La principal debilidad de China

In Análisis, Sistema político by PSTBS12378sxedeOPCH

Quizá por las trágicas circunstancias que la rodearon, la muerte de Liu Xiaobo se dejó sentir en China más de lo que cabía esperar, poniendo el dedo en la llaga de la principal debilidad del país. Frente al esperado tono de las declaraciones oficiales, muchos chinos expresaron su pesar por la noticia en diferentes formas, cuidando de no mencionar su nombre pero exteriorizando su lamento por los escasos avances y aun los retrocesos experimentados en materia de libertades mínimas en los últimos años. Ese amplio eco registrado es expresión igualmente de una tristeza profunda derivada tanto del aciago desenlace como de la preocupación por el futuro del país, reflejando la existencia de una franja social relativamente importante que ha crecido durante el periodo de la reforma y apertura y que espera más que la suma de índices cuantitativos y fatalidad de la modernización del país.

Las autoridades chinas, volcadas en la preparación del decisivo congreso de otoño del Partido Comunista, enumeran estos días, uno tras otro, los notables logros alcanzados en el último lustro tanto en el orden económico como social, etc. Sin duda, en muchos ámbitos no tienen parangón y son admirables. Como contraste, complementariamente, las libertades se guardan bajo siete llaves y alguna más. Y aquella fortaleza expresada en forma de creciente poder económico, financiero, militar e influencia global contrasta con la inmensa debilidad que traslada el miedo a perder el control, evidenciado en la desproporcionalidad que caracterizan las penas aplicadas a activistas como Liu Xiaobo. En la China de Xi Jinping, a medida que los progresos se cuantifican en el orden material, los retrocesos se suman en aspectos sustanciales del orden político. ¿Tanta fortaleza alcanzada en tantos dominios no es suficiente para dejar sin argumentos las críticas de un reducido grupo de contestatarios? No debe serlo cuando tantas medidas y cada vez más rígidas se adoptan para restringir el acceso a los “contenidos impropios” que circulan por la red. La coerción y la atracción trasladan una tensión incómoda.

Hace ya una década, un alto funcionario chino me confesaba que el gran reto a futuro del país y del Partido Comunista consistía en expandir la democracia. Por aquel entonces, se exploraba la capacidad del Partido para desempeñarse como laboratorio democrático tratando de encontrar nuevas vías capaces de conciliar el ansia de desarrollo y de revitalización del país con márgenes de libertad crecientes. Ese discurso está bloqueado y ausente en la política china de hoy. Por doquier parece imperar la sumisión a la voluntad del líder supremo, convirtiéndose la lealtad ciega en la clave de la supervivencia política. El PCCh se cierra a sí mismo la puerta a una evolución que sin duda tiene riesgos para preservar su liderazgo pero no menores que la insistencia en el inmovilismo cuando no en una involución a cada paso más asfixiante. Y todo esto ocurre cuando más se alardea del empeño por construir un nominal Estado de derecho fundamentado en los valores socialistas.

La definición de una vía china para la reforma política no puede prescindir de la innovación necesaria para alcanzar el objetivo de construir una sociedad plenamente democrática. Ignorar o despreciar la importancia de esta cuestión es un clásico que tiene reflejos históricos recientes ahora que recordamos el centenario de la Revolución de Octubre. La búsqueda del interés nacional o la revitalización del país y la superación de las humillaciones históricas no debiera ser obstáculo para relanzar una democratización basada en las singularidades de la cultura y la sociedad orientales, con todo derecho a criticar de paso los agujeros negros de los sistemas occidentales. Pero imaginar a China en la cumbre mundial del poder de su discurso con estos mimbres carece de sentido.  Y en el exterior de poco le servirá cuando hechos como este trasladan una imagen simplemente detestable del país.

No es solo que el sistema judicial que posibilita la severidad de la represión aplicada contra Liu Xiaobo y otros esté en entredicho. Es la disyuntiva entre la profundización del poder autocrático o la evolución, con todas las características chinas que se quiera, hacia un sistema de contrapoderes cívicos e institucionales que democraticen la gestión pública.  

Puede que el impacto de la muerte de Liu Xiaobo se limite en apariencia aplicando al milímetro los mecanismos de censura al uso para minimizar sus efectos internos. Pero ha surgido otro símbolo. Y se van acumulando.