La sed de materias primas

In Análisis, Política exterior by PSTBS12378sxedeOPCH

Las exigencias del desarrollo económico y social de China a partir de las últimas décadas del siglo XX, imponen un rápido aumento de las importaciones energéticas y de otras materias primas, con importantes implicaciones geoestratégicas y políticas. China vive inmersa en una larga transición caracterizada, entre otros, por la necesidad de acudir a los mercados externos para afrontar la complejidad de su desarrollo, poniendo fin a un discurso de décadas basado en la idea del autoabastecimiento como clave preservadora de la seguridad y soberanía nacionales. El fuerte crecimiento y la transformación de su estructura industrial, el desarrollo de los transportes y los cambios operados en los hábitos de consumo de una sociedad, pese a las evidentes desigualdades, cada vez más acomodada, confieren una acusada tendencia de difícil reversibilidad. Los mercados mundiales importan no solo en función de su dimensión exportadora sino también, y cada vez más, importadora.

Por ello, el aprovisionamiento y la seguridad energética constituyen una preocupación central del régimen chino. Hasta la década de los ochenta del siglo pasado, las abundantes reservas naturales del país permitían satisfacer la demanda interna, a pesar de la reconocida ineficiencia en el uso de los recursos, otra expresión más del subdesarrollo de su economía y de las carencias vitales de su población. Pero desde el año 2000, la demanda energética ronda el 10% y el elevado ritmo de crecimiento de China permite prever, con fundamento, una orientación claramente al alza. Manteniendo el objetivo de alcanzar un crecimiento anual superior al 7% hasta el 2020, la demanda energética podría crecer en dicho período hasta un 200%, estableciendo un nivel de consumo de petróleo, por ejemplo, similar al de Estados Unidos. Anticipándose, ya en los últimos años, China ha contribuido de forma notable al aumento de la demanda petrolera mundial. Pese a ello, la estructura de su consumo energético sigue basándose en el carbón, con el que satisface en torno al 60% de la demanda interna de energía, con un claro protagonismo del sector industrial en el consumo final. La ratio por habitante, aunque se ha duplicado entre 1980 y 2004, equivale a menos de la tercera parte de la media de la Unión Europea.

La acuciante necesidad de materias primas es una expresión de la dependencia exterior creciente de la economía china, circunstancia que influye en su acción diplomática, que debe movilizarse para superar la distancia que le separa en relación al mundo exterior, instrumentando una política que le acerque a sus principales proveedores, cada vez más diversificados, buscando evitar las situaciones de conflicto en relación a las principales potencias y que pudieran afectarle. A mayores, China es consciente de su fragilidad en este campo, habida cuenta de que no dispone de los medios necesarios para controlar las vías marítimas de aprovisionamiento de sus productos estratégicos, incluidos los energéticos y alimentarios.

En consecuencia, a la vista del carácter ilusorio de cualquier autonomía energética o alimentaria, China ha desarrollado un importante activismo, utilizando a la par las inversiones, el comercio y la ayuda al desarrollo, con el propósito final de minimizar los efectos negativos de su creciente dependencia económica exterior y garantizar su ritmo de crecimiento. Por otra parte, esa multiplicación de las inversiones y el comercio han proporcionado un valioso argumento para establecer una amplia red de vínculos de cooperación con países de África, América Latina y Medio Oriente, ampliando su influencia política de modo considerable.

Con su reivindicación de un mundo armonioso, exhibiendo su apuesta por el multilateralismo, afirmando el carácter pacífico de su desarrollo y el éxito de su modelo (tanto en relación al crecimiento económico como a la reducción de la pobreza) y haciendo valer sus inmensas capacidades, China, sin mucho esfuerzo, ha logrado poner al día las simpatías del mundo en desarrollo y de aquellos países hostiles o renuentes a aceptar sin más el unilateralismo y el predominio del mundo rico y sus enfoques. La estrategia general china se complementa con la elección de socios privilegiados en función de su peso regional o de sus recursos. Así, en América Latina, por ejemplo, cuatro son los países que le sirven de referencia indiscutible: Brasil, con quien mantiene una amplia red de intercambios que van desde la soja y la madera al petróleo y la aeronáutica o la energía nuclear; con Argentina, por sus cereales; con Chile, por su cobre; o con Venezuela, por su petróleo. En el África negra, sus principales socios son: África del Sur, Nigeria, Sudán y Angola, los tres últimos en razón de la importancia de sus hidrocarburos. En Medio Oriente, Arabia Saudita e Irán, ambos también por el petróleo, pero igualmente Egipto, país clave para acceder al mundo árabe, o Israel (en el ámbito de la cooperación militar) constituyen referencias indispensables.


¿Cómo actúa China?

La estrategia en relación a los países en vías de desarrollo y con materias primas incluye un nivel de presencia cada vez más importante en sus mercados que se ve reforzado con iniciativas políticas y económicas que incorporan a la par medidas de ayuda financiera, inversiones directas y venta de bienes. China trata de establecer así unos vínculos que aseguren la continuidad y eviten la zozobra en el aprovisionamiento de aquellos bienes que le son de especial interés, actuando siempre con una perspectiva de largo plazo y, llegado el caso, asumiendo los costes del inicio de la explotación.

El modus operandi de China consiste en firmar acuerdos bilaterales con los países productores con el objeto de establecer un marco general destinado a consolidar unas buenas relaciones. A fin de reducir su vulnerabilidad, esa política privilegia la diversificación de sus fuentes de importación. Por ejemplo, se abastece de petróleo en más de una treintena de países, si bien la mayoría de sus compras se realizan en Arabia Saudita, Irán, Omán, Angola y Rusia. Por otra parte, el estimulo de la política de “ir hacia fuera” ha facilitado una amplia presencia de muchas de sus grandes empresas tanto en forma de participación accionarial como de adquisición de yacimientos de todo tipo, multiplicando el nivel de control de las fuentes de aprovisionamiento radicadas en el extranjero. En paralelo, China intenta reducir los riesgos asociados al tránsito marítimo de su petróleo y otros bienes, potenciando alternativas que incluyen la mejora de sus propias capacidades y la vertebración de alianzas con los países ribereños.

Desde finales de los años noventa del siglo pasado, el aumento de la capacidad económica del país y de sus necesidades ha estimulado la promoción de los contratos de explotación en el exterior. Las constantes visitas oficiales de las más altas autoridades del país a numerosos países en vías de desarrollo, con una intensidad muy superior a los países occidentales, dan fe de una “diplomacia energética” que se apoya en un poderoso brazo empresarial constituido por compañías con amplia participación pública y en las cuales, la yuxtaposición de funciones políticas y propiamente industriales facilita su complicidad con las estrategias gubernamentales que cada vez más privilegian el control del producto en origen. Esa interdependencia, hoy en evolución en virtud de un deseo creciente de emancipación de los actores económicos (las resistencias advertidas durante las sesiones de la Asamblea Popular Nacional de marzo de 2008 para crear un superministerio de la Energía han evidenciado esas tensiones), configura una relación tan opaca como ambigua en virtud de la compleja diferenciación entre intereses comerciales y nacionales. Esa complementariedad permite, por ejemplo, en los países africanos, que China ofrezca préstamos a bajo interés o la multiplicación de la ayuda al desarrollo con fuerte implicación en infraestructuras, logrando a cambio contratos de explotación de materias primas para sus compañías.

Por otra parte, la ampliación de las actividades en el exterior de las compañías chinas cuentan con un significativo apoyo gubernamental, especialmente a través de las políticas de financiación pública y respaldo político, con el propósito también de favorecer la creación de grandes grupos industriales a nivel mundial con capacidades crecientes para asegurar la penetración china en los mercados más importantes y participar en la determinación de los precios, tanto en su condición de consumidor como de productor. El gobierno chino realiza importantes esfuerzos para asegurar la coordinación de sus inversiones en el exterior y subordinarlas a los intereses políticos y diplomáticos del país. Esa circunstancia, que alimenta la desconfianza y dificulta la plasmación de proyectos de expansión en las sociedades más desarrolladas hasta el punto de derivar en vetos abiertos y otras medidas proteccionistas, supone en otros un valor activo de gran trascendencia y repercusión.

Al margen de lo estrictamente económico, mantener buenas relaciones políticas con los países productores de materias primas es una prioridad básica para Pekín. La inestabilidad en los países productores es uno de los factores que más influyen en los precios de las materias primas y condiciona el éxito de su estrategia global. No obstante, como es sabido, el principio de la no ingerencia en los asuntos internos es la columna vertebral de la diplomacia china, aunque la nueva coyuntura podría imponer algunos matices.

 

Pasiones y tensiones

La diplomacia china en busca de materias primas se orienta hoy día a regiones donde tradicionalmente no tenía apenas intereses. África, América Latina u Oriente Medio constituyen ahora, sin embargo, un foco privilegiado de atención. Si en otro tiempo, en ellas, la intensidad de la retórica ideológica indicaba el carácter secundario de sus intereses, actualmente, en virtud de la importancia del petróleo y otras materias primas, han desatado el pragmatismo y reforzado el interés vital de dichas regiones.

La peculiar relación establecida por China con estos países se traduce en ocasiones en concesiones políticas y estratégicas que exacerban las tensiones en regiones habitualmente inestables, pudiendo afectar al aprovisionamiento mundial de algunas materias primas esenciales. Irán y Sudán, por ejemplo, son socios energéticos importantes. El comercio de armas o la oferta de ayuda desprovista de toda condición política, a diferencia de la instrumentada por el Banco Mundial o la Unión Europea, genera abiertas diferencias, únicamente moderadas por el nivel de afección a otros intereses superiores: la preservación del crecimiento económico, la relación con Estados Unidos o su propia imagen internacional que no desea ver asociada a un comportamiento irresponsable. El pragmatismo “apolítico” aplicado por China le permite cultivar relaciones simultáneas de proximidad tanto con el régimen iraní como con el israelí, tirando partido a un tiempo del bajo perfil general de su acción diplomática.

En cuanto a los efectos, sin duda, la elevación de los precios de las materias primas favorece a las economías locales, pero la inundación de los mercados con sus productos manufacturados contribuye a la desindustrialización de algunos países y activa las acusaciones de practicar un “nuevo imperialismo”. Si aún es pronto para descalificar globalmente esta dimensión de la presencia internacional de China, lo cierto es que Pekín debe demostrar aún que su política es diferente y más beneficiosa que la auspiciada por los países occidentales. El sistemático incumplimiento de derechos laborales y medioambientales, especialmente en aquellos ámbitos donde se halla presente el sector privado chino, genera múltiples tensiones y olas de violencia contra los intereses chinos. Los sentimientos antichinos que proliferan en numerosas capas sociales tienen base económica.

La estrategia china se caracteriza, pues, por una síntesis activa y pragmática de objetivos económicos e intereses políticos, evolucionando y adaptándose con flexibilidad a las circunstancias de cada caso y gestionando, por el momento con éxito, las contradicciones que genera tanto en el ámbito interno (con sus grandes empresas industriales ansiosas por emanciparse de la tutela gubernamental) como externo (con crecientes dificultades para esquivar las presiones internacionales que le exigen la asunción de mayores responsabilidades globales).

En no pocas ocasiones, su comportamiento favorece a las elites, aumenta las diferencias sociales y fomenta la corrupción. Cuando China interviene, lo hace siempre en beneficio de la autoridad local. Pero esa actitud también se explica porque muchos estados carecen de la capacidad institucional para transformar las inversiones chinas en algo beneficioso para el conjunto del país. Los chinos, persiguiendo la satisfacción de sus propios intereses, se benefician de la falta de trabas por parte de las autoridades locales, quienes, cegadas por la oportunidad que representa su oferta, negocian a la baja o se desentienden de las exigencias de cumplimiento de las disposiciones legales.


El caso africano

Presentada por unos como el último de los explotadores de los enormes recursos naturales de África, la presencia de China en este continente constituye una de las más recientes novedades estratégicas, reforzada por la complicidad de muchos estados africanos que agradecen la ampliación de su poder de maniobra, seriamente afectado por las imposiciones occidentales. Deseosos de inspirarse en su modelo, China supone una alternativa que no les obliga a acomodar un reformismo político del que desconfían como solución a sus necesidades, pero que no pueden obviar si desean acceder al apoyo occidental. Sin la obligación de aplicar reformas democráticas ni de asumir los programas de ajuste impuestos por las instituciones financieras internacionales, siguiendo el propio ejemplo chino de autoritarismo al servicio del desarrollo, muchos regímenes dirigen su mirada hacia Asia, aceptando que las intervenciones del Estado en la economía pueden contribuir a transformar el país de forma positiva.

A mayores, China tiene otros atractivos. No ha estado implicada en el colonialismo occidental y, por el contrario, prestó apoyo al proceso de liberación africano, se identifica políticamente con los países del Sur y rechaza los ajustes estructurales que promueve Occidente. Por lo tanto, ni tiene el peso de la culpabilidad histórica ni tampoco la responsabilidad del fracaso de estrategias recientes que solo han servido para empobrecer un poco más el continente.


China ofrece inversiones en comunicaciones, en infraestructuras, en finanzas y seguros, en desarrollo energético, aplicaciones tecnológicas, etc., y aporta una valiosa experiencia en desarrollo rural. Así, el acceso al petróleo y los minerales que necesita se ve completado con inversiones en múltiples ámbitos, desde carreteras, lucha contra las enfermedades, o la producción de alimentos. China ofrece una imagen diferente, con sus obreros construyendo todo tipo de infraestructuras, a diferencia de la común exhibición de fuerza que acompaña habitualmente la protección y satisfacción de los intereses occidentales. La combinación de negocio y ayuda resulta de interés en muchos países, más que la propuesta de establecer en suelo africano nuevos mandos militares con el argumento, en buena medida falaz, de luchar contra el terrorismo.

En ocasión de la tercera cumbre sino-africana celebrada en Pekín en noviembre de 2006, China ha manifestado tanto los objetivos como las ambigüedades de su política en el continente negro. La búsqueda de un acceso directo a las materias primas que necesita (ya sea madera, cobre o petróleo) se ha traducido en una presencia comercial e industrial importante, que exhibe como denominador común la apuesta por la separación entre política y economía. En 2006, se ha convertido en el tercer socio del continente, solo por detrás de Estados Unidos y Francia. La seña de identidad de Pekín, especialmente atractiva para muchos regímenes de la zona, consiste en ignorar la conflictividad política de los países con los que establece sus vínculos, y en rechazar cualquier forma de presión respecto a los gobiernos. En general, puede decirse que su ayuda no está condicionada ni económica ni políticamente. Este modo de actuación, reforzado por el éxito de su modelo de desarrollo y una visión diferente del buen gobierno o de la lucha contra la corrupción que afronta desde una perspectiva singular y a partir de su propia experiencia, ha originado tensiones con los países occidentales con intereses en la zona quienes, a pesar de haber apoyado regímenes despóticos cuando les ha convenido, observan con recelo el desembarco chino.

Pero esa separación entre economía y política resulta cada vez más difícil de sostener. En el caso sudanés, por ejemplo, muy importante para China en función de su cooperación energética y militar, Pekín ha girado lenta pero progresivamente desde la descalificación y oposición a la movilización internacional contra el régimen de Jartum hasta secundar el envío de una fuerza de interposición mixta de la Unión Africana y de la ONU. Otro tanto podría decirse de sus vínculos con Zimbawe, o, en otras latitudes, en la crisis iraní, contenciosos donde intenta hacer valer sus buenos oficios con creciente visibilidad.

Asimismo, en Senegal, África del Sur o Zambia, se han producido tensiones locales con las comunidades chinas, integradas en su mayoría por hombres de negocio, en virtud de los efectos sobre el empleo de sus exportaciones en sectores como el textil, obligando a su diplomacia a implicarse en la búsqueda de acuerdos políticos que permitan gestionar estas contradicciones. La fragilidad social y la debilidad estatal en muchos países africanos convierten estas realidades en focos de tensión que un pragmatismo ciego puede convertir en contradicciones de difícil resolución. Ello hace pensar que, aunque no sean del todo de su agrado, China se aproximará de modo progresivo al respeto de ciertas normas internacionales a fin de evitar una profundización de las tensiones con el mundo desarrollado y democrático y también una asociación excesiva con gobiernos locales que puede acabar perjudicándole muy directamente (ataques a sus instalaciones, secuestro de ciudadanos, y otras acciones protagonizadas por grupos rebeldes), estableciendo una mayor armonía entre la satisfacción de sus necesidades de aprovisionamiento y los intereses de las poblaciones locales.


Atractivos envenenado

La ausencia de un código ético ambiental y laboral, la opacidad de algunas actuaciones, la minusvaloración de la importancia de los derechos humanos, la absolutización de la no ingerencia, son poderosos atractivos para algunos regímenes, en la medida en que su entendimiento con China puede ayudarles a resistir otras presiones internacionales y, en paralelo, promover un cierto desarrollo, pero difícilmente pueden contribuir a la estabilidad y a proyectar una imagen más benévola de China en el mundo, aspecto que revestirá una importancia cada vez mayor.

Por esas razones, la diplomacia china, como ha venido sucediendo en los últimos años, seguirá evolucionando para configurar nuevos equilibrios que sin romper del todo con sus planteamientos tradicionales ni poniendo en peligro el atractivo que representa para algunos regímenes, pueda incorporar algunas exigencias mínimas que atemperen las críticas internacionales.