Bo no va

In Análisis, Sistema político by PSTBS12378sxedeOPCH

La fulminante destitución de Bo Xilai nos trae a la memoria aquella máxima de Lin Yutang que nos alertaba de que la política en China es un arte y no una ciencia. Con esa sabiduría se han manejado los hilos en este asunto. Y lo que pasó tenía que pasar. A pesar de su linaje familiar o sus credenciales gestoras más o menos impolutas, la figura de Bo Xilai se había asociado en los últimos años a una nueva lectura de algunos aspectos del maoísmo que producían hilaridad y temor en algunos sectores dirigentes del PCCh. En su ciudad-Estado de más de treinta millones de almas, Chongqing, experimentó un nuevo modelo de gestión que hacía hincapié en lo público y lo social, en la autogestión, en la recuperación del simbolismo rojo, en la búsqueda de expresiones políticas alternativas que pudieran conformar una tercera vía entre el inmovilismo y el pluralismo. Demasiado temerario.

Su discurso parecía calar en una sociedad muy crítica con el avance de las desigualdades y que sentía cierta comprensible añoranza del igualitarismo característico de los tiempos previos a la reforma. Por otra parte, su azote contra la corrupción sonrojó a todo el país y su responsable directo, Wang Lijun, encumbrado como héroe. Este no obstante acabó viéndose involucrado al parecer en la misma red que pretendía desenredar. De este modo, sirvió en bandeja la cabeza de su mentor, a quien venía acompañando en sus responsabilidades desde los tiempos en que ejerciera como secretario del partido en la ciudad norteña de Dalian.

Las críticas, unas abiertas y otras implícitas, al denguismo que implicaba esta propuesta concitaron a un sector importante e influyente en la estructura burocrática, académica y militar, que poco a poco se fue organizando y amenazaba con dinamitar el consenso que ha venido primando en la dirección política en torno al rumbo marcado por la reforma iniciada en 1978.

Las invocaciones a la Revolución Cultural del primer ministro Wen Jiabao en la conferencia de prensa final de la sesión anual del parlamento chino venían a cuento de ese peligro de división del partido, un tabú interno que alerta de las graves consecuencias de la exacerbación del debate ideológico. Por más que intentara presentarse esta propuesta como una invocación no excluyente, los fantasmas del pasado volvían a transitar por Zhonanghai, la sede del gobierno.

La destitución de Bo Xilai constituye un gesto de firmeza que disipa esa enrarecida atmósfera política, desautoriza cualquier titubeo con el maoísmo cualquiera que sea su fundamento si se aleja del tono oficialmente aceptable y en buena medida clarifica el horizonte del XVIII Congreso del PCCh que debe celebrarse el próximo otoño. Su debate no será si proseguir o no la reforma sino cómo impulsarla.

En vísperas del anterior congreso, celebrado en 2007, ocurrió algo similar pero en Shanghái, destituyendo a su secretario, Chen Liangyu. Entonces, no obstante, no había diferencias políticas notables sino la habitual pugna entre clanes por asegurarse las convenientes cuotas de poder. El destituido Chen era afín al anterior secretario general, Jiang Zemin. En Bo Xilai, por el contrario, había una propuesta política diferente, aunque no pocos dudaban de su sinceridad, no dejando de extrañar su aparente defensa de la cultura política maoísta cuando en su propio entorno familiar había vivido las represalias de la Revolución Cultural de la que Mao fue notorio instigador. Precisamente, también en esa época era harto frecuente el recurso a la promoción de movimientos sociales con el objeto de encubrir ambiciones políticas menos confesables.

Su cese no significa que el PCCh comulgue con la prédica de Wen Jiabao al reivindicar una reforma política, vaga y que nunca acaba de precisar por otra parte. Ese mismo Wen reclamaba desde la tribuna un mayor control de Internet generalizando el registro de usuarios de microblogs con su nombre verdadero que ya funciona en algunas ciudades como Beijing. En el mismo foro se han podido oír las voces de jerarcas como Wu Bangguo o Jia Qinglin descartando cualquier modificación básica del sistema y reafirmando la dirección absoluta del PCCh. Ambos expresaron hace unos meses su disconformidad con la proliferación de listas independientes en los comicios locales y lo que más le importa de la experiencia de elecciones democráticas llevadas a cabo en Wukan es evitar su contagio al resto del país.

No existe consenso al detalle en la cúpula china actual respecto al rumbo a seguir y este será uno  de los más delicados legados que deberá gestionar la generación siguiente porque ha llegado el momento de elegir camino. Hu Jintao y Wen Jiabao han planteado muchos problemas pero no han sabido o no han podido darle solución a la mayoría. Puede que existan coincidencias respecto a la necesidad de no mirar atrás y en promover la adaptación constante a los cambios que experimenta el país y la sociedad, pero ni los ritmos ni los planteamientos son compartidos de igual forma. La correlación de fuerzas que refleje la próxima dirección política será determinante para atisbar el rumbo político de China en los próximos años.