¿Viento en popa?

In Análisis, Política exterior by PSTBS12378sxedeOPCH

Para cualquier alto dirigente chino, la visita a EEUU tiene mucho de especial ya que, en clave interna, expresa un singular reconocimiento exterior de su legitimidad. Ello es consecuencia no solo de la trascendencia de la relación entre ambos países, que ha crecido de forma exponencial en los últimos años, sino  de cierto complejo imperial, producto de la consideración debida a quien ostenta el máximo poder global. Quien tuvo, retuvo.

Esta visita de Hu Jintao, la segunda que realiza en su mandato, no despierta, a priori,  expectativas de grandes cambios en las relaciones bilaterales. Tendrá mayor nivel que la anterior (2006), ya que esta visita de Estado será más completa y, probablemente, no se repetirán los “errores” de Bush (como la interpretación del himno de la República de China en lugar del oficial de la República Popular China). Las posiciones en los asuntos clave siguen enconadas. Y Hu Jintao, ya en fase de larga despedida de su cargo, difícilmente puede aspirar a poco más que resultados simbólicos.

¿Qué asuntos principales enturbian las relaciones sinoestadounidenses? Más allá de las diferencias en torno al yuan, el desequilibrio comercial, la propiedad intelectual, las medidas proteccionistas, el cambio climático, etc., todos ellos, en última instancia, negociables, la clave que más les distancia es la desconfianza estratégica. Cuando en noviembre de 2009, el presidente Obama propuso a Hu Jintao la formación de un G2 que escenificara no tanto la gestión compartida de la agenda global como la aceptación de su liderazgo y la renuncia a la disputa de la hegemonía otorgando garantías en tal sentido, Hu Jintao reaccionó como cabía esperar: deshaciéndose en elogios y buenas palabras, desmintiendo ambiciones y confirmando su vocación sinocentrista pero, sobre todo, defendiendo a ultranza la soberanía china.

Para allanar esta cumbre, el secretario de Defensa Robert Gates viajó a Pekín en los primeros días de enero. Los problemas de seguridad son cada vez más determinantes en las relaciones bilaterales. Taiwán es el primero de ellos, condicionado por la reiteración de las ventas de armas a la isla, pero también el aumento de la presencia estadounidense en el Pacífico Asiático, en consonancia con el mensaje de Hillary Clinton a los países de la zona: EEUU vuelve con fuerza a la región, con la intención de “protegerles” de la influencia china. La modernización militar, Tibet, Xinjiang, la crisis coreana, los litigios en el mar de China meridional, etc., conforman una agenda de enorme complejidad que se completa con unas diferencias sistémicas que tienden a ser crónicas.

¿Pueden China y EEUU construir una relación estable? Los altibajos van a seguir caracterizando las relaciones bilaterales. La desconfianza no es fácil de vencer y, por el momento, ambos países solo pueden aspirar a tolerarse mutuamente. De poco valen las promesas de Pekín de no competir con Washington por la hegemonía en el Pacífico. China superará en 2011 a EEUU como primer fabricante del mundo, un liderazgo ejercido durante 110 años, lo cual aumentará la ansiedad de Washington y, en paralelo, la autoconfianza china.

Entre ambos hay espacio para la cooperación, ya hablemos de la seguridad de las rutas marítimas, las crisis regionales, asuntos económicos y en muchos otros campos, pero las diferencias conceptuales que separan a ambos países no van a diluirse a corto plazo. Más aún, grandes y complicadas tensiones pudieran aguardar en el horizonte.