Los primeros seis meses del año 2020 están suponiendo todo un reto para la diplomacia de la República Popular China. A los problemas habituales, heredados del siglo XIX o que tienen su origen tras la guerra civil (1927-1949), se le añaden los derivados del auge de Beijing como potencia en los últimos años. Conflictos internos y externos que sitúan al gigante asiático en una posición delicada donde la apuesta por la diplomacia, seña de identidad de su política exterior, debe reforzarse.
Política exterior
La política exterior que ejerce China en las últimas décadas está cimentada sobre dos pilares: recurrir a la negociación pacífica como única vía para resolver conflictos y la diplomacia multilateral, lo que supone el abandono de las alianzas del pasado y una ruptura definitiva con la postura aislacionista que se tomó durante la Revolución Cultural. Precisamente esta forma de hacer política tiene como base los Cinco Principios de Coexistencia Pacífica, que fueron formulados en abril de 1955 en la Conferencia de Bandung (Indonesia): respeto mutuo por la soberanía y la integridad territorial; no agresión mutua; no interferencia en los asuntos internos de otros países; igualdad y beneficio mutuo y coexistencia pacífica.
A la hora de establecer relaciones diplomáticas únicamente existe un requisito previo: la adhesión al principio de una sola China, que implica reconocer al gobierno de Beijing como única autoridad legítima y rechazar a Taiwán como actor político independiente.
Que China recuperara por medio de cauces diplomáticos su antigua soberanía sobre los territorios de Hong Kong (1997) y Macao (1999) es un éxito de la política exterior que emprendieron las autoridades del Partido Comunista de China. Taiwán es el último gran objetivo, la pieza final para completar el puzzle de la reconstrucción nacional tras la caída del sistema imperial. Sus autoridades, que trabajan pensando en el largo plazo y no en el corto como es habitual en Occidente, confían en conseguir por la vía diplomática el ansiado regreso de Taiwán, probablemente bajo el mismo régimen, o muy similar, que Hong Kong y Macao: un país, dos sistemas.
Covid-19
El primer brote del Covid-19 fue detectado en la ciudad de Wuhan, donde el día 31 de diciembre de 2019 se informó a la Organización Mundial de la Salud (OMS) de la existencia de 27 casos de neumonía. La clave para entender la respuesta china consiste en comprender que se trataba de un virus desconocido, por lo que fue necesario el trabajo de los científicos chinos para descubrir a qué clase de virus se enfrentaban (el 5 de enero de 2020 descubrieron que era un virus distinto de la gripe o el SARS, y no sería hasta el 20 de enero cuando se detectó que el virus se transmitía entre personas).
La respuesta de Beijing fue contundente (el 23 de enero se cerró Wuhan para evitar la expansión del virus y apenas dos días después la cuarentena se había extendido a toda la provincia de Hebei), siendo objeto de críticas en otros países por la dureza de su respuesta.
Desde entonces, y fundamentalmente tras la expansión del virus y la consiguiente declaración de pandemia, países como Estados Unidos señalaron a China como responsable de la crisis por ocultar información y no tomar las medidas adecuadas.
China se enfrenta a un relato que, pese a no contar con pruebas reales y situarse en el terreno de las suposiciones, sirve a diversos gobiernos para desviar el foco de atención ante una gestión cuestionable. Su respuesta se ha traducido desde un primer momento en liderar la ayuda internacional a decenas de países, enviando suministros médicos y brindando colaboración a todos los niveles, aunque por el momento no ha evitado que la sombra de la sospecha siga presente.
India
Las relaciones entre India y China han sufrido diversos vaivenes a lo largo de las últimas décadas. Precisamente esta relación se puede analizar en base a diversos eslóganes: Con “Hindi Chini bhai bhai” se hacía referencia a un eslogan popularizado en Nueva Delhi en el que se recalcaba la relación de hermandad existente entre ambos hasta la década de los ’50, dos países liderados por idealistas que compartieron filas entre los países no alineados. Coincidiendo con problemas internos chinos en el Tíbet, surgió una disputa fronteriza entre ambos, que terminaría desembocando en un conflicto armado en 1962 que dejó varios miles de muertos, la victoria china y la relación rota (surgió el “Hindi Chini bye bye”). El fin de la Guerra Fría y el cambio de liderazgo en China, donde el idealismo dejó paso al pragmatismo de Deng Xiaoping y sus sucesores, sirvió para acercar posturas. Si bien las pruebas nucleares indias de 1998 supusieron un breve choque diplomático, las relaciones mejoraron, situándose como dos potencias emergentes y estrechando los lazos comerciales (“Hindi Chini buy buy”), así como un acercamiento mutuo en defensa de un mundo multipolar desde los BRICS y la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS), de la que India es miembro desde enero de 2016.
Pese a que el acercamiento entre los dos gigantes del continente asiático ha sido una realidad, los mayores problemas diplomáticos se ha focalizado en la difusa frontera entre ambos, trazada por la Línea de Control Actual (más de 3.440 kilómetros, propuesta tras el conflicto militar de 1962 y aceptada oficialmente en un acuerdo bilateral en 1993), sucediéndose las escaramuzas y las provocaciones mutuas. La tensión llegó a su punto máximo el 15 de junio de 2020, cuando un enfrentamiento fronterizo en Ladakh, en la disputada región de Cachemira, se saldó con decenas de bajas entre ambos bandos (no existen cifras oficiales, aunque se calcula que como mínimo murieron 20 soldados), la primera vez en la que se han producido víctimas mortales desde el año 1975.
Tanto Beijing como Nueva Delhi han intentado reducir la escalada de tensión, dando prioridad al diálogo. Si bien en China la noticia no ha trascendido a nivel mediático, intentado evitar un aumento del nacionalismo, en India ha ocurrido lo contrario: se trata de un país donde gobierna desde 2014 el Bharatiya Janata Party del primer ministro Narendra Modi, un partido nacionalista hindú. La principal razón por la que el conflicto podría no ir a mayores radica en los problemas internos que tienen ambos países.
Tensión en la península coreana
China es el mayor aliado con el que cuenta la República Popular Democrática de Corea (Corea del Norte) y su principal socio comercial. La relación entre Beijing y Pyongyang no es monolítica como podría aparentar, sino que está condicionada por la necesidad mutua: para China es fundamental que exista un Estado tapón entre su frontera y la República de Corea (Corea del Sur), donde se encuentran bases militares estadounidenses, y para Corea del Norte supone su supervivencia al tener a China como principal socio comercial.
La capacidad nuclear norcoreana ha sido objeto de sanciones por parte de la Organización de las Naciones Unidas, que contaron con el apoyo chino al observar con preocupación la imprevisibilidad del régimen norcoreano. China apuesta por la paz regional y ha impulsado mesas de diálogo para garantiza la estabilidad, involucrando a diversos actores como Estados Unidos, Japón y Rusia, aunque no han dado los frutos esperados.
Las relaciones intercoreanas saltaron por los aires a comienzos del mes de junio de 2020: el día 9 Corea del Norte cortó unilateralmente las vías de comunicación con Seúl como respuesta la permisividad surcoreana con el envío desde la frontera de globos con propaganda contra Kim Jong Un y Corea del Norte. La ruptura de las comunicaciones no sería la única respuesta y la hermana de Kim, Kim Yo Jong, anunció en un comunicado que dejaba en manos de las autoridades militares las represalias por lo que entendieron como una afrenta. El día 16 llegó la respuesta: el Ejército Popular demolió la oficina de enlace intercoreana situada en la ciudad de Kaesong (construida en 2018 coincidiendo con la mejora de las relaciones) y anunció que volverían a ocupar las zonas desmilitarizadas recientemente en su lado de la frontera.
Estados Unidos
La relación entre China y Estados Unidos ha mantenido una cierta estabilidad sólo empañada por conflictos aislados: Los intereses económicos han primado sobre las disputas geopolíticas, ya que las dos partes obtienen beneficios sustanciales. Durante años la relación fue desigual, ya que Washington hizo valer su papel de potencia hegemónica, pero los primeros pasos del siglo XXI evidencian un ascenso de China como nueva potencia, lo que ha preocupado a Estados Unidos.
Con la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca el gigante asiático se ha convertido en el nuevo rival a batir, sustituyendo al enemigo tradicional ruso. La relación ha sufrido diversos vaivenes, sin llegar a romperse en ningún momento, pero en los dos últimos años se ha deteriorado hasta llegar a niveles que recuerdan a la Guerra Fría, surgiendo una guerra comercial y diversos intentos por evitar el ascenso chino, tanto a nivel económico como tecnológico (el caso más destacado de este año fue el bloqueo a la empresa china Huawei por la instalación de redes 5G, que en Washington entienden como una forma de espionaje, amenazando a sus socios con tomar represalias si permiten la entrada de esta tecnología).
China no desea un regreso a la dicotomía de la Guerra Fría y lo está demostrando tanto al formar parte activa en los BRICS como al impulsar grandes proyectos a nivel internacional: la OCS, la Nueva Ruta de la Seda o el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura (AIIB), por citar algunos ejemplos. Es muy probable que la relación económica siga entre ambos países en el largo plazo, pero los esfuerzos chinos se encaminan a instaurar un nuevo orden multipolar.
Hong Kong y Xinjiang
El 28 de mayo la Asamblea Popular Nacional aprobaba el proyecto para instar la promulgación de una nueva Ley de Seguridad Nacional para Hong Kong, que una vez elaborada será incluida en la Ley Básica de la Región Administrativa Especial de Hong Kong. Después de las protestas de septiembre de 2014 (“revolución de los paraguas”) y principalmente tras las que se sucedieron durante 2019, las autoridades chinas fueron conscientes de la necesidad de aplicar una ley de seguridad nacional para evitar injerencias externas en su política interior.
La decisión provocó las críticas de diferentes países, con Estados Unidos a la cabeza al afirmar que Hong Kong perdería así su autonomía y amenazando con la aplicación de sanciones, así como el rechazo por parte de los líderes de las manifestaciones.
Los problemas internos no se reducen a Hong Kong. Uno de los principales conflictos es el existente en la Región Autónoma Uigur de Xinjiang, donde reside la minoría uigur, de origen túrquico y que profesa la religión islámica. Su idiosincrasia cultural propia y la vinculación de algunos miembros de esta etnia al terrorismo islámico suponen un quebradero de cabeza para Beijing, que, pese a apostar por la armonía entre las distintas etnias que conforman la República Popular China, no tolera ningún movimiento secesionista en su seno. En este caso, al igual que en Hong Kong, existen intereses externos que pretenden desestabilizar a China.
El 17 de junio de 2020 el presidente estadounidense Donald Trump firmó la «Ley de Política de Derechos Humanos Uigur de 2020», que le permite imponer sanciones a Beijing por el trato que reciben los uigures, lo que provocó una respuesta airada de las autoridades chinas al entenderlo como una nueva injerencia en su política interior.
Taiwán
La relación entre las dos orillas del Estrecho de Taiwán ha sido complicada desde que finalizó la guerra civil china (1949) y los restos del Kuomintang, liderados por Chian Kai-shek, se refugiaron en la isla de Taiwán. El único nexo de unión era la defensa del principio de una sola China por parte de los dos gobiernos, pero la victoria del Partido Democrático Progresista en el año 2000 puso en tela de juicio la soberanía china sobre Taiwán, mostrándose contrario a la reunificación y apostando por la existencia de dos Estados.
Actualmente gobierna, tras su reeleción con el 57,13% de los votos en las elecciones celebradas el 11 de enero de 2020, Tsai Ing-wen, del Partido Democrático Progresista. La relación entre Taipéi y Beijing no se encuentran en su mejor momento, agravándose durante la pandemia por los intentos taiwaneses de mostrar músculo por su gestión de la crisis y su denuncia a las autoridades chinas por opacidad (el 20 de abril de 2020 la OMS desmintió que Taiwán avisara de una transmisión de humano a humano el 31 de diciembre de 2019).
Además, el 6 de junio el alcalde de Kaohsiung, Han Kuo-yu, fue revocado de su cargo en una consulta revocatoria. Han, que había sido elegido alcalde de la ciudad en noviembre de 2018 y se presentó como candidato del Kuomintang en las elecciones generales de enero de este año frente a Tsai Ing-wen, era considerado un político favorable a un acercamiento a Beijing, por lo que su destitución ha sido considerada como un rechazo a la influencia china en la isla.
Mar de China Meridional
Las aguas del sudeste asiático comprenden una de las plazas de mayor valor a nivel geopolítico. El control del mar de China Meridional, zona por la que transcurre el 30% del comercio a nivel mundial y con unos recursos de gran valor (pesqueros, gas, petróleo…), ha provocado enfrentamientos entre los seis actores que se disputan el control de diversas zonas (China, Vietnam, Filipinas, Taiwán, Brunei y Malasia), así como las presiones de Estados Unidos para evitar el avance chino. Un problema cuya solución pasa por priorizar la explotación compartida de los recursos y la negociación entre las partes para derimir los conflictos.
A medidados del mes de abril se anunciaba la creación de dos nuevos distritos en la ciudad de Sansha, situada en la provincia insular de Hainan, que comprenden, entre otros territorios, las islas Spratly (Nansha) y las islas Paracel (Xisha), lo que provocó las quejas de Vietnam y Filipinas, países que también reclaman su soberanía. Una situación que no es nueva, ya que a comienzos del mismo mes se produjo el hundimiento de un pesquero vietnamita tras un incidente con una patrullera de la Guardia Costera de China.
Las disputas territoriales entre los países del sudeste asiático se mantienen vigentes durante la pandemia, aumentando la tensión tras conocerse el despliegue de tres portaaviones estadounidenses en el océano Pacífico, lo que se ha interpretado como una advertencia a China y una demostración de fuerza.