El Consejo Legislativo de Hong Kong decide el día 17 el destino de la reforma electoral auspiciada por el gobierno central chino a propósito de la introducción del sufragio directo para la elección del Jefe Ejecutivo de esta Región Administrativa Especial, cuyo control recuperó en 1997. De entrada, sus partidarios no suman los votos suficientes, a falta de incorporar un mínimo de seis para superar el veto demócrata que impide la mayoría necesaria.
Las protestas desatadas desde septiembre pasado lideradas por el movimiento Occupy Central no han logrado mover un ápice las rígidas posiciones del gobierno central quien postula la aceptación del libre sufragio siempre y cuando coexista con la restricción en los candidatos a presentarse, una especie de “primarias” selectivas implementadas por un comité de nominaciones en el que Beijing cuenta con resortes suficientes para hacer valer sus criterios.
En los meses transcurridos desde la llamada “revolución de los paraguas”, la opinión pública se ha ido decantando por una u otra posición, pero sin lograr superar la división prácticamente a partes iguales entre uno y otro bando. Algunas encuestas recientes apuntan, no obstante, a una ligera ventaja de los partidarios de la reforma, con una oscilación, en el mejor de los supuestos, entre el 42 y 49 por ciento frente al 34 y 41 por ciento de los contrarios. Pero no hay pronunciamientos mayoritariamente contundentes en uno u otro sentido.
Esa evolución en el sentir de una opinión pública que navega entre la ambición, el pragmatismo y la resignación es uno de los argumentos principales que la mayoría minoritaria esgrime para “no desperdiciar” esta ocasión histórica. De no aprobarse la fórmula propuesta, la reforma quedaría descartada manteniéndose el sistema vigente, es decir, la elección indirecta a través de un comité ad hoc de notables. El rechazo haría poco probable un nuevo intento a corto plazo.
Algunas voces moderadas han intentado con poco éxito arrancar del gobierno central al menos una promesa de continuación de la reforma electoral después de 2017 de forma que el modelo propuesto no constituya en si una estación final de destino. Pero las expectativas en tal sentido han minguado notablemente haciendo imposible, salvo sorpresas, una solución de compromiso que permita salvar la cara a los más moderados de la corriente demócrata.
El bloqueo de la reforma supondría un revés importante en la estrategia evolutiva del poder central que sigue temiendo abrir demasiado la mano ante la doble hipótesis de que ello suponga tanto el ascenso de líderes conflictivos en el enclave como que se produzca un efecto contagio en el continente que amplíe el eco de las reivindicaciones de una reforma política más audaz y democratizadora.
A salvo de un “tamayazo” a la china, las autoridades centrales parecen preferir una parálisis de la que culparía a las reivindicaciones “utópicas” de los sectores demócratas antes que enfrentar la emergencia de un poder alternativo, por tímido que fuera. La cuestión afecta, no obstante, a la viabilidad del modelo de gobernanza ofrecido por el gobierno central incapaz de construir amplios consensos y por lo tanto abocado al colapso.
Cabe esperar que las poderosas fuerzas locales (económicas, financieras, sociales, etc) que abogan por aprovechar esta oportunidad como táctica para seguir avanzando en la adquisición de derechos democráticos evitando la confrontación con las autoridades centrales, consumen un último impulso que evite sumir a Hong Kong en una crisis política que algunas voces preconizan como síntoma de una inevitable decadencia ante el auge creciente de Shanghai. Pero la incertidumbre impera.
El dilema de la sociedad hongkonesa confronta unas aspiraciones democráticas plenas que cuentan con el aval ampliamente mayoritario de la sociedad y ese realismo que incita a admitir sin más el mal menor.
Unos y otros contemplan el pulso como una escenificación de los miedos y ambiciones que acompañan el largo proceso de reunificación de China, que tiene en Taiwan la principal asignatura pendiente. En Taipei, a las puertas de un cambio de ciclo político, se sigue con peculiar atención el crucial momento que vive Hong Kong. Beijing no duda en asociar ambas realidades al mismo empeño de impedir, al precio que sea, el avance de unas tendencias centrifugas que pondrían en peligro el sueño de la grandeza recuperada.
La invocación patriótica se convierte así en el último recurso de unas autoridades centrales que encuentran en el nacionalismo el antídoto preciso para conjurar demandas de otro signo en las que adivina una influencia extranjera que no tendría otro objetivo que hacer derrapar ese proceso de modernización que le puede transportar de nuevo al epicentro del sistema internacional, trastocando la hegemonía occidental.
Un revés político en Hong Kong pondría en tela de juicio la capacidad del PCCh para convencer y sintonizar con una sociedad dotada de una organización y conciencia diferentes del resto del continente. Toda una prueba de fuego para su subsistencia futura teniendo en cuenta el rumbo de las reformas actuales.