¿El hombre equivocado?

In Análisis, Sistema político by PSTBS12378sxedeOPCH

No falta el suspense en el proceso de designación del sucesor de Hu Jintao. Se esperaba su nombramiento como vicepresidente de la Comisión Militar Central, asociado a la confirmación como virtual heredero, en el pasado septiembre. Pero no fue así. Se argumentó a posteriori que llegaría después de las celebraciones del sexagésimo aniversario de la fundación de la República, a lo largo del mes de octubre y después de la gira por Europa del llamado al cargo: Xi Jinping. Pero tampoco. Algunos datos confirman que esta dilación puede ser una simple anécdota: Xi fue el único que tomó la palabra en la citada sesión plenaria de septiembre, lo que vendría a confirmarle como la voz autorizada de la “quinta generación”. Por otra parte, su ascenso no tiene por qué seguir el mismo periplo recorrido por Hu Jintao en su día ni que vaya a acumular, necesariamente, los tres puestos de mayor significación en el partido, en el Estado y en el Ejército. Otros, no obstante, hurgan en la supuesta herida: Xi, dicen, es crítico con la actual orientación económica promovida por el tándem Hu-Wen que apuesta por el crecimiento a lomos del consumo, orillando las transformaciones estructurales que exige la economía china y discrepa de algunas de las medidas en curso, llegando por tales motivos a sugerir su renuncia, lo que explicaría estos “retrasos”.   

Faltan tres años para que el relevo se produzca, pero cierta incertidumbre se respira en el ambiente. Xi goza de popularidad, acreditada tanto por su discreción, en China más apreciada que el carisma, como por el éxito de su gestión reciente (desde los Juegos Olímpicos a las celebraciones del sexagésimo aniversario) y pasada. Sin duda, es el favorito. Sin identificarse con Hu Jintao, a diferencia del probable y futuro segundo hombre fuerte, Li Keqiang, su independencia y la condición de “príncipe rojo” le pueden abrir puertas. No parece probable, por otra parte, que existan razones para justificar una ruptura de la institucionalidad promovida por Deng Xiaoping y que limita a dos los mandatos de los dirigentes. Hu no ambiciona enrocarse en el cargo, aunque tampoco despeja la sucesión. 

En el pulso existe un tercer protagonista: el ex presidente Jiang Zemin. Como se ha visto en las últimas semanas, con sus apariciones en televisión y la promoción institucional de sus libros en Frankfurt, su influencia es grande y no parece haber decrecido un ápice siete años después de abandonar el cargo. De igual forma que ha intentado limitar la autonomía de Hu Jintao encorsetándole con afines suyos, ahora intenta influir en la composición final de la cúpula que regirá los destinos de China a partir de 2012 con la principal obsesión de preservar su legado. El hecho de que ningún veterano pueda hacer oír su voz en este proceso o que la madurez democrática interna del PCCh sea tan débil y esté tan mediatizada, impone tanto severas cautelas como exigencias de mucha cintura a los diferentes protagonistas del proceso. Frente a la influencia de Jiang Zemin, Hu Jintao antepone su capacidad y visión estratégica, discreta pero muy efectiva.

Por otra parte, no deben menospreciarse los efectos internos que pudieran tener la corrupción, los conflictos étnicos, los problemas sociales, las incertidumbres económicas o la política exterior en las tomas de posición de los diferentes grupos de poder internos que bien pudieran cristalizar en controversias de cierto calado o utilizarse como arma arrojadiza para facilitar determinadas estrategias políticas. En este último tramo de su mandato, el mensaje de Hu Jintao apunta a un cierre de filas, si bien aumentando formalmente el margen del debate interno con el infranqueable límite de la preservación de la unidad. Ese es el tono del consenso actual, base de una estabilidad que, por otra parte, equipara toda expresión de espontaneidad de la sociedad civil a una amenaza desconcertante a su condición dirigente. En tiempos de sucesión, las rivalidades en tan peculiar “colegio electoral” ganan proyección e intensidad.  

Poco se sabe del ideario o convicciones auténticas de Xi Jinping. De talante moderado y fama de honesto y firme, en esa ignorancia permaneceremos, como mínimo, hasta 2012. En lo ideológico-político, su retórica comparte la apuesta por fortalecer un partido cada vez más alejado del maoísmo en el discurso pero fuertemente implantado como una burocracia neoconfuciana que debe preservar su posición dominante, si es preciso, acorralando sin contemplaciones a aquellos sectores que pueden disputarle la hegemonía, ya sean disidentes, grupos económicos, religiosos o mafias criminales.  

A estas alturas del proceso de emergencia histórica, el sanedrín chino no puede permitirse el lujo de errar en la elección. A Xi Jinping le tocaría despejar las dudas sobre las intenciones estratégicas de una China que casi acaricia el cielo de la supremacía económica global, la aproximación a Taiwán, la consolidación de un nuevo modelo de desarrollo, el desafío nacionalista o la implementación de una vida política más democrática, sin la cual, y de ello todos parecen estar convencidos, el colapso amenaza su supervivencia, dando al traste con esta gran oportunidad de reencuentro en el futuro con su pasado más glorioso.