¿Una nueva bipolaridad?

In Análisis, Política exterior by PSTBS12378sxedeOPCH

La visita de Hillary Clinton a China ha expresado a las claras el reconocimiento de la nueva Administración estadounidense a la significación global de Beijing, la tercera economía mundial. Por otra parte, ha servido igualmente para despejar el horizonte y disipar las pocas dudas que pudieran restar a propósito de la actitud a adoptar por Washington en las relaciones bilaterales, calmando la ansiedad de las autoridades chinas, siempre más temerosa de las administraciones demócratas, por cuanto, al menos en sus primeros momentos, siempre han manifestado una mayor beligerancia respecto a temas que en Zhonanghai son materia sensible, ya se trate de Taiwán, Tibet o los derechos humanos. Pero H. Clinton no podía decirlo ni más alto ni más claro: los derechos humanos no pueden ensombrecer otras cuestiones de mayor importancia. Un beneplácito que las autoridades chinas agradecerán especialmente en un año como este, con tantas fechas complicadas en el almanaque y la amenaza permanente de disturbios sociales como consecuencia de los efectos internos de la crisis.  

En las últimas semanas, las autoridades chinas han cuestionado con meridiana claridad las invitaciones al proteccionismo que se incluyen en los paquetes de estímulo aprobados por la Casa Blanca para responder a la crisis, y rechazado abiertamente las acusaciones de manipulación de su moneda, el yuan, formuladas por el secretario del Tesoro, Timothy Geithner, en enero pasado, quien pasó, en cuestión de días, de acusar a felicitar a Beijing por su respuesta ante la crisis. China, convertida ahora, más que nunca, en defensora a ultranza del libre comercio, ha alertado sobre las graves consecuencias de estas medidas en economías tan interdependientes, recordando, además, la importancia que tiene para Washington ganarse su confianza, matizando que, por el momento, no está en entredicho, pero que no la sacrificará a la defensa de sus propios intereses. Aún manteniendo su política de compra de bonos del Tesoro, los economistas chinos barajan ya diferentes medidas para salvaguardar el valor de sus reservas de divisas ante un comportamiento “irresponsable” de las autoridades estadounidenses. Además, Beijing ha reiterado una vez más la necesidad de poner fin a las limitaciones que aún lastran el comercio bilateral, especialmente en productos de alta tecnología, variable que, una vez liberalizada, podría ayudar a corregir el déficit comercial estadounidense. 

Hillary Clinton se reunió con el presidente Hu Jintao, con el primer ministro Wen Jiabao y con el ministro de asuntos exteriores, Yang Jiechi. Todo han sido buenos deseos y buenas palabras. La responsabilidad de ambas economías en la crisis del clima ha estado en la agenda, pero sin allegar compromisos tangibles que plasmen un cambio de rumbo apreciable. Por otra parte, en materia de seguridad, el largo inventario de problemas (desde Irán a Corea del Norte) y la nueva diplomacia que sugieren desde Washington abre oportunidades para que la influencia de China se haga sentir un poco más. Ambas partes han acordado la reanudación de los contactos militares paralizados desde octubre del pasado año.  

No obstante, la cuestión de fondo de mayor enjundia se refiere al formato futuro del diálogo bilateral y sus contenidos. Garantizada la continuidad de la orientación aplicada por la administración Bush y tomando buena nota del mutuo deseo de profundizarla y mejorarla, China aspira a reeditar una nueva bipolaridad de facto que solemnice su ascenso en la escala global. Hasta ahora, los diálogos estratégicos sino-estadounidenses han tenido un claro sesgo sectorial (económico, fundamentalmente) o regional (a propósito de América Latina, por ejemplo), limitando a cumbres ocasionales el diálogo al máximo nivel. Lo que ahora se plantea es un formato de cumbres de carácter integral y periódico presididas por Joe Biden y Wen Jiabao, en las que se abordarán todos los asuntos de la agenda bilateral y global. 

La visita de Hillary Clinton no ha despejado cuanto está en disposición de aceptar la Administración estadounidense, a quien, a priori, solo le interesa un impulso que pueda contribuir a estabilizar las relaciones bilaterales y garantizar el apoyo de China a su liderazgo y reformas, pero no a evidenciar cualquier clase de limitación a su hegemonía global. Ambas partes han remitido al encuentro que Hu Jintao y Barack Obama mantendrán en abril en Londres, en el marco de la reunión del G-20. Será entonces cuando podremos comprobar si la primera evidencia palpable de las consecuencias políticas de la crisis se resume en una foto que podría empezar a ser habitual. Ese diálogo, cada vez más de igual a igual, significaría que a China no se le podrían dictar recomendaciones, no ya por  que su voluntad política las rechazaría de plano, como hemos podido comprobar en numerosas ocasiones, sino porque el peso de su significación global ha adquirido tal magnitud que vuelve iluso cualquier intento de darle lecciones de comportamiento.  

Mientras H. Clinton regresaba a Washington, en Beijing se hacía recuento paralelo de los resultados de las misiones que han llevado en las últimas semanas a altos dirigentes del Partido, del gobierno y del Estado a los cuatro puntos cardinales del planeta. El activismo diplomático chino presagia un salto cualitativo en su estrategia global.