticios donde el mundo desarrollado es muy fuerte, el grueso de las materias primas se encuentra localizado en los países en desarrollo. De su lado, los mercados mundiales sobre los que descansa la demanda agregada se encuentran en estos últimos. Es allí donde hay que mirar a la hora de buscar nuevos consumidores. El caso de China e India da buena idea de las magnitudes involucradas.

A China le bastaría con que el ingreso per capita de sus habitantes llegase a ser una cuarta parte del de Estados Unidos, para superar en tamaño al PIB norteamericano. De allí en adelante su dimensión poblacional le permitiría garantizarse varias décadas adicionales de crecimiento económico sostenido, a tasas elevadas. Algo similar puede decirse de India. No en balde se ha estimado que para la década del 2040, ambos países representarán el 40% de los mercados globales (A. Gupta y H. Wang,  Getting China and India Right, San Francisco, Jossey-Bass, 2009).

En apoyo a lo anterior es importante citar un par de estudios de las firmas Euromonitor International y McKinsey. De acuerdo a la primera, la clase media china llegará a 700 millones de personas en 2020, representando el 48% de la población total del país (People’s Daily, 19 julio, 2010). De acuerdo a la segunda, la clase media india alcanzará 583 millones de personas en 2025, es decir, 41% de su población total (Business Week, 19 mayo, 2007). En otras palabras, un mercado combinado emergente de 1.283 millones de personas. Pero la demanda en el mundo en desarrollo no se limita a las dos economías anteriores. Brasil, Indonesia, Turquía, México y una larga cola, vienen detrás, sumando cientos de millones de nuevos consumidores.

En definitiva, la acumulación de factores de producción, financiamiento y consumo en manos de las naciones en vías de desarrollo, con China a la cabeza, está brindando a éstas un poder extraordinario. Ello se debe, en gran medida, a la importante abdicación de su control sobre los factores de producción y financiamiento por parte de las economías desarrolladas. Pero sea cual fuese el origen de esta situación, el hecho constatable es que mientras unos emergen los otros entran en fase declive. Máxime, cuando el fuego cruzado de la recesión y de la deuda pública ha colocado al mundo desarrollado en una dramática crisis sistémica, en virtud de la cual las medidas requeridas para atacar a cualquiera de estos dos males tiende a empeorar el otro.

El despuntar de unos y el declinar de otros resulta tanto más significativo cuanto que el aceleramiento de la historia, característico de nuestros días, comprime los tiempos: “…el impacto combinado del despertar político global y de la tecnología moderna ha contribuido al aceleramiento de la historia política. Lo que en el pasado tomaba siglos ahora toma décadas, lo que antes tomaba décadas ahora ocurre en un sólo año. La preponderancia de cualquier potencia se ve sometida a fuertes presiones de adaptación, cambio y eventual caída” (Z. Brzezinski, Second Chance,New York, Basic Books,2007, p. 206).

 El tiempo del hemisferio Sur, con China a la cabeza, llegó. Ojalá que quienes tanto contribuyeron con su miopía a hacer de esta situación una realidad, no resulten igualmente miopes intentando frenar lo irrefrenable. La elección del próximo Director Ejecutivo del FMI dirá mucho al respecto.