El malabarismo económico chino

In Análisis, Sociedad by PSTBS12378sxedeOPCH

La economía china vive momentos de cierta zozobra. De ello dan buena cuenta la desaceleración del sector inmobiliario, la ralentización de la demanda doméstica, la preocupación por el desplome del mercado bursátil, el crecimiento de la deuda de los gobiernos locales o la inestabilidad de las exportaciones, que entre enero y mayo cayeron un 7,8 por ciento. Los síntomas de debilidad son claros. El PIB creció un siete por ciento en el primer trimestre y es probable que se sitúe por debajo de dicha cifra en el segundo, datos moderados en comparación con aquellos a los que no tenía acostumbrados, por encima de los dos dígitos. Autoridades y expertos estiman que tocará fondo en el tercer trimestre y puede que repunte en el cuarto. Así pues, los índices no permiten afirmar que se esté produciendo una recuperación, aunque en mayo se aceleró ligeramente el crecimiento en los sectores de alta tecnología y manufactura de equipos.

Las causas de tal estado de cosas se relacionan con la persistencia de la crisis global y la transición interna hacia un nuevo modelo de desarrollo. Es por ello que las medidas adoptadas por China a modo de respuesta se orientan en varias direcciones. En primer lugar, a quebrar la atonía. Pese a resistirse inicialmente, el gobierno planea ahora una masiva inyección de inversión para ayudar a estabilizar el crecimiento, acelerando el desarrollo de la red ferroviaria urbana y los servicios logísticos, especialmente mediante la habilitación de un canal internacional para conectar mejor los mercados nacionales y extranjeros. Los proyectos de industrialización agrícola, de renovación de viviendas, de infraestructura, etc., configuran un elenco de propuestas que debe garantizar el objetivo del 7 por ciento de crecimiento aproximado al final del ejercicio.

En segundo lugar, la transformación estructural, que no avanza al ritmo deseado, encallando especialmente en el marco local donde la campaña anticorrupción causa estragos y desazón entre los funcionarios, distantes respecto a las mil y una decisiones del gobierno central que esperan cumplimiento. La inversión efectiva estimulada por la urbanización y el consumo mejorado de la creciente clase media debería convertirse en los nuevos motores de crecimiento de China en los próximos años pero el consumo contribuyó en 50,2 por ciento al crecimiento del PIB en 2014, apenas 0,2 puntos más que el año anterior. Igualmente, la reforma del sector público avanza a duras penas aunque sin pausa mientras el gasto en I+D sigue aumentando (superando ya el 2 por ciento del PIB). En suma, acostumbrados a obtener resultados prácticamente inmediatos, ante la falta de avances notorios, cierta preocupación e inquietud cunde entre los responsables económicos del PCCh.

En tercer lugar, la generación de oportunidades en el exterior como alternativa a los excesos internos de capacidad productiva. Como hemos visto durante la reciente visita del primer ministro chino Li Keqiang a Europa (la sexta en los últimos tres años), a Beijing no le duelen prendas a la hora de consignar millonarios recursos para fomentar la cooperación a este nivel. El renovado impulso de la Ruta de la Seda, con sus versiones continental y marítima, de corredores económicos con varios países, la habilitación de fondos específicos bilaterales con socios destacados o la apuesta por nuevos instrumentos financieros como el Banco de Desarrollo de los BRICS o el Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras, ejemplifican una reactividad que no está al alcance hoy día de ningún otro país del mundo.

Como un malabarista que tiene en movimiento a la vez mil y un platos que no puede detener a riesgo de provocar un desastroso efecto dominó, este escenario, rebosante de tanta complejidad como de oportunidades, dirime en gran medida el tono de la iniciativa china que aspira a sacudirse la extremada dependencia de su crecimiento de la equívoca bonanza de los mercados de los países más desarrollados.

La plasmación exitosa de todos estos proyectos, que tendrán pleno reflejo en el articulado del plan quinquenal (2016-2020) a aprobarse en otoño por el PCCh, podrían confirmar la posición cuantitativamente privilegiada de China a nivel global. Su fracaso, conduciría a una crisis de notables proporciones. Esto explica la inusitada agitación interna y externa que vive la política china. El lustro que viene, China se la juega casi al todo o nada. Si logra establecer bases sólidas para la transformación estructural de su modelo, no solo económico sino también social y político, aun sin despejar al completo las poderosas rémoras que ensombrecen su futuro, podremos decir que el Imperio del Centro está ciertamente de regreso y para quedarse.

China necesita del concurso de terceros. Por sí sola, aun con todo su poder, no dispone de los activos necesarios para culminar su modernización. Esa interdependencia y complicidad sugieren una enorme oportunidad para quien sepa aprovecharla. El impulso a la transformación del país solo es posible en tanto sea capaz de liderar en paralelo una alteración sustancial de singulares áreas geoeconómicas del planeta y evitar la agudización de la crisis global. Por su amplitud, el impacto de esta política puede marcar un punto de inflexión en el sistema internacional.