Taiwán y el sueño nacionalista chino

In Análisis, Taiwán by PSTBS12378sxedeOPCH

El triunfo nacionalista en las elecciones presidenciales celebradas en Taiwán el pasado sábado es interpretado, en términos generales, en clave de facilitación de un mayor acercamiento al continente. En verdad, el Kuomintang (KMT), después de la arrolladora victoria en las elecciones legislativas de enero último, se consolida como un auténtico dique de contención contra el proyecto independentista promovido de forma cada vez más abierta por su rival, el Partido Democrático Progresista (PDP). No obstante, sería iluso pensar que Pekín lo tendrá más fácil a partir de ahora para promover el regreso de Taiwán a China.

La unificación es la segunda clave del proceso de reforma y apertura que vive China desde hace casi treinta años. La recuperación de Hong Kong (1997) y Macao (1999), abrió el camino para Taiwán, aunque en Taipei se rechaza cualquier tipo de comparación con los casos citados. Hay pocas dudas de la pertenencia de Taiwán a China. Sin remontarnos a más atrás, ya lo fue durante el período 1945-1949, después de la derrota de la potencia ocupante japonesa en la Segunda Guerra Mundial, aunque cosa diferente es que los taiwaneses no tengan derecho hoy a decidir por sí mismos su futuro. En cualquier caso, para Pekín, el renacimiento de la nación china es incompatible con la pervivencia de cualquier forma de segregación territorial producto de su decadencia histórica, cuando debió ceder parte de su superficie a diferentes potencias que, por la fuerza, tiraron provecho de su debilidad.

En buena medida, por otra parte, la reforma china se inspira en el modelo de crecimiento taiwanés: fuerte papel del Estado, mano de obra barata, producción para la exportación, inversión exterior, apuesta por las pymes, etc. Y teniendo en cuenta que la naturaleza constitutiva de ambos partidos es similar (el KMT disfrutó de apoyo soviético durante bastantes años) en más de un aspecto o que el bienestar social o el nacionalismo de la trilogía del KMT constituyen ejes compartidos con el PCCh, este podría seguir los pasos de un KMT que en 1987 lideró la transición hacia un sistema pluralista manteniendo ciertas singularidades inspiradas en el programa de su fundador, Sun Yat-sen.

El sueño de unificar al completo la gran nación china es hoy un proyecto irrenunciable del Partido Comunista, cada vez más nacionalista. Por el contrario, en el caso del KMT, nacionalista por definición, ese objetivo ha ido perdiendo fuerza con el tiempo hasta dejar paso, como ha ocurrido en esta campaña electoral para combatir la asociación entre KMT y continente entre la ciudadanía, a un nuevo nacionalismo híbrido y ambiguo que levanta numerosas suspicacias entre la vieja guardia, aún deudora del principio de que en el mundo solo existe una China. La asunción por parte del candidato Ma Ying-jeou de un discurso cada vez más taiwanés para ganarse el favor del electorado aleja y reduce la importancia del continente en su estrategia política a un “mercado común”, pero de consecuencias políticas mucho más, deliberadamente, limitadas.

El KMT de Ma, al igual que el PCCh en el continente, diferencia hoy entre economía y política, dos mundos paralelos pero que evolucionan a ritmos muy distintos. En la primera, los temores serán cada vez menos relevantes y podremos asistir en lo próximos años a un diálogo intenso y beneficioso para ambas partes (también con perjudicados como Hong Kong o Macao que se beneficiaban de la inexistencia de relaciones directas entre ambos). En lo político, el proceso será mucho más lento, no solo por las dificultades intrínsecas del acercamiento de sistemas mucho más distantes que la propia geografía, sino porque es inimaginable hoy día la adopción de una decisión trascendental en cuanto a la unificación sin un amplio consenso social que la respalde. Pese a que las consultas populares organizadas en 2000, 2004 y 2008 han sido todas invalidadas por insuficiente participación, el resorte plebiscitario será difícil de esquivar en el futuro, cuando, ciertamente, el afianzamiento del proceso democrático es una realidad cada vez más consolidada en Taiwán.

Los partidarios de la unificación a ambos lados, alejado, momentáneamente al menos, el problema de la independencia pero también el uso de la fuerza por parte de Pekín, deberán desarrollar en los próximos años un paciente proselitismo para tender numerosos puentes que permitan diluir el miedo y las reticencias que aún subsisten en amplios sectores sociales. Ello consumirá, probablemente, más de una generación y en su orientación predominante mucho influirá el carácter que adopte la evolución política continental. A fin de cuentas, la única de forma de acercar el KMT al sueño nacionalista chino consiste en permitirle “regresar”, en cuerpo y alma, al continente, de donde fue expulsado en 1949. Eso significa que Pekín debería abrir las puertas al pluralismo político y admitir la alternancia, algo que hoy no está en la agenda.

La definición de formas estables de convivencia e incluso de integración, emancipando la mente, como dicen en el continente, para enriquecer los contenidos de la propuesta de “un país, dos sistemas”, debe tener como premisa el cierre del capitulo de la guerra civil que casi 60 años después de terminada, sigue aún abierto. La paz entre el PCCh y el KMT, labrada desde 2005 en el encuentro histórico entre Lien Chan y Hu Jintao que dio inicio a la “tercera cooperación” entre ambos partidos, debe tener su complemento en una formalización institucional que si podría no demorarse mucho y abrir un nuevo tiempo en las relaciones bilaterales.