XVII Congreso PCCh: ¿Cambios en la política exterior?

In Análisis, Política exterior by PSTBS12378sxedeOPCH

La reflexión no está madura del todo, pero es indudable que el XVII Congreso del PCCh tomará buena nota de los acelerados cambios que se están produciendo en la conducción de la diplomacia china.

Impelida a desactivar los frentes de conflicto que puedan afear la buena imagen que ambiciona presentar de cara a los Juegos Olímpicos del próximo año, China encara numerosas crisis con un inevitable y renovado impetu que deja muy atrás aquel tiempo en que Deng Xiaoping sugería “no portar la bandera ni encabezar la ola”. No solo se trata de desarrollar una diplomacia que pueda acompañar las necesidades y exigencias de su desarrollo o atender a exigencias de coyuntura, cada vez más numerosas, sino de multiplicar una acción mediadora y moderadora en crisis de diferente magnitud pero con proyección internacional, en las cuales se exige a China que haga valer su hipotética influencia, ciertamente en ocasiones, por encima de sus propias posibilidades reales. Está ocurriendo con Myanmar, pero también con Sudán, con Irán, o con Corea del Norte. Las “amistades peligrosas” pasan factura a una China que siempre ha defendido el principio de no ingerencia en los asuntos internos como contrapunto de la exigencia de respeto a las singularidades de su propio proceso. Y cuando digo siempre, incluyo la presencia de dicho concepto en el vademecun de su filosofía tradicional, más allá de la época contemporánea, cuando el PCCh lo ha incrustado, aunque no siempre respetado, en la doctrina de la coexistencia pacífica que aún preside su política exterior.

El creciente papel protagónico de China en la escena internacional está operando por la vía de hecho un cambio cualitativo de gran significado en la diplomacia china. La mediación de Beijing, unas veces pública, otras veces discreta, está presente en crisis como la de Darfur-Sudán, Irán o Corea del Norte, referencias importantes aunque por distintas razones. En todas ellas revalida su firme oposición a las acciones militares y apuesta por el diálogo como mecanismo de solución, aunque sin descartar sumarse a políticas de sanciones como las promovidas por algunas potencias occidentales, siempre y cuando puedan contribuir a potenciar el diálogo y no deriven en perjuicios que agraven la situación de la población civil. Si a ello sumamos la también creciente presencia de sus fuerzas militares en operaciones de mantenimiento de la paz de la ONU (en un total de diez países), asumiendo ya funciones de liderazgo como ha ocurrido recientemente con la MINURSO, esa mutación, que hoy se expresa oficialmente en la promoción de una armonía basada en la distensión, deberá conocer en breve nuevos desarrollos teóricos para interiorizar su nueva implicación en los asuntos mundiales y responder a las contradicciones que suscita respecto a su tradicional política de no intervención, que hoy, cada vez más, puede ser un obstáculo que dificulte su proceso de modernización.

De mero espectador a árbitro primero, esa transición forma parte de la realidad de las relaciones internacionales contemporáneas. Pero que transformaciones experimentará en los próximos veinte años? Sus reticencias a una mayor implicación descansan en la subsistencia de una severa frontera entre la satisfacción de los intereses económicos y el desentendimiento de otras cuestiones de naturaleza política que forman parte del vocabulario y la agenda política del modelo globalizador impulsado por las potencias occidentales y que China remite a los asuntos internos. Pero, por cuanto tiempo más podrá mantener esa delicada dicotomía y donde basará su nueva actitud sin dejar de observar cierta coherencia con sus planteamientos y limites tradicionales?

Sortear el juego tantas veces maniqueo con en el que otras potencias quieren ponerla entre la espada y la pared, conduciendo los focos de la atención internacional de una crisis a otra en función de sus intereses estratégicos, la nueva situación constituye todo un reto para la diplomacia china, que ha ganado firmeza y seguridad, pero que no puede evitar la politización de relaciones y fenómenos que desearía ver limitados a la economía, el comercio o el deporte, bien alejados de los debates acerca de la democracia o los derechos humanos. Visiblemente sobrepasada por unos acontecimientos que en pocos años han ido “consumiendo” sus teorizaciones acerca de la multipolaridad, la emergencia o el desarrollo pacífico, le urge ya una propuesta teórica que le devuelva la iniciativa en este campo y demuestre la existencia o no posible de una diplomacia alternativa.

Todo ello ha sido objeto de consideración ya en la reunión central sobre asuntos exteriores celebrada en agosto último. En ella se identificaron algunos retos importantes, apostando por la defensa del multilateralismo, el diálogo estratégico con los principales socios  y por la construcción de un mundo armonioso, en aplicación del antiguo concepto filosófico chino a la diplomacia moderna.  Pero una visión tan bientencionada como idílica no parece suficiente para afrontar las complejidades y peligros del mundo del siglo XXI.