La otra mejilla china Xulio Ríos es director del Observatorio de la Política China

In Análisis, Política exterior by Xulio Ríos

Los nuevos pasos dados por EEUU y China en la imposición de aranceles avivan la hipótesis de una guerra comercial de larga trayectoria, exponente más visible de tensiones mayores que enfrentan a las dos principales economías del mundo.

En China, esta situación ha originado cierto debate interno que probablemente está lejos de haber sido cerrado. ¿Debe China poner la otra mejilla a EEUU para evitar el enfrentamiento? ¿Amilanarse para evitar males mayores o responder contraatacando? Sin duda, la clave de la contienda no es el comercio. Es bueno tenerlo presente. Las tensiones en este ámbito no pueden separarse de los diferendos de Taiwán o del Mar de China meridional, es decir, en suma, del contencioso estratégico que debe resolver la pugna por la hegemonía en el siglo XXI. Tiene un mayor reflejo en la economía porque esta es la principal proa de la emergencia china y la punta de lanza de su expansión global.

Y no afecta solo a China directamente. Imaginemos: ¿Son los problemas de Turquía de obediencia exclusivamente interna o fruto también de una hipotética penalización de su acercamiento al mundo chino, dígase BRICS u Organización de Cooperación de Shanghái? Y si así fuera, ¿qué puede hacer China para apoyar a quienes le secundan? A la vista de hipotéticos avisos a navegantes, ¿Qué pueden esperar los 14 países africanos que recientemente se reunieron en Harare (Zimbabue) para acometer la desdolarización a favor del yuan? ¿Dejará China al pairo a Irán ante la amenaza de EEUU con sancionar a quienes comercien con Teherán? EEUU golpeará en todos los flancos con la certeza de que China representa la mayor amenaza para la preservación de su hegemonía.

Tiene sentido discutir si hubo o no precipitación en el canto apresurado de las excelencias chinas. El sueño chino, la revitalización del país, la idea del declive definitivo de Occidente al albur de la crisis financiera de 2008, etc., etc., loas entonadas por Xi Jinping a partir de 2012, alertaron a EEUU y dieron alas a quienes desde hace tiempo vaticinaban la inevitabilidad de este contienda. China anhelaba el impulso definitivo para culminar una modernización que la entronizaría mundialmente. Y ese afán, por fin, parecía manifestarlo abiertamente. Quizá en eso tengan razón aquellos que califican de aventurerismo estratégico la política de Xi y reivindican la sabiduría del pensamiento de Deng a propósito de un liderazgo de bajo perfil. Ese discurso sirvió a Xi para consolidar su poder interno a marchas forzadas pero para China no fue del todo beneficioso.

Ahora no tiene vuelta atrás. ¿Cree China que si pone la otra mejilla puede  contemporizar con EEUU? Y si no la pone, ¿dispone de fundamentos sólidos para encarar ese reto? El exceso de confianza y una lectura equivocada del adversario (¿no pasó acaso a la hora de analizar las expectativas de Hillary Clinton y Trump?) podría tener consecuencias fatales. La Administración Trump no necesita inventar gran cosa. Con la URSS, Reagan aceleró la carrera de armamentos (Trump habla de una milicia espacial a pocos años de la entrada en funcionamiento de la estación espacial china) para arruinar la economía soviética. Con China probará con eso y con mucha más artillería. Pero aunque China también mejora su defensa a buen ritmo, sabe cuál es su principal fortaleza. Y si gana el pulso económico y lidera la nueva revolución tecnológica en ciernes, el liderazgo de EEUU si tendrá los días contados.

La invocación de Xi Jinping al patriotismo como santo y seña de la actual situación quiere poner coto a las disensiones en casa. La existencia en sí del llamamiento es indicador de que las diferencias internas son de cierta relevancia  En EEUU y en Occidente las críticas a las políticas de Trump forman parte de la vida cotidiana; sin embargo, en China, las críticas, mejor o peor fundadas, a la dirección política del país son consideradas “indebidas” y hasta “traidoras” al Partido. Dudo que esto sea una muestra de seguridad y de confianza en las propias fuerzas. Por el contrario, el propósito de censura de cualquier duda puede tener un coste fatal para China. Es hora de abrir el debate, de meditar los pasos, de evitar los triunfalismos, de ponderar los pros y los contra, no de cerrarlo con malas excusas para asegurar la presunta infalibilidad del líder.

Más tarde o más temprano, la insistencia china en preservar su soberanía nacional acabaría por inflamar las tensiones. China no puede ahora adoptar un “perfil más bajo” en la respuesta a EEUU. Sin duda, tiene muchas fragilidades en numerosos ámbitos internos y la contienda distraerá recursos para tareas de no menor importancia. Esto plantea riesgos añadidos que no pueden disiparse simplemente con la exacerbación del control ideológico o de la información ni echando mano de la propaganda más burda, a la vieja usanza.