Soñar no es gratis Xulio Ríos es director del Observatorio de la Política China

In Análisis, Sistema político by Xulio Ríos

Nada más iniciar su primer mandato, Xi Jinping presentó el sueño chino como eje de su programa de gobierno, síntesis de la aspiración colectiva a una vida mejor y a un mayor reconocimiento mundial. Los pasos dados desde entonces nos han mostrado una hoja de ruta plagada tanto de esfuerzos como de dificultades en la implementación de una nueva oleada de reformas que sigue su curso. También el denodado empeño en incrementar la velocidad de sus opciones en el orden estratégico o en la defensa, señalando objetivos alejados de la tradicional modestia e impulsando una modernización militar de largo alcance. Todo a la par que la reafirmación de una vía singular, contrariando las expectativas de quienes albergaban esperanzas de una homologación progresiva con Occidente a medida que el bienestar material se fuera generalizando.

Al habitual asombro suscitado por la explicitación de una férrea voluntad para afrontar las contradicciones del desarrollo del país producto de cuarenta años de reforma siguió, sin embargo, la preocupación por los impactos globales de los nuevos planes. No en las cuestiones internas, ya hablemos de la lucha contra la pobreza, la contaminación o la mejora de la gobernanza, que pueden suscitar aplauso aun con reservas. Donde ha habido sobresalto es en el énfasis en las cuestiones relacionadas con la soberanía y en los proyectos asociados a la expansión de su influencia. El afán de Xi por conducirse en el orden internacional primando los intereses centrales de China tirando el máximo provecho de la oportunidad suscitada por el supuesto declive de EEUU o el desconcierto europeo ha derivado en la plasmación de reparos mayúsculos que amenazan con pasar factura a su sueño.

La retórica de Occidente a propósito de China se ha vuelto cada vez más exigente. Xi se las prometía muy felices con los extravíos de Trump, quizá creyendo que este desatendería los imperativos estratégicos, pero los frentes se le han multiplicado con la Casa Blanca, desde los diferendos comerciales al asunto de Taiwán o los mares de China. También, desde su llegada al poder, las acusaciones de comportamiento expansionista le han acompañado, abriendo una brecha cada vez mayor en la región con Japón, India o Australia que ahora suscriben la estrategia del Indo-Pacífico de EEUU.

El sentido de urgencia que impregna las políticas de Xi, ya sea en el ámbito interno o exterior, ha exasperado la preocupación entre sus competidores. Hasta en la propia UE, que habitualmente ha hecho gala de una actitud más tibia, se requiere de viva voz una transparencia e igualdad de trato que levantan ampollas en China.

Con su escaramuza comercial, Washington parece haber puesto a China en su sitio de un solo golpe. La prohibición de EEUU de exportar los componentes electrónicos a la china ZTE ha evidenciado una tremenda fragilidad, poniendo en peligro la supervivencia de este gigante empresarial chino que depende en extremo de la tecnología estadounidense. El “Made in China 2025”, anunciado a bombo y plantillo para transformar el país en una gran potencia tecnológica, no será coser y cantar y puede requerir más tiempo del imaginado. Y si no ofrece contrapartidas palpables que venzan la desconfianza recíproca, las reticencias en el orden inversor irán en aumento en las economías desarrolladas.

Nadie dijo que realizar el sueño chino resultaría fácil pero ahora sabemos que, además, no le saldrá ni gratis ni barato a Xi Jinping. Quizá pecó de precipitación al dar el salto demasiado pronto, demasiado adelante y con demasiado ruido. La abrupta desautorización de la táctica de Deng Xiaoping – mantener un perfil bajo hasta ser lo suficientemente fuerte- ha conducido a su identificación por parte de EEUU como el mayor rival para su hegemonía. Embelesado por su propia puesta en escena, Xi acaso despertó al dragón occidental.

En consecuencia, la diplomacia de Beijing afrontará en lo inmediato un horizonte cada vez más complejo y con escenarios de alto riesgo que influirá en el ritmo de las propias reformas internas. El arrebato del sueño de Xi poniendo al descubierto sus intenciones, creyéndolas a punto de materializarse, no derivará en la asunción de renuncias pero si tendrá repercusiones que le obligarán, de una parte, a exacerbar la determinación para afrontar las carencias estructurales y, de otra, a practicar cierta moderación en todas aquellas áreas que puedan manifestar aristas con los países desarrollados suavizando, haciendo concesiones y desdiciéndose sin otro remedio.  Para hacer realidad su sueño, China tendrá que soñar bien despierta.