Los nuevos brotes de violencia acaecidos recientemente en Xinjiang reflejan la persistencia de las tensiones nacionalistas y la insuficiencia de la política oficial para trascender las dinámicas de acción-represión que amenazan con pasar a formar parte del paisaje habitual de la región a pesar de su creciente gravedad. Reducir todo el problema a expresiones minoritarias llenas de ira irracional e instrumentadas con el apoyo exterior para desestabilizar el galopante progreso de la zona constituye un ejercicio que puede ser útil para una lectura interna pero que por sí solo no nos orienta hacia la erradicación de los conflictos.
La oposición tibetana también se está radicalizando. Desde 2009, un total de 110 tibetanos se han inmolado como forma de protesta mientras crece la audiencia del Congreso de la Juventud Tibetana y surgen movimientos nuevos como la Unión de movimientos independientes tibetanos, opuesto también al gobierno tibetano en el exilio promoviendo abiertamente el punto y final de la doctrina de la no violencia.
A raíz de los últimos sucesos en Xinjiang se han multiplicado las declaraciones de altos responsables (Yu Zhengsheng, Meng Jianzhu) elevando el tono y apelando a mejorar la acción policial. Al mismo tiempo, se reconoce que la mejora de los índices económicos y sociales de la región no está contribuyendo a facilitar la estabilidad política.
Algunas nacionalidades minoritarias no parecen compartir el “sueño chino”. Si este se afirma como un “sueño Han”, incapaz de integrar con generosidad las aspiraciones de otras nacionalidades, difícilmente podrá redundar en esperanza. Frente al exterior, la identidad china se traduce también en la reivindicación de singularidades políticas en razón no solo de las convicciones ideológicas que sustentan su sistema institucional. Cabría comprender también que la identidad de otras nacionalidades minoritarias exige no solo atención a su dimensión sociocultural sino también sugiere respuestas políticas que permitan el ejercicio de una autonomía efectiva, base de la construcción de una nueva lealtad entre el centro y la periferia.
Ambas partes necesitan sabiduría y coraje. Es loable el empeño de las autoridades centrales de promover el desarrollo y erradicar la pobreza y el atraso. Pero si no manifiesta la sensibilidad suficiente respecto a las cuestiones identitarias y ese progreso se convierte en un proceso destructivo y homologador, exacerbará el conflicto con los sectores más conscientes y beligerantes. No es que se radicalicen ante el temor de que el nuevo progreso disipe el apego colectivo a la identidad. No nos hallamos ante los últimos estertores. Por el contrario, el problema podría volverse crónico y agravarse.
No son estos problemas fáciles de resolver. Nunca ha sido sencillo el diálogo. El Dalai Lama recordaba no hace mucho los encuentros que había mantenido con el padre de Xi Jinping, Xi Zhongxun, en 1954 y 1955, cuando era secretario de Zhou Enlai. Las nuevas autoridades chinas debieran explorar soluciones nuevas a la par con las respuestas que se están fraguando a los desafíos del modelo económico, el sistema político o las relaciones con Taiwán. El problema de las nacionalidades minoritarias es un talón de Aquiles de la estabilidad en China. Difícilmente se diluirá con base en el binomio desarrollo-represión. Cualquier lectura objetiva nos advierte del profundo abismo que se está abriendo entre unas comunidades y otras. Su reparación duradera demanda la urgente construcción de puentes que exalten el valor de la política como guía para definir una alternativa compartida e integral.