China: De la tradición a la posmodernidad

In Análisis, Sociedad by PSTBS12378sxedeOPCH

La historia del primer encuentro de China con la modernidad hasta hoy es una lucha entre la tradición y elementos modernizadores que llegaron al país a través de Occidente. Una lucha a veces muy intensa y brutal, como en la confrontación con el Imperio Británico, que culminó con la Guerra del Opio (1839-1842 y 1856-1860) y la quema del Palacio de Verano (1860). Ese primer encuentro de China con la modernidad era obviamente el resultado de la fuerza bruta ejercida por las potencias occidentales para promover sus intereses comerciales, la explotación de los recursos naturales y la consolidación de su soberanía en las zonas costeras que los  fueron dadas en forma de concesiones. Pero más allá de la competición económica, fue una confrontación de dos grandes civilizaciones, una nueva y dinámica y una antigua y decadente, que entrambos reclamaban la supremacía de uno sobre el otro.

Este encuentro violento de China con la modernidad causó trágicas consecuencias que pusieron en riesgo su futuro. Más allá de las consecuencias sociales, económicas y políticas, tuvo una profunda influencia en el campo espiritual e ideológico. La sociedad china, fundada en los valores morales confucianos, consideraba su tradición cultural como la única posible condición de autoconsciencia y, al mismo tiempo, de separación de los demás, los bárbaros, es decir, aquellos que no se habían unido en su universo espiritual. Esa sociedad, orgullosa de su cultura y aislada de la comunidad mundial, encontró así sus debilidades y se despertó. La alarma se expresó con protestas y manifestaciones de los intelectuales, los jóvenes y la población rural y la necesidad de cambios (espirituales, sociales, políticos y económicos), necesarios para que el país prospere y haga frente a nuevos desafíos.

La rebelión de Tai Ping (revuelta de los campesinos con conceptos mesiánicos, 1850-1864) es históricamente el primer ejemplo de encuentro de ideas occidentales y creencias tradicionales chinas en el miserable ambiente rural y social del sur de China. Sin embargo la primera expresión de la voluntad de reconstruir el país tomando distancias de su pasado confuciano, fue el Movimiento del 4 de mayo de 1919. Fue un movimiento cultural y político que miraba al renacimiento de China, tuvo su centro en la Universidad de Pekín y nació como respuesta a la adjudicación a Japón en el Tratado de Versalles (1919) de territorios chinos (Provincia Shandong).

El segundo encuentro de China con la modernidad coincidió con la toma del poder por los comunistas el 1 de octubre de 1949. Esta vez la decisión fue de nuevo liderazgo, implementado en la reconstrucción general del país de acuerdo a los principios marxistas. Por otra parte, la misma fundación del Partido Comunista (1921) es parte de este proceso de cuestionamiento y rechazo de la sociedad tradicional china y la búsqueda de nuevas guías espirituales de Occidente.

Ocurrió, así, violentamente el desmantelamiento de la organización social y económica tradicional china con la fundación de las comunidades populares, la industrialización masiva, la introducción de nuevos métodos de producción y de principios y valores ajenos. En este contexto se hicieron esfuerzos para erradicar los valores tradicionales y la tradición confuciana (Revolución Cultural), pero no funcionó. Permaneció, por ejemplo, una especie de desconfianza hacia el desarrollo industrial y las sociedades industriales modernas, que se hizo eco muy elocuentemente en los pronunciamientos maoístas como «La bomba atómica es un tigre de papel». El propio Mao, hijo de un agricultor, llevaba siempre su mirada granjera a enfocar las cosas y los sentimientos contradictorios de atracción y repulsión hacia los intelectuales. La coexistencia de cambios innovadores y el comportamiento tradicional era por lo tanto característica propia del nuevo período,  característica que sobrevive hasta hoy.

Tras la muerte de Mao (1976), la aparición de los modernizadores bajo Deng Xiaoping es el tercero momento en las relaciones China – modernidad. Fueron promovidos el rápido crecimiento económico y la modernización en la perspectiva de una economía de mercado socialista, en un país con enormes contrastes. La apertura política y económica fue acompañada de un resurgimiento del interés por la reevaluación de Confucio y, más en general, el pensamiento tradicional. Así Confucio se unió al servicio del socialismo con características chinas con conferencias, seminarios, simposios internacionales y el establecimiento de los Institutos Confucio, vehículo de la política lingüística y cultural china en el extranjero.

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China está haciendo actualmente una apertura única al mundo exterior. Consecuencia de esta apertura y de las reformas que han seguido  son los cambios profundos, tanto a nivel colectivo como individual. La sociedad china está cambiando y no sería exagerado decir que toda la historia moderna de China es la historia de la lucha por el cambio y la modernización.

En este contexto, hay una tendencia ahora por una revisión crítica del Movimiento de 4 de mayo. No se discute su aporte a la modernización del país, pero se considera particularmente radical por el rechazo total de los valores tradicionales.

Es muy interesante la similitud entre el Movimiento de 4 de mayo y los comunistas respecto a la relación con la tradición y su rechazado. La tradición fue considerada desde los dos responsable por cualquier idea anacrónica, causa de lo estancamiento del país y de la ausencia de cualquiera perspectiva de desarrollo. Fue considerada responsable de la derrota y la subyugación de China para las potencias extranjeras. La superioridad militar y naval de Occidente, su progreso científico y el desarrollo industrial fueron los signos infalibles de la primacía. Junto con la ciencia y la industrialización llegaron, sin embargo, las nuevas ideas para el individuo y la sociedad, la naturaleza y la religión, el tiempo y la historia, y pusieron en crisis el modelo tradicional. Como resultado, la desconexión de la tradición y la apertura era una condición fundamental para la supervivencia de China en la nueva era y para hacer frente a los graves problemas al nuevo camino abierto ante ella.

Hoy día se considera, sin embargo, que la decisión de la rápida integración del país al mundo exterior fue tomada sin el debido cuidado para garantizar su especificidad. Importantes monumentos históricos, hermosos edificios arquitectónicos, grandes obras de arte y tradiciones milenarias desaparecieron. La espiritualidad china, que a nivel ético y político se representa por la versión confuciana, se sacrificó en el altar del crecimiento económico. Esta opción fue central, aunque no sin conflictos internos, vacilaciones, reveses y la voluntad de volver a evaluar las decisiones y las políticas del pasado.

Por lo tanto, a pesar de la aceptación general de las reformas, la imposición de valores occidentales encontró resistencia, lo que resulta en la adaptación de las ideas occidentales al contexto chino. Esto ocurrió tanto en el movimiento de principios del siglo 20 y el marxismo (visiblemente en el «pensamiento de Mao» y en la necesidad de una vía china al socialismo), como en los debates recientes sobre la democratización de país. De este modo, la concurrencia de los valores tradicionales con la occidentalización (mejor americanización) de la vida sigue siendo un tema abierto a este día. Es significativo, por ejemplo, que después de uno y medio siglo de contactos sino-occidentales, conceptos como individualidad, libertad, democracia, contrato social, religión, naturaleza, mantienen por los chinos sus propias significaciones, las que requiere su tradición china, claramente muy distintas de la de oeste.

Así que está claro hoy que el desarrollo económico del país no implica necesariamente la eliminación de su pasado espiritual y la completa adopción del modelo occidental. Para evaluar de nuevo la tradición y re visionar su papel en la realidad de hoy, fue valiosa la experiencia de la diáspora china (Hong Kong, Taiwán, Singapur), que combina un alto crecimiento económico y el respeto por los valores tradicionales.

En este marco se hace la distinción entre modernización y occidentalización. A principios del siglo pasado, era difícil separar los dos conceptos, pero hoy día está claro por los intelectuales chinos que los dos conceptos no son idénticos. Esa aceptación pone en  posición defensiva e indica el esfuerzo para proteger la identidad china. Protección y consiguiente regeneración no se pueden alcanzar sin la realización del peso de la tradición cultural, principalmente por parte de los intelectuales.

El objetivo es, en el interior, la reconciliación con el pasado, la eliminación del ‘complejo de atraso’, que vio a los chinos en su relación con Occidente en el siglo 20. Y en el extranjero, el reconocimiento de China desde la comunidad mundial no sólo por el poder económico y político, además por la fuerte presencia cultural, capaz de ejercer una influencia significativa en las naciones vecinas y más allá. La apertura política y económica se acompaña por el resurgimiento del interés por la reevaluación de los valores tradicionales, en particular los valores confucianos, como agentes de autoconciencia, de fundamento de la sociedad y las instituciones políticas, y del poder blando en el servicio del país. La referencia en particular a la tradición confuciana no excluye las otras corrientes del pensamiento chino, especialmente el taoísmo. La diferencia es que el confucianismo se ocupó de la organización social y política, mientras que el taoísmo se concentró en el hombre y la relación del hombre con la naturaleza. Las dos escuelas no son contradictorias, como es a menudo erróneamente considerado, sino que se complementan; por otra parte, todo en el pensamiento chino es basado en la idea de la complementariedad de los opuestos y la armonía.

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A la luz que la China de hoy es un campo abierto a todas las posibilidades de desarrollo, coexisten, pues, obviamente elementos de tradición, modernidad y posmodernidad. Eso es comprensible, después de todo, por un país que pasó rápidamente de un modelo feudal de organización social y económica a un peculiar régimen maoísta de tipo marxista y que con la apertura de los últimos 35 años ha vivido cambios que se produjeron en Europa en 200 años.

Por lo tanto, elementos de la tradición, modernidad y posmodernidad coexisten y se sobreponen. Coexisten por ejemplo el eficiente, jerárquico y burocrático sistema administrativo (modernidad) con el explosivo crecimiento de la tecnología, en especial la información y el desarrollo de la economía de servicios y del consumo (posmodernidad); la supervivencia de estilos de vida, actitudes y creencias tradicionales con los trenos de alta velocidad y la aparición de nuevas prácticas artísticas y creativas, las industrias culturales y el consumo de masas (postmodernidad); residuos de la sociedad tradicional (familia, matrimonio) con las redes sociales, la transformación del conocimiento y la evidente necesidad de otras formas de hacer y participación de los ciudadanos (posmodernidad). Se observa, entonces, tanto en la vida cotidiana como en la planificación política y económica, las ideas y los conceptos, una red de elementos tradicionales, modernos y posmodernos, que en conjunto constituyen la especificidad china de hoy, y sin embargo un desafío para el futuro.

La discusión sobre la modernidad hoy está relacionada, en primer lugar, con su carácter especial, como fenómeno ajeno al modelo chino. La conexión a la Ilustración y la Revolución Industrial, el desarrollo de las sociedades capitalistas burguesas, la referencia a la verdad y la recta razón, características principales de la modernidad, son consideradas ajenas al pensamiento chino. Además, conocidos intelectuales chinos profesan que la modernidad con su excesivo énfasis en el individuo y la participación popular puede conducir a un exceso de individualismo, materialismo y populismo.

El combate de la modernidad está asociado, en segundo lugar, con la forzada y dolorosa entrada de China en su mundo. Entrada precipitada que implicó, excepto el conocimiento de habilidades y técnicas de los ‘bárbaros’, la aceptación, por parte de los chinos, de la percepción occidental del mundo sínico y la integración de esa en la imagen que los chinos formaron posteriormente de los mismos y sus país. Vieron, es decir, a sí mismos a través de los ojos de los occidentales y la percepción que los occidentales habían formado por ellos, y las abrazaron. Esto condujo a una mayor confusión en cuestiones de autoconciencia e identidad, porque la herencia del pasado (para mencionar Richard Clogg) es particularmente grave para los pueblos con historia larga y civilización antigua.

Por último, la cuestión de la modernidad se hace desde el lado de la posmodernidad. Se disputa, es decir, la objetividad de la razón y la fe ilimitada en esa; se opina desconfianza en la ‘razón universal’ del Occidente y se pone de relieve la necesidad de valores e instituciones confucianos, y se expresa también la creencia de que ellos puedan influir positivamente en las instituciones democráticas liberales occidentales. La necesidad de esta convergencia se propone no sólo para China, sino como contribución intelectual china a un mejor funcionamiento del sistema social y político mundial en el período de la posmodernidad.

Es claro, entonces, que China en la era posmoderna, contestando elementos claves de la modernidad, mira a restaurar una chinesidad, abierta a las percepciones y las ideas extranjeras, que no se aleja de los valores tradicionales chinos, y capaz de reunir todos e impulsar. Una chinesidad liberada del dilema tradición-modernidad, expurgada de modelos obsoletos, que refleja el perfil moderno del país con lo que los chinos pueden identificarse.

Sin embargo, independientemente de lo que será el nuevo perfil de China y más allá de las reformas económicas, la existencia de tres distintas tradiciones (confuciana, marxista-maoísta, economía de mercado) y los profundos cambios sociales que tienen lugar hoy confirman la complejidad del país y la imposibilidad de una aproximación unilateral. Sostienen además que para entender China debemos liberarnos de los conceptos y preconceptos occidentales para poder salir de nuestro propio pensamiento y entrar en otro (¿cómo se puede hacer esto ya que, a recordar François Jullien, para definir o entender otros conceptos usamos por fuerza nuestros propios términos?). China es una «heterotopía», según el significado dado al término por Michel Foucault, y para acercarse a ella debemos estar libres de ideas preconcebidas, rigidez ideológica y exotismo.