La nueva Guerra Fría entre Rusia y Occidente empujará a la primera hacia Asia. El objetivo natural de Moscú será consolidar una alianza estratégica con Pekín con miras a hacer causa común frente a la arrogancia occidental y si posible enlistarla en una política de bloque frente a Washington y las capitales europeas. En la relación Rusia-China hay factores de convergencia y de divergencia. Entre los primeros su énfasis en la multipolaridad y su postura compartida frente a impulsos hegemónicos y camisas de fuerza geopolíticas que ambos buscan esquivar. A la vez, mientras China es un consumidor voraz de energía, Rusia ocupa el primer lugar mundial en reservas de gas, el segundo en carbón y el octavo en petróleo. Más aún, Rusia puede garantizar un suministro por tierra que evadiría el control de las rutas marítimas que detenta el mayor rival estratégico de China: Estados Unidos. Sin embargo, ambos países enfrentaron en el pasado serias disputas fronterizas en la zona de los ríos Amur y Ussuri en Siberia y compiten por esferas de influencia en Asia Central. Ahora bien, los diferendos fronterizos no han dado problemas desde que ambos gobiernos abandonaron sus regímenes comunistas y la competencia en Asia Central bien podría transformarse en convergencia de intereses.
¿Bastaría lo anterior para enlistar a Pekín en una política de bloque? Para responder a ello hay que evaluar los elementos de convergencia y divergencia entre China y las potencias occidentales con particular referencia a Washington. Entre los primeros se encontraría un comercio anual de 562 millardos de dólares con Estados Unidos y de 550 millardos con la Unión Europea, así como ingentes corrientes de inversión con éstos que fluyen hacia China y desde China. Sin embargo la economía no es sólo factor de unión sino también de competencia. Más allá de tarifas y de prohibiciones de inversión en áreas específicas está el hecho de que Washington busca articular un área de libre comercio transpacífica a contracorriente del proceso de integración entre China y el ASEAN (más Corea del Sur y Japón). No obstante, no es la contención económica sino la geopolítica la que le quita el sueño a Pekín. Mientras China busca un acomodo con Estados Unidos en el cual ambas potencias coexistan en condiciones de paridad en el Océano Pacífico, Washington insiste en preservar su hegemonía. Como señalaba Hugh White: “China luce tan dispuesta en cambiar el orden asiático como Estados Unidos, con más énfasis aún, en conservarlo” (“Sharingpowerwith China”, International New York Times, 20 marzo 2014). Ello constriñe a China dentro de la llamada “primera cadena de islas”, limitando su proyección hacia el Pacífico y encerrándola dentro de un espacio dominado por alianzas y bases militares estadounidenses. Más aún, Washington ha ampliado su radio de acción hacia el Sur de China estableciendo nuevas bases militares que trascienden la cadena citada.
Los factores de convergencia seguramente mantendrán a raya a los de divergencia hasta que algún evento haga estallar la inmensa tensión contenida. Probablemente ello ocurra en las islas Senkaku/Diaoyu, disputadas por China y Japón y en donde la alianza militar entre Washington y Tokio obligaría al primero a intervenir. A partir de ese momento Moscú podría contar con un aliado incondicional dentro de un bloque anti estadounidense.