China-EEUU: un año de desencuentros Xulio Ríos es director del Observatorio de la Política China

In Análisis, Sistema político by Xulio Ríos

El año 2018 quedará marcado en la agenda por el auge de las tensiones comerciales entre EEUU y China, temporalmente enfriadas tras la tregua de 90 días pactada entre Donald Trump y Xi Jinping en Buenos Aires, Argentina, el 1 de diciembre. Washington impuso aranceles a productos chinos por valor de US$250 mil millones. Las cesiones de Xi en varios dominios evitaron que en enero se elevaran y se ampliaran a la práctica totalidad del comercio con EEUU. China, por su parte, mantiene los aranceles impuestos a productos estadounidenses por valor de US$110 mil millones. La progresión de la escalada se evitó: no se elevarán más los aranceles ni se aplicarán otros nuevos pero persisten las dudas sobre la voluntad y la capacidad de ambas partes para conjurar las tensiones que podrían aflorar de nuevo, quizá con más ímpetu.

Trump acusa a China de prácticas comerciales desleales que explicarían su abultado déficit comercial e incluyen el uso de subsidios industriales, afectación al empleo estadounidense, robo de tecnología y propiedad intelectual en general, etc. Aunque es lo más visible en las tensiones bilaterales, el comercio es quizá poco relevante si lo comparamos con la magnitud de las tensiones estratégicas. Si en aquellas la negociación, aunque difícil, puede abrirse camino, en estas es harto complejo al afectar a intereses que ambas partes consideran vitales. La rivalidad sino-estadounidense abarca no solo al comercio sino a las inversiones, la tecnología, la influencia política, la controversia cultural o en la esfera militar. La insistencia en la transferencia forzada de tecnología y robo de la propiedad intelectual revela la ansiedad de EEUU por la creciente fuerza científica y tecnológica de China, probablemente el frente más destacado de las tensiones en el momento presente.

Si el año 2017 culminó con la adopción de una estrategia de seguridad nacional que señalaba con el dedo a China (y Rusia) como principal rival estratégico, dicho planteamiento recibió una nueva vuelta de tuerca en 2018 con el discurso del vicepresidente Mike Pence en el Instituto Houdson en octubre, tocando a rebato contra las ambiciones chinas, una alocución que algunos comparan ya con la pronunciada por Winston Churchill en  el Westminster College de Fulton (Missouri) en 1946. La consolidación del concepto de “seguridad nacional” como llave mágica para enfrentar el reto chino es un éxito, con difícil marcha atrás en la Administración Trump, y tanto servirá para bloquear las inversiones de China en EEUU como para acelerar la estrategia del Indo-Pacífico a fin de contener sus ambiciones regionales y globales. La seguridad de EEUU se hace depender de su prevalencia estratégica en todos los dominios, ya sea militar, tecnológico, comercial o económico.

En igual sentido cabría interpretar el denominado “caso Huawei”, que estalló en diciembre de 2018 cuando fue detenida una alta ejecutiva de dicha empresa tecnológica china bajo la acusación de EEUU de haber infringido el embargo a Irán. Meng Wanzhou, hija del fundador de Huawei y antiguo oficial del Ejército Popular de Liberación Ren Zhengfei, no solo fue víctima del imperial poder extraterritorial del derecho estadounidense sino también de la competencia estratégica global entre China y EEUU.

Huawei es el número dos mundial de smartphones, por delante de la estadounidense Apple. Regularmente es acusada por los servicios occidentales de ser uno de los principales instrumentos de espionaje y captación de tecnologías de China y referente clave de su programa Made in China 2025 que pretende culminar la transformación de la “fábrica del mundo” en el mayor Centro Tecnológico Mundial. Huawei ha multiplicado sus inversiones en inteligencia artificial, 5G, semiconductores, realidad virtual, etc. Imposible no interpretar la detención de Meng Wanzhou como un nuevo mensaje para contener las ambiciones tecnológicas chinas.

Una vez más, sin sonrojarse lo más mínimo al cantar las excelencias de la independencia del poder judicial del poder político en los estados de derecho occidentales, constatamos como la capacidad extraterritorial de las leyes estadounidenses se convierte en un ariete más de las maniobras globales de Washington para asegurarse la hegemonía mundial. Paradójicamente, el propio Trump reconoció indirectamente la utilización de la detención de Meng Wanzhou como valiosa pieza de sus negociaciones comerciales con Beijing, siendo amigablemente advertido por la ministra de Exteriores canadiense, Chrystia Freeland. Si finalmente Meng resulta extraditada para ser juzgada en EEUU, el impacto en China de esta circunstancia hará volar por los aires cualquier posibilidad de negociación bilateral efectiva durante mucho tiempo.

En dicho contexto, EEUU ha intentado también fortalecer sus asociaciones en Asia-Pacífico como contrapeso al creciente poder militar de China. El Secretario de Defensa James Mattis realizó casi una decena de viajes a la región y su misión principal ha consistido en alentar a los diversos países a hacer frente a China en las disputas marítimas conminando a cada país a elegir bando sin dilación.

En su ofensiva, EEUU incrementó exponencialmente sus críticas a la hora de acusar a China de practicar un nuevo tipo de colonialismo, de utilizar la diplomacia de deuda para ampliar su influencia, de comportamiento depredador, de apilamiento de una deuda enorme sobre países más pequeños que resultará difícil de pagar. La China expansionista, con su Iniciativa de la Franja y la Ruta a la que EEUU opone una hostilidad creciente, es ahora invocada como una amenaza para el modelo occidental, alertándose sobre la popularidad del modelo chino en los países en vías de desarrollo.

En el frente militar, también las tensiones van en aumento. EEUU impuso sanciones después de que Beijing comprara aviones de combate y misiles rusos. En septiembre, dos buques de guerra de ambos países casi chocaron en el Mar de China meridional. El incidente tuvo lugar a 7.500 millas de las costas más cercanas de EEUU, mientras las negociaciones de China con ASEAN sobre un código de conducta en la zona parecen avanzar por buen camino por primera vez en años. Washington aviva las tensiones con el argumento de la libertad de navegación, actuando en aplicación de la Convención de Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar (UNCLOS, siglas en inglés) que justamente EEUU no firmó.

Las respuestas de Xi Jinping

A China le interesa introducir dosis de moderación en sus relaciones con EEUU multiplicando los gestos para suavizar las tensiones. Quizá por eso, Xi se ha mostrado más prudente que Trump en la gestión de las diferencias. En primer lugar, reiterando una nueva ola de reformas internas en un momento en que su rumbo es cuestionado, plasmada en medidas de apertura en algunos sectores y promoviendo la primera feria mundial de importaciones, un llamado a mejorar el equilibrio de sus relaciones comerciales con los demás países, y multiplicando su agenda internacional en la búsqueda de socios y aliados en su defensa del libre comercio y contra el proteccionismo. En segundo lugar, desplegando grandes iniciativas, internas y externas, para saltar los muros que EEUU pretende disponer para contenerla. En tercer lugar, multiplicando las políticas de seducción en relación a otros países desarrollados para evitar la formación de un sólido frente anti-chino. En cuarto lugar, plantando cara a EEUU para poner en evidencia sus argumentos, especialmente cuando sus ataques afectan a nervios sensibles.

Cuando el Pentágono acusa a China de representar una amenaza que disemina información falsa por doquier o intenta influir en sus procesos electorales, Beijing recuerda que EEUU tiene un poder cibernético sin rival y es el mayor fabricante de tecnologías clave. Su cibercomando es uno de los diez comandos de combate unificado del Departamento de Defensa. Las revelaciones de Edward Snowden nos recuerdan que ni siquiera los aliados más estrechos están a salvo de su espionaje. Pero acusa a China de ser una amenaza a la ciberseguridad global….

China, en cualquier caso, no parece dispuesta a ceder en cuestiones que considere de principio. En el caso Huawei, por ejemplo, no solo reaccionó duramente ante Canadá con la detención del ex diplomático Michael Kovrig y del empresario Michael Spavor como represalia, sino que anunció su firme intención de continuar con el comercio con Irán, desoyendo las advertencias estadounidenses. Por su parte, el influyente asesor de seguridad nacional John Bolton anunció que la presión se intensificará cada vez más aumentando la posibilidad de que los desencuentros vayan a mayores. La sombra de la Trampa de Tucídides parece extenderse a la larga y dura pugna que enfrentará a ambas potencias en los próximos años.

Dicho enfrentamiento debe ser debidamente contextualizado. Es verdad que China es el mayor socio comercial de más de 120 países, entre los cuales los 15 primeros absorben casi el 70 por ciento de su volumen total de exportaciones. En 2000, China representaba el 10 por ciento del PIB de EEUU; en 2017, el 60 por ciento. Según el FMI, en 2014 y en términos de paridad de poder de compra ya representaba la primera economía mundial. Su PIB per cápita, no obstante, no alcanza los 9.000 dólares frente a los casi 60.000 de EEUU, lo cual indica que le falta mucho para situarse al nivel de los países desarrollados. Su IDH le sitúa en la posición 86 a nivel global. Su esfuerzo militar, que ciertamente ha mejorado, se encuentra aun a gran distancia del poderío estadounidense. Por citar una evidencia en un ámbito de gran importancia para ambos: EEUU dispone de 19 portaaviones y 2 más en construcción; China tiene 2, uno de ellos reciclado, y uno más en construcción.

Desgaste interno

Cuando se las prometía tan felices tras lograr eliminar el límite de los dos mandatos presidenciales consecutivos en las sesiones anuales que en marzo celebró el macroparlamento, Xi Jinping debió afrontar las primeras críticas de peso a su gestión en un verano marcado por los rumores de discrepancias en la cúpula china.

Buena parte del primer mandato de Xi (2012-2017) se orientó a cerrar filas, equiparando toda crítica interna con deslealtad. Junto a la severa campaña contra la corrupción, ello le permitió asentar un liderazgo indiscutido en el seno del Partido Comunista, confirmándole como el primus supra pares donde antes el secretario general fungía como primus inter pares.

Pese a los intentos de infundir confianza cortando el paso a toda disensión, las dudas emergen en la China de Xi. Cuando no es la salud de los grandes grupos industriales, la notoria deuda de los gobiernos locales, la caída de la bolsa –un 25 por ciento la de Shanghái en seis meses- o la debilidad del yuan, lo es el presunto despilfarro en la ayuda exterior o la eficacia de los proyectos de la Iniciativa de la Franja y la Ruta. Y a ello hay que añadir la atmosfera de fragilidad asociada a la guerra comercial con la Administración Trump: ¿habrá acertado o no el gabinete chino a la hora de evaluar el comportamiento de EEUU? ¿Es la respuesta dispensada por el PCCh la más adecuada?

Los textos y opiniones críticas vertidas este año por autores como Xu Zhangrun o Deng Yuwen y los avisos sugeridos por veteranos del Partido en el encuentro de verano en el balneario de Beidahe, a las afueras de Beijing, evidencian que Xi ha dejado de ser intocable. Aunque su figura sigue siendo incuestionable y su liderazgo no corre peligro, proliferan los indicios de erosión de su presunta infalibilidad. Las alertas del riesgo de regreso al totalitarismo o urgiendo poner fin al culto a la personalidad, a recuperar el límite de los dos mandatos o a resucitar la dirección colegiada, interponen un serio obstáculo a los hipotéticos planes de sobrepasar a Deng Xiaoping en el escalafón político.

La insistencia en agravar los castigos relativos a la propagación de rumores o las amenazas de más duras sanciones a los funcionarios negligentes expresarían cierto nerviosismo y preocupación ante un hipotético escenario de crisis grave. Pese a ello, la crítica se abre camino.

El resurgir del primer ministro Li Keqiang, hasta hace poco abiertamente ninguneado, o la práctica desaparición de Wang Huning, el número cinco en la jerarquía, son también expresiones del momento bajo de Xi. A Wang se le acusa de haber ido demasiado lejos en su mensaje de afirmación del poder nacional, lo que habría ayudado a exacerbar las tensiones con EEUU. La exageración temeraria de las capacidades internas y la insistencia ideológica en el regreso a los orígenes, habrían afectado a su influencia. No es probable que Xi deje de apoyarle pero al igual que ocurre con el vicepresidente Wang Qishan por problemas que le relacionarían con la empresa Hainan Airlines, será objeto de relativa cuarentena por cierto tiempo. El eco de estas transformaciones podría catalizarse en las sesiones legislativas de la primavera del año próximo.

La sensación de agotamiento del discurso ilusionante con el que Xi inició su mandato, apelando a cumplir de una vez por todas el sueño chino, converge con el agravamiento de las tensiones comerciales y de otro tipo con EEUU. Xi no puede permitirse el lujo de admitir una alteración de los magnos objetivos marcados en el XIII Plan Quinquenal pues tienen como referente el primer centenario de la fundación del PCCh (2021). Pero las diferencias con Washington, si se agravan, pueden tener impacto en la marcha de la economía, lo cual podría afectar a la estabilidad socio-política del país.

La idea de que la guerra comercial se atasca y va para largo gana terreno entre los dirigentes chinos. Pese a que Trump asegura que solo persigue corregir el déficit comercial y acabar con las prácticas desleales, esto no sería del todo cierto.  Lo que en última instancia pretendería EEUU es obligar a China a cambiar su modelo de desarrollo a fin de homologarlo plenamente con las economías avanzadas de Occidente. Esto le haría entrar en las redes de dependencia de EEUU, laminando su soberanía y evitando el hipotético recambio en la hegemonía global.

 

La estrategia también afectaría a la propia hegemonía del PCCh en la sociedad china, que hoy, cuarenta años después de haberse iniciado la política de reforma y apertura, ejerce contando no solo con un brazo militar a cada paso más musculoso sino igualmente con un brazo económico representado por un sector público que pilota el rumbo del país a expensas de un mercado obligado a seguir sus reglas. De ser así, la vital disyuntiva del Partido Comunista abonaría un enfrentamiento que puede durar más años de lo previsto y que podría trasladarse del comercio a otros ámbitos a una escala hasta ahora desconocida. Internamente, Xi tendría entonces que elegir entre hacer concesiones o exacerbar la pulsión nacionalista.