Al conmemorar el cuadragésimo aniversario del establecimiento de relaciones diplomáticas entre España y China cabe llamar la atención sobre aquellas singularidades mutuas que nos definen más allá de lo reconocible a primera vista. Dicho ejercicio puede contribuir a señalar marcos de intercambio presentes y futuros comparativamente diferenciados e igualmente ventajosos para ambas partes, dotando de mayor contenido nuestras relaciones.
En la interacción sino-española es tradicional referirse al avance paralelo de unos procesos de transición iniciados a finales de los años setenta del siglo pasado. En ambos casos, nos referimos a trayectorias marcadas por un afán tanto de reforma interna como de apertura al exterior. Cada país a su manera y con sus respectivas prioridades ha impulsado en las últimas décadas diversas iniciativas orientadas a facilitar una modernización que no podría entenderse sin una mayor participación en los asuntos globales en todas sus dimensiones pero tampoco sin una nueva mirada hacia su propio fuero interno. Es por eso que podemos hablar de un doble reencuentro, es decir, no solo con ese mundo exterior del que ambos países se habían aislado, sino también con la pluralidad y diversidad interna, una realidad que reclamaba un mejor y mayor reconocimiento para garantizar su plena dignificación y progreso colectivo.
El ensamblaje de las diversidades identitarias es un ejercicio complejo. Requiere, en primer lugar, la aceptación de la pluralidad como un valor y no como un demérito o problema, un lastre que pesa como una losa sobre la eficiencia del Estado. Así se ha considerado durante mucho tiempo en no pocas latitudes y dicho imaginario late con frecuencia en nuestro subconsciente, deudor de décadas de adoctrinamiento basadas en la idea de que la uniformidad provee de fuerza y la pluralidad de debilidad. Por fortuna, hoy día tal punto de vista ha periclitado y a la demografía política aplicamos criterios de ecología social que nos llevan al convencimiento de lo dramático de la pérdida de una identidad, un idioma, una cultura, una costumbre, una tradición, etc., que ansiamos recuperar para goce y disfrute de toda la humanidad. Es este un denominador común que aleja los peores presagios, cuando la uniformidad se imponía a cualquier otra consideración, dando vida a un cosmopolitismo enriquecedor y auténticamente universalista.
En segundo lugar, necesitamos poderes públicos que dispongan de instrumentos (órganos, acciones) y voluntad política para preservar tan rico patrimonio. Tras aquel principio citado dotado de asentimiento universal lo que se requiere ahora son respuestas locales, adaptadas a cada situación. También aquí parece lógico pensar que son los propios sujetos de la identidad en minoría en el conjunto, los más interesados en la organización y preservación de sus capacidades. Es por ello que el autogobierno es consustancial a la idea de protección. Es siempre conveniente contar con los propios afectados.
Por último, debiéramos asumir un tercer concepto, el co-gobierno, es decir, la asunción compartida de reglas y competencias que permitan sumar esfuerzos y superar confrontaciones, generando lealtades y evitando malentendidos. En ocasiones, una línea muy frágil hace las veces de “frontera”. Resulta por ello de capital importancia comprender que desde un gobierno central no hay mejor política que el reconocimiento y hasta fomento de la diversidad para ganarse la confianza y lealtad; y que desde un gobierno autónomo no hay mejor actitud que una política solidaria y responsable que evite que de la defensa de la diversidad se deriven fronteras de otro signo.
Autonomías en China y en España
Los procesos de modernización en España y China convergen en la problemática de las autonomías como un punto de encuentro de alto interés. En España, en virtud de las previsiones de la Constitución de 1978, se ha conformado un Estado de las Autonomías, consolidando un marco jurídico y político esencial, siempre en permanente actualización, que incluso va más allá de la respuesta a la pluralidad nacional para conformarse como un ejercicio de amplia descentralización. Por su parte, en China, las autonomías territoriales avanzan actualmente en su proceso de conformación legal, de forma que se aventura una mayor afirmación jurídica de su complejo sistema de autogobierno a diferentes niveles. Dicho proceso es continuidad del iniciado en 1949 cuando, por primera vez en su milenaria historia, se habilitaron beneficios específicos para ciertos colectivos en atención a la diferente condición de su origen étnico.
En ambos casos existe la preocupación compartida de lograr que una administración autonómica garantice una mayor eficiencia en la gestión de los asuntos cívicos y en la generación de respuestas a las inquietudes de los ciudadanos, conformando poderes públicos dotados de plena legitimación.
Podríamos decir que la existencia de nacionalidades minoritarias en China y en España sugiere respuestas específicas del sistema político orientadas a establecer fórmulas de convivencia capaces de combinar de forma equilibrada la representatividad, la protección y el progreso.
Las situaciones en China y en España son bien diferentes. En China, por ejemplo, las nacionalidades minoritarias se ubican en regiones atrasadas, mientras que en España, Cataluña o el País Vasco se encuentran entre las más desarrolladas del país. La base del ejercicio de la autonomía en España es territorial mientras que en China prima lo subjetivo y el miembro de una nacionalidad minoritaria dispone de derechos adicionales (medidas de discriminación positiva) que puede ejercer con independencia de su lugar de residencia. Las diferencias se explican por circunstancias históricas, políticas, demográficas, etc., pero ofrecen un elenco de experiencias cuyo intercambio permite exploraciones, con seguridad, de provecho para ambas partes.
Pocos países en el mundo pueden ofrecer destrezas similares. Obviamente, no todo en ellas es satisfactorio y esa ansia de perfeccionamiento induce a la reflexión y a la renovación permanente. No hay modelos universales como tampoco situaciones idénticas. No obstante, la educación y la cultura son ámbitos que exigen en todo caso un sincero compromiso de protección. En tiempos de mundialización como los actuales, encaran retos doblados, lo que exige un perseverante y denodado acuerdo para lograr su pervivencia.
La protección de la identidad y la diversidad cultural
Los idiomas, culturas y costumbres de los diferentes pueblos constituyen un patrimonio de un valor incalculable. Muchos de estos valores se encuentran en crisis, tanto en función de las peripecias de su pasado como de las prioridades actuales, muy centradas en el fomento del progreso material, al que en ocasiones se consideran ajenos. Sin duda, erradicar la pobreza y aspirar a mejores niveles de bienestar constituye una exigencia básica para el avance social pero igualmente la protección del patrimonio cultural e identitario en el más amplio sentido de la expresión, no necesariamente vinculada al desarrollo de iniciativas turísticas que podrían llegar a ser folclorizantes y depredadoras, es una clave de futuro irrenunciable. Importa caminar con las dos piernas.
Se debiera promover el conocimiento mutuo en materia de autogobierno de nacionalidades minoritarias y la identificación de aquellas experiencias y ámbitos de utilidad que pudieran permitir la mejora respectiva de la institucionalidad autonómica.
Se debieran mejorar las condiciones para un eficaz ejercicio del autogobierno de las nacionalidades minoritarias, elevando la calidad del sistema autonómico, mejorando los instrumentos, mecanismos y procedimientos para hacerlo efectivo. Ello debe contribuir a un fortalecimiento de dicha institucionalidad, tanto en su formulación legal como en su capacidad de gestión.
Estas preocupaciones, comunes a ambas realidades, nos revelan ámbitos de gran valor para profundizar en el entendimiento. Las autonomías pueden comportar riesgos y no falta quien vea en ellas hasta una invitación a la desmembración; por el contrario, no supone menor peligro su inexistencia cuando una identidad se siente amenazada y no encuentra canales reconocibles para disipar su ansiedad. La pluralidad basada en el conocimiento y respeto mutuo, en el deseo sincero de compartir un sueño verdaderamente común y por ello construido entre todos, constituye un activo de enorme trascendencia que puede articularse de forma leal, progresiva e institucionalizada. Si de verdad se cree en ello, es posible.