Las preferencias de China

In Análisis, Política exterior by PSTBS12378sxedeOPCH

En chino, Estados Unidos se dice “meiguó”, es decir, “país bonito o de la belleza”. La expresión dice mucho del parecer de los chinos en relación a EEUU. Quizá esa consideración en su día también facilitó el entendimiento sino-estadounidense durante la guerra fría, primero con Mao, después con Deng, poniendo fin a su emblemática categorización como un “tigre de papel”. Cuando Deng Xiaoping visitó en 1979, en tiempos de Jimmy Carter, varias ciudades norteamericanas, quedó fascinado por su desarrollo, revalidando la decisión interna de procurar un nuevo modelo económico capaz de sacudirse la pobreza y el atraso del país a través de vías alternativas y complementarias de la planificación. Washington se implicó activamente en la reforma china y sus multinacionales se convirtieron en moneda común en el gigante asiático, obteniendo a cambio pingües beneficios.

Las relaciones a día de hoy, casi ocho lustros después de todo aquello, son mucho más complejas. El entorno estratégico que entonces les conminaba a la alianza frente a la URSS ahora se revuelve en contra de ambos, pugnando sin disimulo por la influencia global en áreas decisivas. China, convertida en la segunda economía del mundo y amenazando ya la supremacía estadounidense, ansía tener en la Casa Blanca un interlocutor que facilite el establecimiento de un nuevo modelo de relaciones entre grandes potencias capaz de evitar el conflicto abierto por la alternancia mundial. Pero ante los comicios del próximo 8 de noviembre y a la vista del decurso electoral, no se hacen grandes ilusiones, lo que nos explica cierta indiferencia preocupada.

La opinión pública china ha seguido con discreto interés los debates de los candidatos (a través de internet) y también los medios oficiales se han hecho eco de ellos parcialmente. La secuencia de ataques personales, la frivolidad que acompaña algunas intempestivas declaraciones, la ausencia de debate político sustancial con propuestas viables y efectivas para los principales problemas, el enorme poder del dinero en la contienda, son elementos que ayudan a descalificar el proceso electoral estadounidense y, en paralelo, para reivindicar las bondades del sistema político chino. En Beijing es inimaginable una “telenovela tan deplorable”. Si a ello unimos los casos de violencia armada creciente, angustia de la clase media, discriminación racial, déficit, etc., el actual EEUU se convierte en poco atractivo como modelo para la sociedad china, aunque esto no signifique que dejen de admirarlo en más de un aspecto, una actitud que persiste. Las palabras del ex presidente Jimmy Carter señalando que Estados Unidos es ahora una «oligarquía» en la que «el soborno político sin límites» ha creado «una subversión completa de nuestro sistema político como compensación a los principales donantes», resuenan a buen compás en la capital china. El intelectual nacionalista y nominado al Premio Nobel de Literatura, Lin Yutang, también ferviente admirador de EEUU y poco amigo de los comunistas chinos, decía: “Cada vez que contemplo una campaña electoral en EEUU pierdo la fe en la democracia”.

Hillary Clinton parece generar socialmente más simpatía que Donald Trump, especialmente entre las jóvenes, teniendo en cuenta su condición de mujer y una trayectoria de compromiso con su emancipación que le ha llevado también a criticar la política china actual en este aspecto. No obstante, aunque no se diga abiertamente, los recelos priman a nivel oficial ante su afán intervencionista en países terceros en defensa de grandes conceptos como la democracia o los derechos humanos que esconderían otros apetitos menos confesables relacionados con los intereses estratégicos de Washington. En Beijing no se pasa por alto su protagonismo personal en el cambio de estrategia internacional de EEUU tras el rechazo a la conformación de un G2 pasando a primar la presencia en el Pacífico, con el Pivot to Asia, responsabilizándola de las crecientes tensiones de China con los países ribereños de territorios marítimos en disputa. También le atribuyen un papel destacado en la concesión del Nobel de la Paz 2010 al disidente chino Liu Xiaobo.

Donald Trump no será peor en ningún caso, piensan, aunque su singular personalidad y temperamento augura inestabilidad. Pese a ello, caso de obtener la victoria, necesitará tiempo para adaptarse a la maquinaria presidencial y administrativa y ese periodo le permitiría a China ganar influencia en su entorno. El hecho de que las diferencias económicas primen en sus intervenciones en relación a China facilita un considerable margen para la negociación.

Pero a expensas del resultado final, lo que más preocupa a China es que la polarización que vive la sociedad estadounidense derive tras las elecciones en el aumento de las políticas proteccionistas o provocativas, tanto domésticas como internacionales. La obsesión de ambos candidatos en culpar a otros países (ya sea Rusia o China) de los problemas internos, por más habitual que sea, puede derivar en un incremento sustancial de las tensiones globales en los próximos años. Téngase en cuenta que ambos países, Estados Unidos y China, se adentran en un período histórico crucial. De su capacidad de entendimiento dependerá en buena medida la estabilidad y la paz global.