La reciente cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS), alianza cuya máxima prioridad sigue siendo la seguridad, dedicó una parte sustanciosa de su agenda a analizar la situación y perspectivas en Afganistán tras la programada retirada de las fuerzas de la coalición liderada por la OTAN en 2014. Los países participantes acordaron apoyar los esfuerzos de reconciliación y reconstrucción en el país, a sabiendas de que los próximos meses pueden ser decisivos para controlar la volatilidad de la región y neutralizar los impactos futuros de una hipotética degradación de la situación afgana.
El presidente Hamid Karzai visitó China a finales de septiembre. Hubo acuerdos en varios campos, desde ayuda financiera y cooperación económica y técnica a extradición de prisioneros. Ambos países establecieron en junio de 2012 una asociación estratégica y cooperativa. China otorgará 32 millones de dólares en el curso del presente ejercicio. En Afganistán, China invirtió en 2012, 3,3 mil millones de dólares de los que el 87% se destinaron a la explotación de recursos mineros y el 12% a energía, pero también ha desarrollado inversiones en ferrocarriles y otros campos menores. Karzai, ávido de capitales y de tecnología que China puede ofrecerle, dirige su mirada hacia Beijing para fortalecer su frágil situación interna.
China necesita apoyar la estabilidad en Afganistán, en primer lugar por razones de política interior, evitando que las convulsiones en Kabul acaben por impactar en Xinjiang, el hervidero musulmán de China. Antes de los atentados del 11S, China había logrado establecer una peculiar coexistencia con los talibanes, entonces en el poder, desarrollando las relaciones económicas y pasando por alto su extremismo con garantías de control de un hipotético contagio.
Kabul, por su parte, cree que los talibanes han venido usando Pakistán como base para prodigar sus ataques. Las buenas relaciones diplomáticas de China con Pakistán podrían ser ventajosas para sumar a Islamabad al proceso de paz en Kabul, aunque la extrema porosidad de las fronteras le confiere no pocas dificultades.
China ha venido reclamando con poco éxito una solución regional al problema afgano con base en la premisa de que la OTAN, con gran desprestigio ante la población local, debía abandonar el país y, en todo caso, ser sustituida por una misión de pacificación de la ONU. Pero será difícil encontrar soluciones duraderas si no se contempla, en paralelo, la mejora del clima político en Pakistán o la distensión en las relaciones entre India y Pakistán. EEUU, que negocia con Afganistán un Acuerdo de Seguridad Bilateral, quiere mantener nueve bases en su territorio… En cualquier caso, la retirada occidental posibilita un marco de cooperación más fluido para reforzar la seguridad en la zona.
La estrategia de China, aun sin descartar el énfasis en la seguridad, como es habitual concede gran importancia al desarrollo económico. Las inversiones de Beijing pueden activarse nuevamente, integrando Afganistán en sus proyectos estratégicos para la región, revelados por Xi Jinping durante su gira por Asia Central.
Las elecciones en Afganistán se celebrarán en abril de 2014. China apoya el proceso de reconciliación interna, pero sin promover políticas de buen gobierno que, por ejemplo, pongan coto a la extrema corrupción de Kabul será difícil reducir la influencia de los movimientos radicales que nutren su actividad de las frustraciones de la población. Puede que el compromiso económico pierda gran parte de su impulso si en paralelo no se afronta dicho problema, lo que obligaría en cierto modo a introducir unos mínimos condicionantes políticos a modo de vacuna contra la ingenuidad.
En 2014, China también acogerá la IV Conferencia Ministerial del Proceso de Estambul sobre Afganistán, en la que participan Rusia y los países de Asia Central. Tras el fracaso occidental, que sucede al previo fracaso soviético, parece haber llegado la hora de probar la solución china. Todo un reto para su diplomacia.