La visita a Japón de Xi Jinping

In Análisis, Política exterior by PSTBS12378sxedeOPCH

El entendimiento sino-japonés parece vivir los prolegómenos de un nuevo tiempo. De una parte, la reciente visita a Beijing del secretario general del gobernante Partido Democrático Japonés (PDJ), Ichiro Ozawa, y de otra, la visita del vicepresidente Xi Jinping a Tokio, dan cuenta de la existencia de claras oportunidades para afianzar el estrechamiento de los intercambios bilaterales y profundizar en posibles mecanismos de integración en el Este asiático en un nuevo clima y sobre nuevas bases.  

La visita a China de Ichiro Ozawa, al frente de una delegación de 600 personas, sienta un referente para la consolidación de la base política del entendimiento entre el PCCh y el PDJ, pero también para promover los intercambios más allá de la economía, con especial atención a la defensa y a la cooperación estratégica.  

Por su parte, la visita de Xi Jinping, de tres días de duración, dejando a un lado la polémica surgida por el trato de favor concedido a su estancia, ha abierto numerosas expectativas con la mirada puesta en la convergencia de una renovación en los liderazgos de ambos países, ya consumado en Japón y en transición en China con el horizonte de 2012. La recepción concedida por parte del Emperador, violentando la etiqueta de la corte e irritando a los conservadores, confirma la excepcionalidad del momento. La gracia concedida a Xi Jinping, quien, sin complejos, tampoco se inclinó con la reverencia de costumbre ante Akihito (comprensible en Beijing y fuente de irritación al otro lado en razón del mismo ideario nacionalista), es fruto de la presión del gobierno de Hatoyama, en ejercicio deste septiembre último, y da cuenta de la importancia que el PDJ, pese a las numerosas críticas recibidas, atribuye a las relaciones con China, una de las referencias elementales de su política exterior, no solo como muestra de realismo ante la indisimulable pujanza del país vecino sino como ejemplo de un nuevo pensamiento diplomático.  

La agenda de Xi Jinping ha sido muy plural en sus contenidos, pero la nota más sobresaliente en sus intervenciones y comentarios ha sido la absoluta ausencia de referencias a los diferendos históricos que siempre han empañado las relaciones bilaterales y minado cualquier hipótesis de entendimiento estratégico. Ese “pasar página”, que complementa la renuncia de Hatoyama a abrir el frente de las visitas al templo Yasukuni o asuntos similares, sitúa las relaciones bilaterales ante la perspectiva de un futuro en el que estas cuestiones perderán importancia, sin que ello implique la renuncia a aprovechar el momento para resolver las diferencias existentes en este terreno, siempre delicadas.   

La doble apuesta que los dirigentes japoneses y chinos hacen por alentar mecanismos de integración del Este asiático que tengan en cuenta la traducción política de una identidad cultural compartida (lo cual descartaría, a priori, el apoyo a la propuesta australiana, que contempla la participación de EEUU en una alargada Comunidad de Asia-Pacífico) apenas ha sido formulada y exigirá de ambos países, con pareceres no del todo coincidentes, una aproximación de posturas con el reto de establecer los perfiles de un nuevo equilibrio regional con el axioma compartido de la exclusión de EEUU.  

Sin duda, cuando Obama anunció en su reciente gira por la zona la “vuelta” de Washington a la región estaba pensando, sobre todo, en laminar cualquier hipótesis de exclusión que pueda escenificar una tendencia a la baja de su influencia en el nuevo epicentro económico del planeta. Pero la última palabra la tendrán Seúl, Tokio y Beijing, donde los vientos parecen soplar en otra dirección.