Otro año decepcionante para China en el premio Nobel

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Los premios Nobel se concedieron esta semana. Seis científicos de EEUU, Reino Unido y Japón compartieron los lauros en medicina, física y química, los máximos honores en el área de investigación científica.


Algo interesante es que cuando preguntaron a Andre Geim, el nuevo Nobel de física, qué haría al día siguiente de su designación, contestó: “Iré al trabajo.” Su estudiante Konstantin Novoselov, co-receptor del premio, incluso rechazó detener su labor para atender una llamada telefónica de un periodista impaciente, que preguntaba por la concesión del premio.


La dedicación de ambos hombres a su trabajo, no a su fama, pudiera parecer increíble a algunos chinos. La obtención de uno los más admirados galardones internacionales implica avances para la carrera de los beneficiarios, recompensas adicionales del gobierno y de las empresas, y fama y reconocimiento dignos de una estrella de Rock.



Durante años, los medios informativos domésticos han embromado al público chino diciendo que éste padece de un complejo de premio Nobel. El país desea desesperadamente alcanzar el reconocimiento internacional, para probar su capacidad en la creación y la innovación, pero parece que siempre será inútil.



Se invita a muchos laureados Nobel a China para que den conferencias, asistan a foros y asesoren sobre políticas públicas, en un esfuerzo por cerrar la brecha intelectual.

Pero persiste la verdad incontestable de que no ha mejorado el ambiente general para la investigación científica en China, y que en todo caso se deteriora. La burocracia, el plagio y la adoración intensa por la fama y la fortuna han devenido obstáculos infranqueables para el desarrollo científico.

El ansia del público por conseguir un premio Nobel es comprensible. Pero para la investigación científica genuina, que se caracteriza por consumir mucho tiempo y ser tediosa, las metas de conseguir riquezas y fama no sólo son incorrectas sino además lesivas.



Muestra de ello fue el ataque físico organizado en agosto por un profesor de Wuhan contra el escritor Fang Shimin (también conocido por su seudónimo literario de Fang Zhouzi). Una investigación preliminar arrojó que Xiao Chuanguo, profesor de la escuela de Medicina de la Universidad Ciencia y Tecnología de Huazhong, pagó a varios delincuentes para que atacaran a Fang, luego de que éste revelara el engaño que encerraba la investigación de Xiao, situación que bloqueó su acceso a la Academia de Ciencias de China.



En este contexto es preciso preguntar: ¿Realmente necesitamos de un premio Nobel para probar nuestra capacidad en la ciencia y la innovación? Yuan Longping, conocido como el “padre del arroz híbrido,” nunca ha ganado un premio Nobel, sin embargo su invención alimenta a millones de personas.



Este año, el exitoso lanzamiento del segundo satélite de investigaciones lunares de China, el Chang’e-2, compensó a los ciudadanos chinos por su decepción de no ganar un premio Nobel.



Los científicos en el centro de lanzamiento de satélites de Xichang, que han pasado sus vidas diseñando satélites y cohetes, no ganaron un premio Nobel tampoco. Pero estos científicos están impulsando el programa espacial de China.



La meta suprema de la investigación científica, en este sentido, no descansa en un premio, sino en cómo ha beneficiado al pueblo al que sirve. (Pueblo en Línea)



09/10/2010