¿Juego de tronos en China?

In Análisis, Sistema político by PSTBS12378sxedeOPCH

Falta año y medio para el próximo congreso del Partido Comunista de China, pero un tufillo de nerviosismo parece cundir ya en sus filas. Como es natural, existe preocupación por la evolución de la economía y las consecuencias de los ajustes derivados del cambio en el modelo de desarrollo, pero no es ahí donde parecen radicar las principales cuitas. Por el contrario, cierta obsesión atribuida al secretario general Xi Jinping de querer manejar todos los hilos del proceso prescindiendo del consenso  arremolina a más de uno en su contra. El problema no se debe tanto a las peticiones de dimisión de dudosa procedencia y que han trascendido públicamente en las últimas semanas como a los debates en sus propias filas y entre sus partidarios acerca del rumbo tomado.

En efecto, el Partido y buena parte de la sociedad pueden compartir la idea de que en la actual fase histórica, con importantes desafíos por delante, es conveniente contar con un poder fuerte al frente del país encarnado en un líder que proyecte esa sensación de control y decisión, cualidades más tibias en su predecesor, Hu Jintao. Las referencias a periodos históricos como los Reinos Combatientes o de Primavera y Otoño comúnmente ilustran de forma comparativa las similitudes haciendo depender la estabilidad del poder de garantizar la prosperidad del país recibiendo a cambio un profundo respeto de la autoridad.

La caracterización de Xi Jinping como insaciable en su afán de poder, no obstante, le está jugando una mala pasada. Cierto que ha acumulado mucho imperio, en apariencia cedido de común acuerdo por el sanedrín que dirige los destinos de China. Ese consenso podría atravesar momentos de zozobra y ello guarda relación con reformas recientes o en curso que amenazan con romper los equilibrios establecidos tras el maoísmo.

La lucha contra la corrupción, un activo a favor de Xi Jinping por su dimensión y persistencia, en el contexto de un endurecimiento ideológico que pretende brindar argumentos para situarse por encima de toda crítica parece ahora un instrumento para deshacerse de posibles facciones rivales y encumbrarse más allá de cualquier control. En los años de ejercicio al frente del PCCh, Xi ha golpeado a “tigres” y “moscas”, reclamando una “jaula de regulaciones” que trascendiera el peso de lo subjetivo a sabiendas de que la sola invocación ética no permitiría un combate eficaz a este flagelo. Pero al igual que el nuevo constitucionalismo, la modernización y la independencia de la justicia o el Estado de derecho, todo parece quedarse en enunciados.

La gota que colma el vaso opera en un doble frente. De una parte, la consideración como indebidos de los cuestionamientos de la política oficial restringe cualquier expresión libre y constructiva reclamándose por añadidura una declaración de fe y lealtad al máximo líder que aleja cualquier esperanza de alargamiento de la democracia siquiera en el seno del propio PCCh, tal como había promovido su antecesor. Por otra, la exigencia de un mayor control de los medios de comunicación, obligados a transmitir “energía positiva” a despecho de una realidad ni mucho menos carente de problemas, dice bien poco del interés por construir una política de comunicación veraz, creíble y siquiera capaz de conectar satisfactoriamente con el mundo exterior.

En el tiempo transcurrido desde 2012, Xi ha consolidado posiciones pero igualmente acumuló muchos enemigos, en activo y veteranos. Enfrente no tiene una oposición organizada pero la tendencia de fondo que apunta a expresar una clara advertencia parece en curso no solo en función de intereses particulares o corporativos sino fundamentados en diferencias políticas relacionadas con los proyectos abanderados por Xi aquejados de cambios de orientación desconcertantes o su estilo de liderazgo, afectando a la identidad del propio PCCh. Presentándose a sí mismo como “salvador” en la encrucijada histórica presente, Xi, por un exceso de afán,  podría dar el toque de gracia a cuanto teóricamente dice querer proteger.

En el próximo congreso, solo dos miembros del máximo órgano de dirección del país podrán permanecer en sus cargos: Xi y el primer ministro Li Keqiang. Ambos optan a un segundo mandato. Los demás integrantes, en número variable, resultarán de las componendas internas que a priori tienen garantizado. Que Xi se avenga a un compromiso inclusivo o apueste por configurar una comitiva tan afín como para asegurarse una posición única y hasta un tercer mandato es lo que está en juego en primera instancia. Pero también la capacidad del PCCh para dotarse de una institucionalidad diferente pero respetuosa con reglas no escritas y observadas hasta hoy escrupulosamente so pena de retornar nuevamente a las viejas luchas de facciones. E igualmente es una prueba para una sociedad con un bagaje que, pese a la censura, le permite no ser presa fácil de burdas manipulaciones como antaño.

El PCCh no puede dar pasos atrás para configurarse como una especie de aristocracia hereditaria reproducible a través de las familias de los viejos líderes. Esa apropiación, que también forma parte del debate, daría al traste definitivamente con los valores que inspiraron su fundación. Más allá de su amplia erosión, le abocaría al suicidio.