La penúltima crisis de Hong Kong

In Análisis, Sistema político by PSTBS12378sxedeOPCH

En las últimas semanas, miles de personas han protestado en Hong Kong contra la cicatera propuesta de Beijing para introducir el sufragio universal en las elecciones al Jefe Ejecutivo de esta Región Administrativa Especial (RAE), en lo que, paradójicamente, podríamos calificar como la forma más avanzada de democracia en China.

La esencia de la propuesta adelantada por el gobierno central y aprobada por la Asamblea Popular Nacional es la siguiente: Primero, no habrá modificaciones en el sistema de elección del Consejo Legislativo, el parlamento de Hong Kong (los próximos comicios serán en 2016). La última reforma se llevó a cabo en 2011 para ampliar a 70 el número de sus integrantes (entonces 60) de los cuales la mitad se distribuyen con criterio geográfico siendo elegidos mediante sufragio directo mientras que los 35 restantes corresponden a colectivos socio-profesionales en su mayoría aupados por los grupos de interés próximos tanto a la oligarquía local como al poder central. Segundo, en la elección del Jefe Ejecutivo de la RAE de Hong Kong a celebrar en 2017 se introduce la aplicación formal del sufragio universal directo si bien estableciéndose un control previo en la designación de los candidatos (que serán un máximo de dos o tres), elegidos por un comité de nominación con el apoyo mínimo del 50 por ciento de sus integrantes. Es esta restricción, que priva de espontaneidad democrática al proceso, lo que ha provocado la reacción inmediata del movimiento estudiantil y democrático.

Para que la propuesta diseñada por Beijing salga adelante debe ser refrendada por los 2/3 del Consejo Legislativo, no disponiendo a priori de la mayoría suficiente al controlar 43 de los 70 escaños. De no aprobarse, se mantendría el sistema de elección vigente, es decir, por un comité de 1.200 miembros que a día de hoy triplica su composición inicial (eran 400 en 1997). La elección por sufragio universal del Jefe Ejecutivo en 2017 y del Consejo Legislativo en 2020 fue aceptada por la Asamblea Popular Nacional en 2007.

Antecedentes

La tensión política actual habría que remontarla a enero de 2013 cuando se pone en marcha el movimiento de desobediencia civil “Occupy Central” que con iniciativas y una audiencia variables ha logrado motivar a una parte significativa de la sociedad local para exigir el pleno desarrollo de las previsiones recogidas en la Ley Básica de Hong Kong que contempla la introducción del sufragio universal para las elecciones del Jefe Ejecutivo y del Consejo Legislativo.

La oposición, unida en sus demandas aunque no siempre coincidente en cuanto a los modos de acción, acusa al gobierno central de querer introducir una democracia restringida asegurando su control de los candidatos y cercenando la vitalidad de las libertades políticas básicas. A mayores, la decisión de Beijing se interpreta como una desnaturalización de la autonomía prometida en su día a la región. Llegado el caso, cabe esperar que sus 27 diputados en el Consejo Legislativo no secunden la propuesta, lo cual conduce directamente al bloqueo de la reforma a salvo de una negociación difícil por los limitados márgenes que establece la propuesta sometida a debate.

El gobierno central argumenta, por su parte, que su oferta se adapta a las previsiones recogidas en el segundo párrafo del artículo 45 de la Ley Básica y que la exigencia a los candidatos de adhesión patriótica a China y al PCCh  no solo no tiene nada de ofensivo sino que garantiza la estabilidad y la reputación de Hong Kong como centro de negocios y financiero de escala global.

La actual crisis es, sin duda, el asunto político más importante en Hong Kong desde la retrocesión en 1997. El PCCh no solo se juega su credibilidad sino también su capacidad para alcanzar compromisos políticos que eviten la confrontación, aseguren el dinamismo de la RAE y preserven el atractivo de la fórmula un país dos sistemas para el gran escenario pendiente de la reunificación (Taiwan).

Cabe señalar que gran parte de la responsabilidad de cuanto acontece no cabe atribuirla en exclusiva a China. En 1984, Margaret Thatcher y Zhao Ziyang suscribieron los términos de la retrocesión de Hong Kong a China. A partir de 1997, el PCCh transformó Hong Kong en una Región Administrativa Especial dotada de un alto nivel de autonomía y con la garantía del mantenimiento hasta 2047 del sistema económico, la independencia de la justicia, los derechos políticos y sociales, muy especialmente, la libertad de expresión y el derecho de manifestación.

Pero en los 156 años de dominio colonial británico, Hong Kong nunca conoció la democracia. Solo tardía y oportunistamente, en los años previos a la retrocesión, el entonces gobernador Chris Patten modificó el sistema electoral (1994) para dar más peso al voto popular en la gestión del territorio. Pero el gobierno de la colonia se aseguraba, como siempre, a través de una triple estructura nada democrática. El legislativo no era elegido, sino nombrado por el Gobernador, quien también designaba el aparato judicial, si bien enfatizando su independencia para garantizar la confianza de los medios empresariales. En cuanto al Ejecutivo aunaba las influencias de las sociedades industriales y comerciales locales.

Lee Teng-hui, en Taiwan, lo entendió muy bien en aquel tiempo, cuando apostó por la democratización plena de la isla permitiendo que los ciudadanos eligieran directamente a su presidente (1996). Beijing reaccionó entonces de forma airada. Eso es precisamente lo que hoy impide resolver el problema de la reunificación mediante un simple acuerdo entre el Kuomintang y el PCCh, ratificado, a lo sumo, por los respectivos parlamentos.

El éxito de Hong Kong siempre se ha vinculado al auge de sus mercados financieros e inmobiliarios (este último habitualmente afectado por la corrupción) y una legislación tan liberal como rigurosa, ambos vectores complementados por una acusada explotación laboral de la población local, en especial de los descendientes de los inmigrantes continentales. El control de los sindicatos y de la información cerraba el círculo virtuoso argumentado en la incansable lucha contra el comunismo. Paradójicamente, el PCCh se ha cuidado mucho de alterar las claves estructurales provenientes del dominio colonial británico, especialmente en lo que se refiere a la connivencia con el mundo de los negocios y la oligarquía, a despecho de cualquier conciencia o compromiso social o democrático de alcance.

En el contexto de la crisis, Beijing ha criticado duramente la “injerencia exterior”, llegando a amenazar a Londres con represalias comerciales si emitía alguna declaración oficial. Otro tanto podríamos decir en relación a Washington. En abril, la reunión del vicepresidente Joe Biden con Anson Shan y Martin Lee, dos figuras de referencia críticas con Beijing, desataba las iras en Zhonanghai.

El gobierno chino y el PCCh conceden una gran importancia al dossier hongkonés. No es probable que avale concesiones sustanciales en una hipotética negociación entre las autoridades locales y los líderes de la protesta. Beijing teme al contagio democrático e incluso bien podría endurecer su posición no solo ante las reclamaciones formuladas por la oposición sino reforzando también su control sobre la disidencia política interna al tiempo que alienta el nacionalismo para justificar su apuesta por una concepción diferente de la legitimidad política alejada de los valores occidentales de la democracia y el buen gobierno.

Para dicha estrategia cuenta con importantes aliados en Hong Kong, tal y como se pudo apreciar en la manifestación del 17 de agosto que logró reunir a unas 100.000 personas en defensa de la estabilidad y prosperidad de la RAE y contra “Occupy Central”. En julio se habían manifestado los partidarios de un sufragio universal auténtico, solo unas semanas después de que el Buró Político del PCCh diera a conocer un Libro Blanco que instituía una visión más conservadora de la autonomía dejando entrever su desconfianza respecto a las candidaturas no avaladas por el PCCh en base a la fidelidad a China y a Hong Kong, la clave de la fórmula “un país dos sistemas” que señala los límites políticos que deben proteger de los riesgos que el Partido intenta evitar.

El citado Libro Blanco viene a reafirmar la soberanía y la autoridad de China sobre la RAE, contextualiza la posición del gobierno central en torno a la cuestión del sufragio universal y la democracia en Hong Kong y, sobre todo, advierte sobre el carácter nefasto de la influencia occidental, reivindicando que el desarrollo político de la RAE es un asunto interno chino en el cual debe primar la estabilidad.

El alto grado de autonomía no equivale a una autonomía completa, enfatiza, ni es sinónimo de descentralización: el ejercicio local del poder se enmarca en el control del poder central y en los límites fijados por este. El libro recuerda la importancia de que tanto el Jefe Ejecutivo como los jueces den muestras de patriotismo, circunstancia contestada por quienes abanderan la independencia frente a la introducción de criterios partidarios en el ejercicio del servicio público.

El futuro de Leung Chun-ying

El estallido de la crisis ha ensombrecido el futuro político de Leung Chun-ying, el actual Jefe Ejecutivo. La gravedad de los incidentes y su persistencia puede hacer insostenible su situación al frente de Hong Kong si el conflicto se enquista. Beijing puede aceptar su renuncia, aunque difícilmente avenirse a otras condiciones planteadas por los manifestantes.

El actual Jefe Ejecutivo fue elegido el 25 de marzo de 2012 como solución de recambio a la propuesta inicial de Donald Tsang, quien fuera elegido en 2007.  Tsang fue elegido con el 81% de los votos frente al 61% de Leung, quien se impuso a Henry Tang, otro favorito inicial del PCCh pero caído en desgracia por un escándalo inmobiliario y una intriga de adulterio. Leung, de origen humilde, amasó fortuna en el sector inmobiliario pero se presentó con un programa reflejo de las muchas preocupaciones sociales existentes en la RAE tratando de atraerse el favor de las clases medias y de los más desfavorecidos. Desde el inicio de su mandato ha sido visto con desconfianza por los medios de negocios y también por los demócratas quienes le acusan de ser muy pro-continental.

Tras la retrocesión, Hong Kong ha vivido varias crisis políticas destacables. La primera fue en 2001, cuando Anson Chan, secretaria general de la Administración, presentó su dimisión en protesta por las interferencias del gobierno central, enfatizando especialmente el peligro que se cernía sobre la libertad de expresión. La segunda crisis se remonta a 2005 cuando se produjo el relevo anticipado de Tung Chee Hwa al frente de la RAE tras grandes manifestaciones en 2003 y 2004 contra el intento del PCCh de introducir en la Ley Básica un artículo “anti-subversión” (art. 23) que limitaba el ejercicio de las libertades públicas.

El nombre de Leung Chun-ying podría sumarse a esa reveladora lista que evoca las dificultades de conciliar la gestión e intereses de ambos territorios en un contexto crecientemente adverso. Aun reconociendo que en Hong Kong existe más libertad que en ninguna otra parte de China y que el gobierno central ha respaldado económicamente el presente de la RAE, se agranda el foso psicológico y político entre Hong Kong y el continente. De facto, diversas encuestas vienen revelando un afán creciente de desarrollar una identidad más hongkonesa que propiamente china. Los resultados publicados el 29 de abril de 2014 de una consulta llevada a cabo del 18 al 31 de diciembre de 2013 por el Hong Kong Transition Project, señalaban la existencia de una mayoría incontestable muy sensible a las problemáticas de la democracia y de la identidad de la RAE. Una de las cuestiones más significativas del sondeo contraponía, de una parte, la identidad cultural china histórica y, de otra, la especificidad pluralista de Hong Kong. Un 31% de las respuestas mostraban la preferencia por la proximidad cultural con China, mientras un 66% preferían la identidad de Hong Kong, china con seguridad, pero abierta y múltiple. Cuando la población interrogada se situaba en la franja de 18-29 años, las proporciones reflejaban un 15% frente al 84%.

Impactos

Los efectos de la crisis en el continente serán limitados no solo por la censura extrema sino porque los tiempos políticos son simplemente diferentes. No obstante, una improbable victoria del movimiento cívico en Hong Kong serviría tanto para reforzar las convicciones de la disidencia interna en el continente como para acentuar la represión por parte de las autoridades, confirmadas en su ímpetu para redoblar los controles de todo tipo, multiplicando la lucha ideológica. En el apogeo de la crisis, las redes sociales chinas divulgaban las escenas de la represión por parte de la policía estadounidense de los activistas de Occupy Central en Nueva York….

Al otro lado del Estrecho, en Taiwan, se observa con preocupación la evolución actual, intentando extraer lecciones para una hipotética negociación a propósito de la reunificación con el continente. Las limitaciones introducidas por Beijing en Hong Kong para preservar su control se suman a las múltiples reservas expresadas en los últimos meses en Taiwan a propósito de los peligros de una excesiva dependencia de China continental.

De hecho, las autoridades centrales no han dudado en acusar a Occupy Central de colusión con los independentistas taiwaneses. Recuérdese que en marzo último, una movilización similar de estudiantes, el llamado Movimiento Girasol, ocupó el Yuan legislativo en Taipei paralizando la ratificación del acuerdo de comercio de servicios con el continente firmado en 2013, una pieza clave más de la estrategia de reunificación rampante inspirada por Beijing.

Las costuras del modelo territorial

Si Beijing piensa que la población de Hong Kong se va a someter fácilmente a sus designios, podría cometer un grave error de apreciación. Las nuevas generaciones no son tan dóciles como las anteriores.

La magnitud de la crisis política evidencia el distanciamiento de importantes sectores de la sociedad hongkonesa, especialmente de la juventud, respecto a las bondades de la política continental. Por más que Beijing se haya involucrado en la estabilidad económica del antiguo enclave británico, sus instrumentos pueden cautivar a las elites empresariales con prebendas de diverso tipo pero en los años transcurridos desde la retrocesión, la emergencia de un proceso de “indigenización” frente a la avalancha que llega del continente está manifestando consecuencias políticas de mayor alcance al inicialmente previsto.

La crisis demuestra la incapacidad del PCCh para lidiar con solvencia política y técnica los retos políticos inmediatos aun contando con numerosos apoyos para seducir a los electores. La amenaza de desproveer a Hong Kong de su especificidad puede privar a China de uno de los fermentos esenciales de su modernización.

En Hong Kong comprobamos de nuevo que China enfrenta desafíos políticos y territoriales muy serios. Al Movimiento Girasol de Taipei y esta grave crisis en Hong Kong, cabe sumar la inestabilidad en Xinjiang y Tibet, con tensiones agravadas, especialmente en el primer caso, que muestran las insuficiencias de una modernización basada en un desarrollo tendente a diluir identidades profundamente arraigadas. Las costuras del modelo político, incluyendo la fórmula “un país dos sistemas”, empiezan a evidenciar sus notorias limitaciones frente a las aspiraciones, más ambiciosas, de una sociedad en plena evolución. La sorpresa puede llegar de la periferia.