La cuestión nacional en la China actual: entre evoluciones y limitaciones Xulio Ríos es asesor emérito del Observatorio de la Política China

In Autonomías, Estudios by Xulio Ríos

Los problemas relacionados con la arquitectura político-territorial son de enorme significación para la estabilidad de China. Las regiones autónomas representan el 64 por ciento del total de la superficie territorial del país. De las 55 minorías existentes, 28 cuentan con una muy pequeña población que no sobrepasa, en su conjunto, la cifra de 300.000 personas. Los han suman el 92 por ciento de la población total (1).

En el caso de las nacionalidades minoritarias, ubicadas en zonas periféricas y siempre con un nivel de desarrollo inferior al de los territorios con mayoría han, el modelo autonómico se vio reforzado en las últimas décadas con políticas desarrollistas que responden a la idea de que la mejora del nivel de vida diluirá las demandas identitarias y potenciará la lealtad al gobierno central. No obstante, aunque acelerada esta vía en los lustros precedentes, ha estado siempre presente en el diseño político del Partido Comunista de China (PCCh) para encarar la gestión de la cuestión nacional.

El enfoque del tratamiento de las “minorías étnicas” se ha basado, desde 1949 en adelante, en la habilitación de una autonomía territorial y en la disposición de una serie de ventajas individuales a favor de las minorías, ya sea en cuanto al número de hijos, el acceso a la universidad, a la vivienda, en la promoción profesional, etcétera. Estos “privilegios”, que a menudo han resultado irritantes para los han, obedecían al interés por establecer medidas de discriminación positiva que ayudaran a corregir el “atraso” en que se encontraban las minorías y, en paralelo, fortalecer su adhesión sistémica (estos beneficios o similares no existieron ni en la China imperial ni en la China del Kuomintang, KMT).

Con el paso del tiempo, algunas de estas prebendas se han extinguido, sobre todo con las transformaciones registradas en el periodo de reforma iniciado a partir de 1978 y que han derivado en la liberalización de aspectos importantes como la vivienda o el empleo. No obstante, el hecho de que un ciudadano de una nacionalidad minoritaria tenga más fácil acceso a la universidad, por ejemplo, explica que si un matrimonio mixto tiene un hijo opte por registrarle como perteneciente a una minoría.

Esta política ha ido conformando con el paso del tiempo una división fáctica entre los ciudadanos en función de su nacionalidad y nutrido un pensamiento que llega incluso a justificar la segmentación de los beneficios de un determinado proyecto económico entre los pertenecientes o no a nacionalidades minoritarias.

Esta y otras circunstancias han alimentado en los últimos años un debate en China en torno a la conveniencia de abandonar lo que algunos califican de “paternalismo”  para asumir el concepto de ciudadanía como regla universal. Ello sin perjuicio de reconocer la identidad nacional respectiva pero igualando a todos los ciudadanos ante la ley, con independencia de su origen étnico. En paralelo, esa revisión iría acompañada de la afirmación de procesos de autonomía real y efectiva con base en el territorio, promoviendo el autogobierno y el cogobierno y descentralizando el poder. Así también podrían derogarse las viejas reglas, escritas y no escritas, que preceptúan la distribución de cargos en función de la nacionalidad, reservando para las minorías la dimensión más representativa y para los han la fuerza ejecutiva.

Dar el salto desde la protección individualizada (con derechos adicionales subjetivos ejercidos al margen del territorio) al ejercicio de los derechos colectivos, en cuya implementación podrían participar tanto los han como las nacionalidades minoritarias, marcó un debate importante en los inicios del siglo XXI.

La propuesta marxista y los enfoques de la URSS y China

En una primera aproximación, podemos señalar que el marxismo ha abordado el problema de las nacionalidades minoritarias desde una perspectiva que combina los principios de autodeterminación de los pueblos, el internacionalismo proletario y la lucha de clases.

La «cuestión nacional» fue uno de los temas fundamentales en la teoría marxista durante el siglo XIX y XX, especialmente en contextos de imperios multinacionales como el zarista. Marxistas como Lenin defendieron el derecho de las naciones oprimidas a separarse, es decir, a formar su propio Estado si así lo desean. Esto se fundamenta en la idea de que la opresión nacional es un obstáculo para la unidad de la clase trabajadora. Pero no promueve el separatismo como fin en sí mismo: lo ve como un paso hacia una unidad voluntaria entre pueblos. La meta final no es tener más Estados-nación, sino eliminar toda forma de opresión nacional bajo el socialismo.

Stalin abordó este tema en su obra «El marxismo y la cuestión nacional» (1913), incluyendo como ideas principales una definición de nación que tuvo gran influencia en el marxismo soviético y según la cual, una nación no podía ser simplemente un grupo étnico o lingüístico: debía existir un desarrollo histórico, económico y cultural común. Stalin criticaba el federalismo (la idea de un Estado compuesto por unidades nacionales autónomas) si este debilitaba la unidad del proletariado. Para él, la solución ideal era una forma de autonomía cultural nacional, pero en el marco de un Estado centralizado socialista. (2)

Por otra parte, el marxismo considera que la verdadera liberación de las minorías nacionales no se logra con más nacionalismos, sino con la unidad internacional de la clase obrera. Esto significa que las luchas nacionales deben vincularse con la lucha de clases. En la perspectiva marxista, el problema de fondo no es “nacional” sino económico y de clase.

El marxismo distingue entre el nacionalismo de los pueblos oprimidos (que puede tener un carácter progresivo) y el nacionalismo de la burguesía dominante, que suele ser excluyente, reaccionario y opresor.

En los Estados socialistas (como la URSS en sus primeras etapas), se promovió el reconocimiento de las lenguas y culturas minoritarias, en parte como una forma de romper con el nacionalismo opresor del imperio zarista. Se establecieron escuelas, publicaciones y radios en lenguas minoritarias. Se buscaba crear una igualdad real entre grupos étnicos y lingüísticos, aunque esto más tarde fue contradicho por prácticas autoritarias.

En, suma, lo que el marxismo propone es la autodeterminación como derecho democrático, la unidad proletaria por encima de divisiones nacionales, el reconocimiento real de las culturas y lenguas minoritarias, y la superación del problema nacional mediante el socialismo internacional.

Desde la fundación de la República Popular China en 1949, el PCCh intentó aplicar políticas inspiradas en el marxismo-leninismo, adaptándolas a su contexto.

Basándose en la concepción del derecho a la autodeterminación pero diferenciándose también en esto del modelo soviético, China creó un “sistema de autonomía regional étnica”. Se establecieron regiones autónomas donde las minorías asumen la condición política de mayoría. En ellas, se promueve el uso de lenguas propias y existe representación simbólica de las minorías en la Asamblea Popular Nacional. En teoría, estas regiones tienen cierto grado de autogobierno ejercido bajo la Constitución. Este es un planteamiento solo similar al promovido en la URSS en sus primeras décadas.

China y la Unión Soviética compartían una base ideológica marxista, pero sus enfoques hacia las minorías nacionales fueron distintos en varios aspectos clave, tanto en la teoría como en la práctica. Así por ejemplo, mientras en el enfoque soviético prevalecía el reconocimiento del derecho a la autodeterminación, la visión de Mao priorizaba la unidad nacional por encima de la autodeterminación, defendiendo una versión más centralista del marxismo combinada con el reconocimiento de las diferencias étnicas. Si formalmente la Constitución soviética reconocía el derecho de las repúblicas a la secesión, aunque se dificultara en la práctica, en China este no existía y el único nacionalismo admisible era el han mientras cualquier otro era señalado como un desafío. En consecuencia, frente a las repúblicas soviéticas, Mao alentó las regiones autónomas con un autogobierno a más limitado y más simbólico que en la URSS.

También Moscú fue más lejos que China en el desarrollo de las lenguas locales. En el aspecto religioso, también China ejerció una represión más intensa y homogénea, destacando especialmente el propósito de erradicar las prácticas consideradas feudales o supersticiosas. Por último, en la experiencia de la URSS es apreciable una integración mayor de las élites minoritarias en las estructuras de poder institucional y partidario frente a la menor participación y más ceremonial de las minorías chinas, destacando sobre cualquier otro el poder de los cuadros de la mayoría han.

Por tanto, mientras el enfoque soviético enfatizaba una praxis más federal y hasta más plural en lo formal, esto debe equilibrarse con una tendencia compartida a la centralización del poder. China, en suma, desde su inicio, mantuvo un propósito más unitario y centralista.

El maoísmo y la cuestión nacional

Mao Zedong y el PCCh implementaron una serie de políticas hacia las minorías nacionales que incorporaban una mezcla de reconocimiento cultural, control político y asimilación gradual. La base de todas ellas es el reconocimiento oficial de las minorías que fue abordado a través de una campaña de identificación étnica iniciada en los años 1950 mediante la clasificación de la población en grupos étnicos. El resultado fue el reconocimiento oficial de 56 grupos étnicos, incluyendo la etnia han (mayoritaria) y 55 minorías. En paralelo, a esas minorías les fue reconocido un estatus legal diferenciado, con ciertos derechos culturales y lingüísticos.

Se establecieron regiones autónomas, prefecturas y condados para algunas minorías. Fundada en 1947, la Región Autónoma de Mongolia Interior se convirtió en la primera región autónoma en la zona liberada. Xinjiang se convirtió en autónoma en 1955 después de la fundación de la República Popular China, y Guangxi y Ningxia se convirtieron en autónomas en 1958. El Tíbet (Xizang) fue declarado región autónoma en 1965.

El reconocimiento de la autonomía aportaba autoorganización especialmente en  asuntos culturales y lingüísticos, aunque en la práctica el poder seguía concentrado y bajo los designios del PCCh.

Durante los primeros años del maoísmo, las políticas se orientaron a la  preservación de las lenguas y culturas minoritarias. Sin embargo, durante campañas como el Gran Salto Adelante (1958–1961) y la Revolución Cultural (1966–1976), hubo una fuerte presión para la asimilación cultural, incidiendo en la prohibición de prácticas religiosas y tradicionales, la imposición del mandarín como lengua dominante o la destrucción de templos, monasterios y libros en lenguas locales.

En el período inmediatamente posterior a la proclamación de la República Popular China, habida cuenta que la mayor parte de las minorías se ubicaban en las zonas fronterizas del Suroeste y en el Noroeste, la dimensión de la seguridad estaba muy presente, de modo que la solución adecuada a este problema se consideraba imprescindible para resolver con éxito el de la defensa nacional. (3)

También en ese momento, la actitud política inicial incorporaba dos actitudes básicas. De una parte, un expreso y honesto reconocimiento de que se ignoraba lo más elemental en cuanto a este problema y que en la historia china han sido muy profundos los malentendidos entre las minorías y la nacionalidad han. De otra, la búsqueda de un consenso permanente sobre la base de que el planteamiento del nuevo poder es la propuesta de igualdad política, aderezada con una mejora de sus condiciones económicas y de su nivel cultural, respetando hábitos y costumbres. De esta forma se pretendía evitar tanto el chovinismo de la gran nacionalidad (han) como el nacionalismo “estrecho” de las minorías.

La orientación general consistía en abstenerse de desencadenar o recrear la lucha de clases y de imponer las reformas sino de fraguar consensos con las élites locales, eliminar las incomprensiones y hacer recaer el impulso de cualquier reforma en las fuerzas internas. Para ello, se incide también en que los cuadros a enviar a estas zonas “deben ser pocos pero selectos” (4) y sobre la base de la consulta previa con las minorías. Otro tanto cabría tener en cuenta en relación a la necesidad de evitar el trasplante automático de las políticas de desarrollo comunes entre la nacionalidad han a las zonas de minorías, atendiendo siempre a las singularidades locales y privilegiando el comercio como mecanismo de dinamización económica.

Así pues, la consulta con las minorías en cualquier asunto se instituye como la norma de actuación básica para lograr su aprobación. Es esta la “correcta posición de clase”, aseguraba Deng Xiaoping, y no el desatar la lucha de clases para lograr avances. Se trata de apoyarse en las élites locales para ejercer de forma progresiva una influencia transformadora y constructiva.

En paralelo, el PCCh habilitó políticas específicas para posibilitar cierta participación simbólica de las minorías en la política estatal, aunque los cuadros comunistas (muchas veces han) asumían posiciones de liderazgo en las regiones minoritarias.

Desde el primer momento, el gobierno promovió proyectos de desarrollo en zonas de minorías e incentivó la migración de poblaciones han a esas regiones, lo que alteró la demografía y generó tensiones.

En suma, los ingredientes básicos que definen y problematizan la cuestión nacional en China parten de ese período, tanto en la identificación de los déficits como en la caracterización de las actitudes a promover de modo que el tacto inicial, con el paso del tiempo, se fue erosionando en virtud de la primacía de una perversa impaciencia que afectó no solo a esta dimensión de la política china sino a la práctica totalidad de los rubros que determinaron su agenda.

El denguismo y la cuestión nacional

Con Deng Xiaoping, que asumió el liderazgo tras la muerte de Mao en 1976, hubo varios cambios importantes en la política hacia las minorías nacionales, especialmente en el marco de su giro hacia la apertura económica y la reforma. Aunque el control político siguió siendo fuerte, hubo una relajación relativa en lo cultural y religioso (al menos en los primeros años).

Los cambios más destacados inciden en aspectos como una mayor tolerancia con  ciertas prácticas culturales, religiosas y lingüísticas de las minorías. Se permitió la reapertura de templos, mezquitas y monasterios, y el retorno a ciertas prácticas religiosas, aunque bajo regulación estatal. Minorías como los tibetanos y los uigures pudieron volver a enseñar sus lenguas y practicar sus religiones con mayor libertad, aunque dentro de límites marcados por el partido.

También se reafirmó el sistema de regiones autónomas, y se promovió la idea de un “socialismo con características étnicas”. Se dio más protagonismo a funcionarios locales no han, aunque la dirección del partido seguía en manos de líderes afines a Beijing (frecuentemente han).

También se promovió la educación bilingüe y ciertos beneficios diferenciados, pero siempre bajo el marco previsible de la unidad nacional. Esas políticas de trato preferencial se concretaron en temas como las exenciones en la política de hijo único, el acceso preferente a universidades y empleos estatales (cuotas), pero también en subsidios económicos y proyectos de desarrollo específicos para equilibrar disparidades regionales, avanzar en la cohesión y fomentar la lealtad al Estado.

Deng impulsó un modelo de desarrollo económico que también se aplicó en regiones autónomas como Tíbet, Xinjiang o Mongolia Interior. Se construyeron infraestructuras (carreteras, escuelas, hospitales), aunque muchas veces esto vino acompañado de mayor migración han hacia esas zonas, liderando en gran medida esa transformación. La apertura económica permitió algo más de contacto con el exterior, pero también trajo consigo tensiones por el desequilibrio en beneficios.

En general, aunque hubo más espacio cultural y religioso que bajo Mao, el partido mantuvo un fuerte control ideológico, reprimiendo  los movimientos nacionalistas o secesionistas con fiel reflejo en la reiteración de disturbios en Tíbet y en Xinjiang. En paralelo, a modo de antídoto político, se reforzó el discurso de que las minorías debían integrarse en una “nación china unificada”.

En esencia, Deng introdujo una etapa de flexibilización cultural y religiosa, combinada con políticas económicas favorables y desarrollo en regiones minoritarias. Sin embargo, el control político no se relajó: cualquier signo de autonomía real o nacionalismo étnico fue visto como una amenaza al Estado.

Aunque el período de Jiang Zemin (1992–2002) suele quedar un poco opacado entre Deng y Hu Jintao, también tuvo su importancia en materia de minorías nacionales. Jiang no introdujo reformas estructurales radicales, pero consolidó y reorientó algunas políticas que sentaron las bases para lo que vino después.

Jiang mantuvo el enfoque de Deng de promover el desarrollo económico en las zonas pobladas por las minorías étnicas. Se invirtió en infraestructura y se expandieron las zonas urbanas, lo cual atrajo más migración han hacia regiones como Xinjiang, Tíbet y Mongolia Interior. El aumento de las desigualdades internas generó tensiones sociales y étnicas.

En paralelo, Jiang impulsó una campaña de educación patriótica, especialmente después de la crisis de Tiananmen (1989), que reforzó una visión más unitaria de la identidad china. Las minorías eran incluidas en el discurso de unidad nacional, pero bajo una lógica de integración al modelo han dominante. La idea de “una gran familia de nacionalidades chinas” se usaba entonces para promover cohesión, pero también para desalentar identidades étnicas diferenciadas.

Si bien hubo cierta tolerancia religiosa limitada, también se endureció el control sobre las organizaciones religiosas no registradas. En Tíbet, por ejemplo, se aplicaron campañas de “reeducación patriótica” en los monasterios, y se impuso una supervisión más estricta del clero budista.

En la Conferencia Central sobre la Labor Étnica (1992), Jiang hizo inventario de la realidad sistémica y de las políticas aplicadas, significando la consolidación de un modelo que entonces abarcaba a cinco regiones, 30 prefecturas y 124 distritos, más 1.200 cantones étnicos en las zonas donde vivían minorías de forma dispersa (resultando en total aquel 64% de la superficie global del territorio chino). En la abrumadora mayoría de los distritos y municipios del país conviven al menos dos etnias. (5)

El marco legal, una contribución significativa del denguismo

En 1984 se adoptó la Ley de Autonomía Étnica Territorial que desde entonces es la principal referencia normativa en esta materia.  Establece un marco legal para que las minorías étnicas ejerzan el autogobierno en regiones específicas. Desde su implementación, ha experimentado diversas modificaciones y desarrollos normativos, tanto a nivel estatal como regional.

Entre las principales modificaciones y desarrollos desde entonces, cabría mencionar:

  1. Desarrollo de estatutos y reglamentos locales: Hasta finales de 1998, las regiones autónomas habían elaborado 126 estatutos de autonomía y 209 reglamentos específicos, adaptados a las características políticas, económicas y culturales de las etnias locales. Para 2003, estas cifras aumentaron a 133 estatutos y 384 reglamentos, permitiendo ajustes en leyes nacionales como la de matrimonio, herencia y elecciones, para adaptarse a las realidades locales. ​
  2. Uso y desarrollo de lenguas étnicas:Las regiones autónomas han implementado regulaciones para promover el uso y desarrollo de las lenguas orales y escritas de las minorías étnicas. Por ejemplo, en regiones como el Tíbet, Gansu y Qinghai, se han establecido normas específicas para el uso del idioma tibetano en la administración pública y la educación. ​
  3. Establecimiento de cantones étnicos: Además de las regiones autónomas, China ha establecido más de 1.100 cantones étnicos como complemento al sistema de autonomía regional. Estos cantones permiten a las minorías étnicas ejercer ciertos grados de autogobierno en áreas donde no es viable establecer una región autónoma completa. ​

Estas modificaciones y desarrollos reflejan los esfuerzos continuos de China por adaptar la normativa básica a las cambiantes circunstancias políticas, sociales y culturales del país.

La Ley de Autonomía Étnica Territorial de China fue modificada el 28 de febrero de 2001 por el Comité Permanente de la Asamblea Popular Nacional. Esta revisión tuvo como objetivo adaptar la ley a las nuevas condiciones del desarrollo económico y social en las regiones autónomas, en el contexto de la transición hacia una economía socialista de mercado.​

Entre las principales modificaciones introducidas en 2001, cabría destacar las siguientes:

-Fortalecimiento de la autonomía legislativa local: Se amplió la capacidad de las regiones autónomas para elaborar reglamentos y disposiciones específicas adaptadas a sus características políticas, económicas y culturales. Estos reglamentos deben ser aprobados por los órganos legislativos superiores correspondientes. ​

-Mayor representación de las minorías étnicas en los órganos de gobierno: Se estableció que los presidentes de las regiones autónomas, prefecturas y condados deben pertenecer a la etnia que ejerce la autonomía en esa área. Además, se promovió la inclusión de personas de otras minorías étnicas en cargos gubernamentales. ​

-Uso y desarrollo de las lenguas étnicas: Se reforzó el derecho de las minorías a utilizar y desarrollar sus lenguas habladas y escritas en la administración pública, la educación y el sistema judicial. ​

-Autonomía fiscal y financiera: Las regiones autónomas obtuvieron mayor capacidad para establecer políticas fiscales locales, incluyendo la posibilidad de aplicar exenciones o reducciones impositivas en función de las necesidades locales. ​

-Desarrollo educativo y cultural: Se promovió la creación de escuelas y programas educativos adaptados a las características culturales de las minorías, con especial atención a las áreas rurales y económicamente desfavorecidas. ​

Estas modificaciones reflejan un esfuerzo por parte del gobierno chino para fortalecer la autonomía de las regiones étnicas, promoviendo su desarrollo económico, social y cultural dentro del marco de la unidad nacional.​

Desde la modificación de 2001, la Ley de Autonomía Étnica Territorial no ha experimentado nuevas enmiendas formales. Sin embargo, en 2005, el Consejo de Estado promulgó las «Disposiciones sobre la Implementación de la Ley de Autonomía Étnica Territorial», que detallan aspectos prácticos para su aplicación, como la elaboración de reglamentos locales y la gestión de recursos naturales en las regiones autónomas. ​

En términos generales, el denguismo, en línea con la política de reforma y apertura, puso el énfasis en la superación del atraso económico de estas zonas, impulsando todos los sectores a través de las inversiones centrales y de provincias más desarrolladas, y la mejora general en el orden de los servicios, incluidos los culturales, así como estableciendo un marco normativo de referencia que perdura hasta hoy día.

Entre las políticas implementadas en los años 90 cabe destacar: acelerar el desarrollo económico y cultural, la promoción de los servicios sociales (insistiendo en las lenguas habladas y escritas preservando su uso y desarrollo a través de políticas educativas y mediáticas), respetar las dinámicas de autodesarrollo, profundizar la autonomía a través de una política de cuadros locales más audaz y preservar la cohesión y la unidad.

El continuismo denguista: de Jiang Zemin a Hu Jintao

Jiang Zemin no cambió radicalmente la política hacia las minorías, pero fue clave en la consolidación del enfoque de desarrollo económico combinado con control político bajo la noción guía de la “unidad en la diversidad” alentada por el reconocido sociólogo y antropólogo chino Fei Xiaotong (6). En paralelo, propició un claro aumento de la retórica nacionalista y patriótica, lo que debilitó las expresiones culturales autónomas e inició una transición hacia un modelo más vigilante y centralizado, que sería profundizado por sus sucesores.

Por su parte, Hu Jintao (2002–2012) alentó una mayor retórica multicultural con el acento en la estabilidad y la armonía social. Hu continuó la línea de desarrollo económico en regiones de minorías, pero con un enfoque más intenso en la observación de la “estabilidad social”. Promovió la idea de una “sociedad armoniosa”, que incluía a todas las etnias, pero con un destacado énfasis en la unidad nacional y la seguridad.

Durante su mandato estallaron varios conflictos étnicos y protestas, como los disturbios en Lhasa (Tíbet, 2008) o el acuchillamiento de más de un centenar de han en Urumqi  (Xinjiang, 2009). En respuesta, se intensificó la vigilancia, la censura y el despliegue de fuerzas de seguridad.

En el orden educativo, promovió la modernización pedagógica y tecnológica, con más inversión en educación y tecnología en zonas de minorías, pero con el riesgo de desplazar lenguas y culturas locales. En la misma línea, debe significarse la promoción del mandarín como lengua principal en educación.

Hu Jintao comparte la convicción de que el progreso material asegura la estabilidad (7). Los avances en este sentido contrastaron con la carencia de un diseño político que sugiera para las nacionalidades minoritarias un protagonismo de nuevo tipo que les reporte oportunidades en el ejercicio público sin más interferencias que las previstas en un marco legal que hoy día adolece de numerosas carencias formales y conceptuales.

El tirón desarrollista de las décadas de reforma y apertura es asumido por la mayoría han como un elemento modernizador que contribuye a la mejora general de su estatus, acercando el logro de la prometida existencia relativamente acomodada. En ese proceso, el propio gobierno ha incentivado la colonización de las áreas más atrasadas del país, no por casualidad con predominio de presencia de nacionalidades minoritarias, en un esfuerzo por reducir los desequilibrios territoriales, para redistribuir los beneficios de la modernización en curso y también para poner en explotación los importantes recursos naturales de todo tipo que abundan en dichas zonas y que hoy son imprescindibles para asegurar que la caldera del crecimiento funcione a toda máquina.

El gobierno chino calcula que superando la pobreza y el atraso, causas del descontento, el desarrollo puede ser un poderoso modelador de identidades, uniformador de formas de vida y destructor de las diferencias, reducidas en este caso a una diversidad a la baja, carente de operatividad y expectativas reales, languideciente y condenada a la curiosidad museística. No obstante, frente a la hipótesis de la sumisión “natural” derivada de este progreso, las tensiones que tal proceso está originando sugieren una exacerbación de las respectivas identidades, viviendo cada una de espaldas a la otra. (8)

Cambiar el modelo de desarrollo, empeño que sigue animando hoy las preocupaciones esenciales del gobierno central chino, no solo significa prestar más atención al medio ambiente o a la innovación tecnológica, sino que debe suponer también conceder mayor importancia al factor social, una dimensión ya en la agenda, pero que no puede ignorar las perspectivas culturales e identitarias que puedan tener otras nacionalidades con otras concepciones del desarrollo arraigadas en su territorio y su forma de ser y que hoy pueden sentirse arrinconadas, cuando no simplemente despreciadas.

En el denguismo, en suma, se han implementado dos trazos en esta cuestión nacional: una, en lo económico, es el avance en el desarrollo material. Ya desde 1979 se promovió la política de “apoyo de uno a uno”, un mecanismo de apadrinamiento de las regiones del Oeste por parte de las provincias costeras que ha contribuido a mejorar significativamente los niveles de bienestar. Segundo, en lo político, la persistencia del modelo vigente que preceptúa la doble función de los órganos de las entidades autónomas, ejerciendo tanto los poderes estatales locales como también los poderes autonómicos, de forma que la preeminencia de los primeros sobre los segundos no hace sino acentuarse y dificulta cualquier propósito de descentralización o de un cogobierno inclinado hacia lo autonómico.

El xiísmo, un giro centralizador

La espiral de centralización que China ha experimentado en los años de Xi Jinping ha afectado al enfoque de esta cuestión (9). De una parte, el fomento de una cultura legalista que afecta a todos los ámbitos y el proceso de desconcentración del poder a ciertos niveles no ha reparado en las autonomías que, en niveles destacados, siguen careciendo de los reglamentos o estatutos básicos para su pleno desempeño. El ejercicio del gobierno según la ley, máxima que los actuales líderes del PCCh aseguran promover, confiere a la existencia de normas un valor sustancial para dotar de alcance y efectividad la estructura político-territorial.

De hecho, pocas han sido las iniciativas reseñables en este sentido. Una, en el ámbito de la supervisión del cumplimiento de la ley vigente (1984), en 2015, la Asamblea Popular Nacional envió inspectores a varias regiones autónomas, incluyendo Xinjiang y el Tíbet, para supervisar la implementación de la ley. Esta inspección se centró en áreas como infraestructura, políticas financieras, protección ambiental, selección de funcionarios de minorías y educación cultural.

Además, en 2018, se introdujeron enmiendas a la Constitución de la República Popular China que, aunque no modificaron directamente la Ley de Autonomía Étnica Territorial, podrían influir en su implementación. Estas enmiendas incluyeron la codificación del liderazgo del PCCh en la Constitución y la creación de la Comisión Nacional de Supervisión, lo que refuerza el control central sobre las regiones autónomas.

Las autonomías chinas son autonomías débiles competencialmente y del mismo modo que ahora se trata de reforzar el dispositivo normativo del sistema político chino en su conjunto, bien habría llegado la hora de desarrollar de forma reglamentaria la legislación en materia de nacionalidades, que es mínima en función de lo necesario y mínima también en relación a otros órdenes de la vida política china.

Que el Estado de derecho no tenga impacto ambicioso en el marco legal de las autonomías advierte de una asignatura pendiente. Aunque el proceso en curso tiene como eje central la adecuación legal de las normas que deben reglar el nuevo modelo de desarrollo convirtiendo la ley en sí en uno de sus pilares básicos, no todo en ello es economía ni siempre la frontera se puede establecer fácilmente.

Revertir esta situación exigiría habilitar mecanismos institucionales que aseguren también en este aspecto una dotación normativa adecuada fomentando en paralelo la formación de cuadros de las propias nacionalidades minoritarias especializados en esta materia, integrándolas en el proceso de afirmación normativa que no puede devenir en una concesión graciosa de las autoridades han sino resultado de una exhaustiva adaptación, reconocimiento y dignificación de los entornos locales.

Una segunda cuestión es la apuesta por mejorar y profundizar el vigente sistema de autonomía, perfeccionando las relaciones entre las diversas nacionalidades que convergen en un mismo territorio. No se trata de la autonomía “de una sola nacionalidad aislada” sino que esta debe contemplarse en interacción con las demás que residen en un mismo territorio.

En tercer lugar, el Estado debe ayudar a las nacionalidades minoritarias a acelerar su modernización no solo en el plano económico interno, sino accediendo al mercado internacional y facilitando el auge de su industria cultural. Asunto clave en esta política es la formación de cuadros de las propias minorías, abundando en tres ámbitos: político, intelectual y económico, en especial, propiciando la formación de gestores del mercado. El desarrollo económico seguirá desempeñando un papel clave para hacer frente a las tensiones identitarias, prestando mayor atención a que las inversiones redunden en la mejora de la vida de los residentes locales en vez de ser monopolizadas por los inmigrantes Han.

En el orden político, se auspicia que los cuadros pertenecientes a las nacionalidades minoritarias sean formados en cuatro identidades y sentidos de pertenencia y compromiso: la patria, la cultura china, la comunidad nacional china, la vía socialista a la china. En este sentido, se prepara un nuevo estándar en materia de proporción de cuadros en el ámbito gubernamental con vistas a aumentar la presencia y relevancia de las nacionalidades minoritarias.

Se cierra, por otra parte, la posibilidad de admitir el reconocimiento de nuevas minorías, cuestión aun abierta dado que restaban varias decenas de miles de personas “sin adscripción”. No habrá más que las 55 reconocidas a día de hoy.

En cuarto lugar, se propone la noción de “comunidad nacional china” como concepto superador de la identificación de la nación china con la comunidad han. Las 55 minorías pertenecen conceptualmente a la nación china (integrada por 56 nacionalidades) y no se pueden separar de ella ni unas de otras. China es el “hogar espiritual” de todas las nacionalidades. Identidad propia y sentido de pertenencia a esa comunidad facilitarán la plasmación de una doble lealtad que afiance la solidaridad interétnica.

Quinto, en el ámbito de la ideología, se apuesta por fomentar la desactivación del nacionalismo han y el nacionalismo de las minorías, en especial, el irredentismo.

Sexto, en cuanto a los problemas de discriminación, estos se deben gestionar desde la óptica del derecho, examinando las deficiencias de conformidad con la ley e instrumentando la mejora de las dotaciones normativas en este ámbito.

Séptimo, se abunda en que los problemas nacionales durante el periodo de modernización vienen de lejos y son inseparables de la lógica del desarrollo. Se apuesta por introducir medidas para facilitar la integración de las minorías en los procesos de urbanización en curso, respaldando los traslados de personas de grupos étnicos minoritarios a las comunidades urbanas.

Ocho, se resalta la existencia de continuidad más que ruptura en la política del PCCh en este ámbito, promoviéndose  medidas específicas que desarrollen este enfoque y sus matices.

Ya en la Conferencia Central de Trabajo Étnico (2014), Xi plantea la idea de observar las dos combinaciones. La primera es la de unidad y autonomía, y la segunda es la de los factores étnicos y los factores regionales.

Igualmente, ha destacado la importancia de gestionar adecuadamente la relación con los asuntos religiosos apuntando a una “orientación” que, en este particular, no debilite la unidad y la cohesión.

La idea central del xiísmo en esta materia es que no basta con mejorar la economía y prestar atención a los temas relacionados con el desarrollo y la lucha contra la pobreza. Por si solo, este principio de actuación no es suficiente para resolver todos los problemas pendientes. La clave última se atribuye a fomentar una identidad nacional compartida, superadora de los nacionalismos y chovinismos en torno al concepto de “comunidad nacional”. En tal sentido, se concede gran importancia a la educación para fomentar el patriotismo.

El sentido de comunidad de la nación china es la consigna clave del xiísmo: liderazgo del partido, una vida mejor para las minorías en todos los aspectos, la construcción de un hogar cultural común  guiándose por los valores socialistas esenciales, destacando símbolos culturales y una imagen de la nación china que pueda ser compartida por todos los grupos étnicos para fortalecer su identificación con la cultura china; el fomento de la unidad y la integración de las diversas etnias; desarrollo al completo de la Ley de Autonomía Territorial Étnica sobre la base del trato igual para todos.

En un discurso en la Conferencia Central de Asuntos Étnicos celebrada en agosto de 2021, Xi Jinping sintetizó las ideas clave de la política del PCCh en esta materia en el momento presente (10). Reproducido en la revista teórica Qiushi, Xi destaca el principal objetivo de la “nueva era”: reforzar el sentido de la nación china como una sola comunidad. El “enfoque chino” lo resume en 12 puntos que atienden a la prioridad de fortalecer el sentido de identidad nacional (el país de origen, la nación china, la cultura china, el PCCh y el socialismo chino) y defender la unidad de la nación china representando los grupos étnicos “como las semillas de una granada”.

La exaltación de la afinidad, de la tradición patriótica, etc., en suma, el conjunto de los conceptos esgrimidos abundan en esa idea de reforzar el sentido de “identidad nacional” de las nacionalidades minoritarias como categoría superior, un fuerte sentido de pertenencia que debe primar sobre cualquier otra adhesión y que constituye la máxima prioridad política del PCCh en esta materia. Cualquiera que sea la identidad étnica debe estar subordinada al sentido de identidad nacional.

Este enfoque se preceptúa como “esencial” para la realización de la revitalización nacional, un empeño que, adicionalmente, requiere estabilidad, y que también facilita la institución de una Gran Muralla cultural. En suma, grandeza, orden y “características chinas” frente al reto del ideario liberal occidental.

Esa concepción de la nación china como una “comunidad de futuro compartido” en sí misma, postula un difícil equilibrio entre la exaltación de los puntos en común entre dichas minorías y la mayoría han, y la diversidad, con una clara vocación de privilegiar lo primero.

Las minorías no saldrían “perdiendo” en esta ecuación porque hay en el empeño un enfoque comprometido con el desarrollo y el progreso material de estas comunidades con políticas avanzadas que deben preservar lo logrado en la eliminación de la pobreza y asegurar la mejora progresiva de las condiciones de vida.

Sobre todo ello planea una severa preocupación complementaria por los “grandes riesgos y amenazas ocultas” que siguen condicionando el problema nacional en China. A ello responden las importantes medidas adoptadas a nivel interno en el ámbito de la seguridad respecto de las nacionalidades minoritarias más sensibles (en especial, la uigur y tibetana) y también en el ámbito de la cooperación internacional, muy especialmente en el marco de la Organización de Cooperación de Shanghái, OCS.

El xiísmo propicia un giro orientado hacia una mayor homogeneización. Bajo Xi, la política hacia las minorías se ha endurecido considerablemente, con un énfasis en la «sinización» de todas las etnias. Las diferencias culturales son vistas cada vez más como inconveniencias para fortalecer la unidad nacional, clave en el momento histórico presente . En lo ideológico, se promueve una idea de “nación china unificada” que minimiza la diferencia étnica. El discurso oficial ha pasado de “diversidad en la unidad” del denguismo a un énfasis en la asimilación cultural.

Tendencias

La tendencia predominante apunta a un aumento progresivo del control estatal, especialmente desde 2008 y una evolución desde la autonomía relativa bajo Deng al modelo asimilacionista de Xi.

La prioridad ha pasado de la diversidad dentro del socialismo a la unidad nacional a cualquier costo. Se promueve una identidad china común bajo el lema de “una nación multinacional unificada” (中华民族, zhōnghuá mínzú), lo que diluye las identidades separadas.

En la teoría, China adoptó ideas marxistas como la autodeterminación, la igualdad cultural y la unidad voluntaria. En la práctica, el Estado priorizó la unidad nacional y la estabilidad política, muchas veces a costa de los derechos culturales y políticos de las minorías.

El PCCh señala que su contribución a la teoría marxista de las etnias consiste en la propuesta de la autonomía étnica territorial, cuya implementación debe llevarse a cabo reforzando en paralelo la dirección del partido sobre la gestión de un problema destinado a permanecer por largo tiempo en la agenda política y social.

La definición de un equilibrio como el propuesto por el PCCh no es un tema fácil de resolver. Hay un factor cultural y civilizatorio que no debe ser despreciado. La antigua China no fue nunca un país definido a partir del concepto moderno de Estado nación, sino una entidad política definida por la civilización, y la línea principal de la civilización china no se ha interrumpido desde la antigüedad hasta la actualidad, lo que constituye un hecho excepcional.

La visión de China como un sistema complejo que aglutina diversas culturas constituye un loable esfuerzo de inclusión de las diferentes realidades sociales que coexisten en el marco político-territorial y que demandan respuestas originales y adaptadas. Ese enfoque con acento en la asunción activa de la pluralidad puede contribuir a apagar los viejos conflictos de matriz étnica heredados del imperio.

Incluso en los primeros tiempos de la República Popular China, bajo la dirección del PCCh, el Estado chino no se limitó a seguir o copiar el sistema federal o el sistema de confederación que habían practicado otros países con vastos territorios y múltiples etnias, sino que estableció un modelo de Estado unitario, e implantó el sistema de autonomía étnica regional, a contrapelo de la opción elegida por la cercana URSS, pongamos por caso, que ya en su Constitución de 1924 reconocía aquel derecho de autodeterminación de sus repúblicas. A tener en cuenta que el enorme esfuerzo desplegado durante décadas en torno a la creación del “pueblo soviético” se desmoronó a mayor velocidad que la propia URSS.

El apelo a la dirección centralizada de las políticas en este orden -como en la práctica totalidad de los demás ámbitos es una tendencia acreditada del xiísmo- se ha visto reforzado en los últimos años. Sin duda, hay en ello una doble consideración. En primer lugar, política, vinculada al objetivo de culminar la modernización (la revitalización nacional, el sueño chino), de forma que las nacionalidades minoritarias participen y se sientan identificadas con tal propósito y no se desentiendan de él. En segundo lugar, de seguridad, ante el temor de que las disfuncionalidades y contradicciones en esta materia puedan servir de argumento para crisis indeseables, tanto en razón de dinámicas internas como de la intensificación desde el exterior de las tensiones para generar inestabilidad.

Pensar que se garantiza mejor la adhesión y la lealtad a través del desarrollo material, corrigiendo desequilibrios, aporta un ingrediente nada despreciable. Sin embargo, pudiera no ser suficiente. Difícilmente puede compensar retrocesos en políticas lingüísticas y culturales que aprovechen las nuevas circunstancias para normalizar e igualar -no subordinar- el estatus de estas comunidades. Y requiere no solo un mayor énfasis en la capacitación de funcionarios para implementar las políticas centrales sino una firme apuesta por el empoderamiento de las nacionalidades minoritarias.

China dispone hoy de importantes capacidades económicas y tecnológicas para afrontar el tratamiento de este reto con creatividad, desbaratando los recurrentes tics centralistas que proliferan por doquier, en Oriente y Occidente, a la hora de idear alternativas a este problema. Se precisa, no obstante, voluntad y claridad política, evitando recidivas en la folclorización o en su transformación en reclamos turísticos, a menudo tan frívolos como desnaturalizadores.

Xi Jinping ha señalado  en más de una ocasión que “la cultura es el alma de un país y de una nación”. Probablemente piensa en clave han, pero para las personas pertenecientes a cualquier minoría nacional ocurre lo mismo: su cultura es su identidad primigenia. La exaltación de la diversidad, el reconocimiento de las singularidades -de igual modo que China las reclama internacionalmente-, podría potenciarse como expresión de una unidad no basada en la negación o mitigación de las diferencias sino en la valoración positiva de la interacción entre las diversas identidades.

Esto tiene implicaciones socioculturales que afectan a la potenciación de la identidad de origen pero también políticas, fortaleciendo el autogobierno y avanzando en la modernización del sistema legal, hoy claramente insuficiente.

El éxito cuantitativo de la modernización puede no resolver el problema. Que los ciudadanos de las nacionalidades minoritarias se enriquezcan no tiene por que ir en demérito del apego a su identidad de origen más genuina. Incluso puede acontecer lo contrario. Por otra parte, el acento en cerrar las heridas del pasado que aun permanecen abiertas -caso de Taiwán- pueden derivar en una exaltación nacionalista asimétrica, muy favorable para la mayoría han pero diluyente para las nacionalidades minoritarias.

Es reconociendo y potenciando la diversidad como mejor se garantiza la lealtad. Así se desactiva la potencial conflictividad de una duplicidad identitaria que requiere del arbitrio de un encaje en el que todos puedan sentirse partícipes. Ese aliento no tiene por que desembocar en el separatismo o el extremismo. Al contrario, a dichos fenómenos nos conducen aquellas políticas en las que subyace la desconfianza y el paternalismo.

Ojalá ello se tenga en consideración en el proceso de elaboración de la anunciada Ley de Fomento de la Cohesión y el Progreso Étnicos, que se anunció en el Tercer Pleno de la dirección del PCCh clausurado el 18 de julio de 2024 en Beijing.

Conclusiones

China tiende a observar sus problemas nacionales con esa doble actitud: incomprensión absoluta de las protestas dado que las nacionalidades minoritarias han disfrutado o disfrutan de “más” derechos que la mayoría han en algunos ámbitos (natalidad, acceso a la educación, representación política, etc.); y denuncia de la implicación de fuerzas externas (ya sea del Congreso Mundial Uygur o las huestes del Dalai Lama) con el objetivo de alterar la estabilidad y dañar la convivencia, eligiendo para ello fechas cargadas de especial significación y simbolismo. Se descarta que algo tenga ver la propia concepción del Estado y de las políticas autonómicas promovidas en los últimos años donde prima cada vez más la dimensión antropológica, pseudo religiosa, etc., cualquiera menos la propiamente política, confiando en que la mezcla de paternalismo y desarrollo pueda operar el milagro de la estabilidad.

¿A qué se debe la parálisis innovadora en la política de nacionalidades cuando en tantos otros campos China ha realizado un esfuerzo de adaptación y creatividad constante? El atolladero en que se encuentra la política en materia de nacionalidades del gobierno chino y del PCCh es directamente consecuencia tanto del interés mostrado por reducir la dimensión del problema a categorías como la economía, la religión, la cultura, o el turismo, como del empeño en evitar la dimensión política del conflicto. Pero más desarrollo, por sí solo, no va a suprimir el apego a las identidades respectivas, del mismo modo que el auge experimentado por China en los últimos 30 años no ha conducido a una asunción ciega del discurso occidental sino, al contrario, se está convirtiendo en el soporte de un nuevo impulso a la identidad milenaria china, incluidas sus raíces confucianas.

¿Puede China frenar el secesionismo? ¿Como hacerlo? Dos vías están sobre la mesa. La primera consiste en acentuar el proceso actual, es decir, acelerar la vía de la asimilación cultural de las nacionalidades minoritarias, multiplicar los liderazgos han en los ámbitos regionales y provinciales de las zonas autónomas, impulsar la creación de barriadas mixtas, consideradas menos conflictivas, promover la emigración de las nacionalidades minoritarias a otras zonas de China con el argumento del empleo, favorecer los matrimonios mixtos….. todo ello con el objeto de urgir una plena y más fácil y rápida disolución de las culturas resistentes (fundamentalmente la uigur y la tibetana) y facilitar el avance dominante de la cultura han. El otro camino apunta en un sentido totalmente contrario. Significa apostar por la modernización de la arquitectura institucional china, sugiriendo fórmulas que permitan avanzar en el autogobierno de las nacionalidades minoritarias, en la asunción de responsabilidades, en la plasmación de un código de conducta basado en la lealtad y en el respeto mutuo, formalizando y reforzando cada vez más el sistema autonómico y dotándolo de contenidos, normas e instituciones que permitan el sano desarrollo de las respectivas identidades.

Citas:

(1) Zhu Lun (2005), Las nacionalidades minoritarias en la vida política de China, accesible en: https://politica-china.org/areas/autonomias/las-nacionalidades-minoritarias-en-la-vida-politica-de-china; Yang Shenmin, Etnografía de China, Editorial Popular, Madrid, 2024.

(2) El marxismo y la cuestión nacional, Ediciones en Lenguas Extranjeras, Moscú, 1953.

(3) Deng Xiaoping, Textos escogidos (1938-1965), Ediciones en Lenguas Extranjeras, Beijing, 1992. Pág 190.

(4) Ibidem, pág 194.

(5) Jiang Zemin, Textos escogidos, Tomo I, Ediciones en Lenguas Extranjeras, 2010, Pág 185.

(6) Fei Xiaotong. Zhonghua minzu de duoyuan yiti geju, El patrón de la diversidad en la unidad de la nación c, Editorial de la Universidad Central de las Nacionalidades, Beijing, 1999.

(7) Xulio Ríos, Xinjiang, argumentos para una crisis, Estudios de Asia y África, XLV (1), El Colegio de México, 2010.

(8) Xulio Ríos, China pide paso, de Hu Jintao a Xi Jinping, Icaria, 2012.

(9) Hao Shiyuan (2018), Managing Ethno-national Issues of Road with Chinese Characteristics, China Social Sciences Press.

(10) Xi Jinping, A governança da China, Tomo IV, Ediçoes em Línguas Estrangeiras, 2023, pág 301.