Qatar o Arabia Saudita, ¿con quién se queda China?

In Análisis, Política exterior by PSTBS12378sxedeOPCH

El aumento de las tensiones entre Qatar y los países vecinos de la península arábiga sugiere un dilema adicional para China que en los últimos años multiplicó sus vínculos con los estados de la zona.

Riad es uno de los socios más importantes en la región. Sus importaciones de China sobrepasaron los 23 mil millones de dólares en 2015. El Rey Salmán visitó Beijing en marzo de este año firmando acuerdos por valor de 65.000 millones de dólares, una cooperación que va más allá de la energía para centrarse en dominios estratégicos, incluyendo la defensa. Riad, además, mostró su apoyo a la Franja y la Ruta, asunto clave para Beijing dada su ubicación.

Pero también los lazos con Qatar son muy estrechos. Es el segundo proveedor de gas natural licuado después de Australia y el comercio con China equivale al 11 por ciento de su comercio exterior. Las empresas chinas tienen en este país un auténtico filón de proyectos en construcción e infraestructuras, buena parte de ellos relacionados con la copa del mundo de 2022. También Doha es clave en la Franja y la Ruta.

China siempre ha procurado mantener cierta neutralidad en los conflictos de la zona y conforme a su política de primar el fomento de los intercambios económicos para ganar contenido y confianza en las relaciones bilaterales ha promovido el apaciguamiento de las tensiones a través del comercio y el desarrollo. Desde 2004 negocia un TLC con el Consejo de Cooperación del Golfo en el que participan ambos países, tanto Qatar como Arabia Saudita. En ese mismo año, China fundó también el Foro de Cooperación sino-árabe que enmarca las relaciones con la veintena de países de la Liga Árabe.

Hasta ahora, China ha sido capaz de preservar los equilibrios con amistades sabia y equitativamente compartidas sin mayores contratiempos ni contraindicaciones, salvo pequeños costes. El ser un socio próximo de Irán no le ha impedido ser también un excelente cliente del petróleo saudí. Ese papel equidistante, arbitral y hasta benevolente en relación a las turbulencias habituales de la región se ha ido reforzando con una diplomacia que procuró siempre una rigurosa simetría en la gestión de los vínculos con las principales capitales. Hasta ahora con éxito.

La tradicional búsqueda de energía, que data de los años noventa, se ha ido completando con el tiempo con una influencia política creciente. Además, la zona ha ganado en importancia a la vista del desafío que representan para China las acciones terroristas en Xinjiang. Su propia seguridad interior está en juego y la cooperación en inteligencia es clave en este espacio, uno de los nudos estratégicos del planeta.

Aunque los intercambios económicos representan el tronco principal de las relaciones con todos los países de la región, el compromiso de China con la estabilidad de los regímenes del Golfo y su condición de mediador entre sunitas y chiitas le confiere una proximidad que intenta administrar con prudencia. Esta actitud contrasta con la virulencia habitual de las intrusiones de otros actores externos y que a menudo, como se cuida de destacar, exacerban las diferencias y agravan las tensiones.

No cabe esperar de China a corto plazo un cambio en esta estrategia como tampoco en las graves crisis que azotan la zona, desde Siria a Yemen, al igual que en sus vínculos con Irán; por el contrario, lo más previsible es una vuelta de tuerca a sus intereses centrales en la región y una elevación de sus apuestas para garantizar en mayor medida el éxito de su política de no tomar abierto partido y de primar la diplomacia.