El déficit democrático del sistema político chino

In Análisis, Sistema político by PSTBS12378sxedeOPCH

China celebrará el próximo 1 de octubre, el 60º aniversario de la Republica Popular China, proclamada por Mao Tse Tung en la plaza Tiananmem de Pekín en 1949. Tras su muerte en 1976, su sucesor Deng Xiao Ping impulsó a partir de 1978, un gradual proceso de modernización y de desarrollo económico que ha convertido hoy a China en la 3ª economía mundial.

 

Sin embargo, desde una óptica occidental, el proceso de modernización y desarrollo  chino no se ha traducido en el establecimiento de un verdadero “Estado de derecho”, con una clara división de poderes. Tampoco existe un pluralismo político que permita la alternancia en el ejercicio del poder. Sigue produciéndose “una confusión de poderes”, entre el Estado y el Partido Comunista Chino (PCCh). Este defiende que las reformas del sistema político deben adaptarse a “las características chinas”. El PCCh. prioriza el desarrollo económico y contempla la reforma política como un proceso a desarrollar en varias décadas.

 

Es innegable que el crecimiento económico chino es extraordinario. Un sistema autoritario como el chino puede, a corto y medio plazo, movilizar grandes recursos para hacer crecer rápidamente el país. Sin embargo, la falta de contrapesos o controles democráticos en el sistema, puede conducirle también a cometer graves errores políticos y económicos. La opacidad con que las autoridades chinas han tratado el 20º  aniversario de la matanza ocurrida en la plaza de Tiananmen en 1978 o la dureza con que están tratando los conflictos en Tibet y Xinjiang, demuestran el déficit democrático del modelo político chino.

 

Un sistema democrático no garantiza por si solo el desarrollo o la eficiencia económica, pero esta no debe ser una excusa para negar o limitar las ventajas de vivir en un sistema democrático. La democracia sí existe en India y en otros países asiáticos donde la legitimidad del poder se asienta en el sufragio universal y libre. Incluso en Japón, Corea del Sur e incluso en Taiwán, con una base cultural confuciana, existe un pluripartidismo que puede permitir la alternancia política.

 

China ha crecido económicamente, aunque persiste la corrupción, se han incrementado las desigualdades territoriales y sociales y sufre un fuerte impacto medioambiental. En India las desigualdades son mayores. Pero los sistemas democráticos cuentan, a medio y largo plazo, con la ventaja de tener unos cauces políticos e institucionales que reconocen el pluralismo y aseguran la participación efectiva de los diversos  grupos e

          

intereses políticos, económicos, sociales y religiosos del país. En las elecciones generales celebradas en abril y mayo, 417 millones de ciudadanos indios pudieron elegir a sus diputados entre distintas opciones políticas. También los japoneses acudieron a las urnas el 30 de agosto y decidieron en un trascendental proceso electoral abrir las puertas a la alternancia política.

 

En China no hay elecciones ni prensa auténticamente libres. Se controla y persigue a los disidentes de todo tipo. Incluso se restringe, por razones políticas, el libre acceso a Internet. Las autoridades chinas silencian a sus súbditos chinos lo que realmente pasó en la plaza Tiananmen el 4 de junio de 1989 y lo que ocurre actualmente en Tibet y Xinjiang. Solo en Hong-kong se disfruta por ahora del derecho de expresión y la libertad de prensa. Mientras tanto, los tibetanos y los uigures sufren la violación de sus derechos políticos, sociales y culturales. El régimen chino pretende asegurar la “armonía social” dentro del sistema monopolizado por el PCCh. a costa de reprimir, si es preciso, los derechos del mosaico de naciones y de minorías culturales, étnicas y religiosas que componen el gran coloso chino.

 

Abrir las puertas al pluralismo y de la diversidad existente en el país constituye la gran asignatura pendiente y una de las lagunas o  insuficiencias de la gobernabilidad en China. Los conflictos de Tibet y Xinjiang merecen una seria reflexión sobre sus causas  y efectos. La Constitución china reconoce la existencia de 55 grupos étnicos pero la rigidez del sistema político ahoga, a favor de “una  identidad nacional china” y de la etnia Han mayoritaria, otras realidades nacionales, culturales o étnicas. La protección efectiva de los derechos de estas últimas y su encaje, por vías democráticas, dentro de un sistema político más “plural” es un gran y delicado reto que debería afrontar China.