El doble mensaje de China

In Análisis, Sistema político by PSTBS12378sxedeOPCH

Las sesiones parlamentarias que en los primeros días de marzo se celebran en China transmiten este año un doble mensaje. El primero, que el proceso de reforma se encuentra ante un nuevo punto de partida. Segundo, que el poderío global de China, visiblemente reforzado en el marco de la crisis financiera global, no se traducirá en una mayor apuesta por la inversión en defensa a pesar del previsible aumento del pulso estratégico con EEUU. 

En efecto, la necesidad de un cambio en el modelo de desarrollo, ya presente en la agenda antes de la crisis, es ahora una exigencia insoslayable que debe afrontarse en condiciones ciertamente complejas debido a la reducción de las exportaciones cuando esta ha sido, hasta ahora, una de las claves esenciales que explican el vertiginoso crecimiento de la economía china (junto a la mano de obra barata y la inversión exterior). De una parte, exigirá una profunda modificación de la estructura industrial y productiva. De otra, la incentivación de la importancia de los factores tecnológicos o ambientales. Por último, el establecimiento de las bases de un modelo social más justo. ¿Logrará China superar con éxito la gestión simultánea de tantas variables?  

Sea como fuere, el modelo vigente es totalmente inviable, no solo por la crisis financiera y sus impactos, sino porque ha llegado a un punto en el que se hace insostenible. Desde el inicio de su mandato, Hu Jintao ha apostado por prestar una mayor atención a lo social, aspecto alarmantemente descuidado en las últimas décadas. El panorama en este sentido sigue siendo desolador. Los esfuerzos del gobierno en el último lustro han producido unos resultados muy flojos, tanto que las desigualdades no han dejado de aumentar, generando un ambiente de irritación social que en cualquier momento puede explosionar de forma incontrolada. Vivienda, empleo, ingresos, salud, educación, son el dazibao de millones de chinos que exigen una mayor socialización de los beneficios del progreso alcanzado y el final de la corrupción rampante, considerada por muchos como el problema número uno de la sociedad china y que afecta de lleno a la integridad del PCCh y sus millones de funcionarios.   

En el orden ambiental, el daño causado a los recursos naturales en las tres últimas décadas genera honda preocupación y obliga al gobierno a paralizar numerosos proyectos de inversión promovidos por los poderes locales o regionales. Solo en 2009, han sido paralizadas inversiones industriales contaminantes por valor de 180 mil millones de yuanes (más de 26 millones de dólares). Los compromisos anunciados por China en Copenhague apuntan a una reducción de la intensidad de la contaminación y una firme apuesta por otras energías (eólica, solar, nuclear, hidráulica) diferentes al carbón. Pero aun llevando a cabo sus ambicioses planes, en 2020, las dos terceras partes de su consumo de energía dependerán del carbón.  

El anuncio sobre la magnitud del incremento de los gastos de defensa para 2010 (7,5%) fue de los primeros y más destacados. Mientras el gasto militar de EEUU se sitúa en niveles récord y sigue creciendo con el evidente propósito de garantizar su dominio global a pesar del déficit y de la gran incertidumbre económica, la decisión de Beijing incide en descartar cualquier hipótesis de implicación a corto plazo en una contraproducente carrera armamentista, sin que ello suponga desantender su presencia en escenarios clave (como el Golfo de Adén) o la potenciación de las relaciones militares con muchos de sus socios económicos, especialmente los de mayor importancia estratégica.  

Ello supone también fijar como prioridad central de la fase actual la atención a la definición de nuevos equilibrios internos que impidan la ampliación de los focos de inestabilidad en el país. La defensa es un capitulo esencial de la modernización impulsada por el PCCh pero no su mascarón de proa. Las apuestas por el desarrollo de la armada o la guerra cibernética, en paralelo al impulso del programa espacial, que no se paralizará, son vectores clave de dicho proceso. En tales circunstancias, la asunción de responsabilidades globales estará condicionada por la absoluta priorización de los desafíos internos. 

En el orden político, la modificación de la legislación electoral, estableciendo idénticos parámetros de proporcionalidad para la representación urbana y rural, es un paso en la dirección correcta, habida cuenta que en el campo residen hoy poco más del 50% de la población. Esa equiparación, al igual que la inminente reforma del hukou o permiso de residencia que segrega a residentes urbanos e inmigrantes campesinos sin derechos en las ciudades chinas, debiera ser un primer paso para afianzar procesos de democratización que favorezcan la superación de tantos déficits presentes en el sistema político chino.  

Las promesas de más inversiones en las regiones del Oeste (mayoritariamente habitadas por nacionalidades minoritarias) en paralelo al aumento de las dotaciones de los destacamentos policiales, deja en el aire (o más bien parece descartar) la recuperación de la iniciativa política por parte del gobierno central frente a las reclamaciones de autogobierno de tibetanos o uigures, especialmente insatisfechos con la situación actual y dificilmente silenciables con políticas gubernamentales que ignoren la dimensión política de sus quejas. La prioridad concedida por el gobierno central a estas dos nacionalidades está generando disgusto en otras pequeñas nacionalidades que se consideran olvidadas. 

En la recta final de su mandato, el tándem Hu Jintao-Wen Jiabao afronta su momento más complejo y delicado.