La visita del Presidente chino, Xi Jinping, al Reino Unido está siendo seguida con una inusitada atención en todo el mundo. La propia cobertura que se ha hecho de esta visita resulta sorprendente al observar los medios tanto británicos como chinos. Si, por el lado británico, los medios la han acogido con entusiasmo, por parte china las referencias a la significación de la visita están siendo superlativas. De esta forma, ésta ha sido caracterizada por ambas partes como el inicio de una “era dorada” y, para los medios chinos, el Reino Unido sería el mejor ejemplo de relación con China, modelo que debería ser tomado como referencia por otros países.
Para todo observador de la política china, esto por si solo no tendría nada de sorpresivo, ya que podría enmarcarse en la tradicional terminología con la que la prensa china adorna muchas visitas del Presidente. Pero, en esta ocasión, se hace evidente que no se trata de mera semántica y que detrás de estas frases y expresiones se encuentra una voluntad real de dar, por parte de ambos países, un paso muy significativo en su relación bilateral.
Lo más sorprendente, si cabe, es que ello se produce poco más de un año después de que, en junio de 2014, esa misma prensa china (“Global Times”, por ejemplo), criticara al Reino Unido de forma muy abierta hasta llegar a calificar al país como un “imperio excéntrico, insignificante y en declive”, explicado todo ello en el marco de una relación deteriorada por los contactos de David Cameron con el Dalai Lama y por la postura británica en relación a las manifestaciones prodemocráticas de Hong-Kong.
Este cambio tan radical en la consideración de China hacia el Reino Unido esconde algunas claves interesantes que merece la pena analizar. La pregunta clave sería: ¿Cómo se produce este giro de 180 grados en la relación entre ambos países en un plazo de tiempo tan corto?.
No hay duda de que, por parte del Reino Unido, ha habido una estrategia deliberada (y exitosa, como se hace obvio) de devolver la relación a sus cauces normales e, incluso, elevarla de nivel. Ese objetivo estuvo en el centro de la visita de Georges Osborne (Ministro de Hacienda) a China en septiembre de este año, cuando se gestaron la mayoría de los acuerdos que se concretan estos días y que apuntalan esta nueva relación.
Más allá de ello, podrían citarse muchos motivos para explicar este giro, pero nos centraremos en algunos que creemos pueden ayudarnos a entenderlo:
1.- Un factor clave, esencial, es la decisión del Reino Unido de sumarse al proyecto del Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras (BAII). Lo hacía rompiendo con ello, rotundamente, la estrategia de contención liderada por Estados Unidos y forzando a muchos otros grandes países occidentales a reaccionar siguiendo sus pasos. Está por ver el coste que este hecho pueda tener en la relación entre el Reino Unido y los Estados Unidos, pero para China es evidente que el éxito del lanzamiento del BAII debe mucho a esa decisión del Reino Unido;
2.- Otro factor a considerar en el hecho de que en la apuesta de China por internacionalizar el yuan, Londres es una plaza clave. Esto, en el momento actual, hace que la relación con el Reino Unido sea estratégica para China y diferencial frente al resto de países que no disponen de un activo de tanto potencial. Esta faceta ha estado muy presente en la visita de Xi Jinping, habiéndose llegado a firmar acuerdos para la emisión de deuda pública en yuanes en Londres;
3.- Un tercer factor a considerar es la firme apuesta del Reino Unido por abrir a la cooperación con China sectores que se hubieran considerado impensables hace pocos meses. Es el caso, muy especialmente, de la cooperación en el ámbito nuclear, muy presente en esta visita y que llevará a que China participe de forma directa en la construcción y puesta en marcha de centrales nucleares en el Reino Unido. Se trata de una decisión arriesgada, que ha generado un buen número de críticas y alertas por el riesgo (incluso para la seguridad nacional) que ello pueda suponer.
4.- No debemos dejar de citar el enfoque eminentemente práctico de la cooperación delReino Unido con China, que hace que no haya sectores o ámbitos en los que no se anime a una inversión directa china en el país. De esta forma, el Reino Unido se ha constituido como el principal receptor europeo de inversión directa de China, (recibe más inversión de China que de Alemania y Francia juntas) y ello cubre sectores de toda naturaleza, incluidos las infraestructuras, ferroviario, energía, vivienda, etc.
5.- Por último, hay que citar el enorme acierto del Reino Unido en una estrategia “multinivel” en su aproximación a China. La etapa programada del Presidente Xi Jinping en Manchester, durante su visita, es mucho más que una mera anécdota. Es el reflejo de la importancia que China concede a la cooperación urbana y territorial (la “diplomacia urbana”) y que el Reino Unido ha entendido a la perfección, invitando a China a implicarse en el desarrollo del “Northern powerhouse”, estrategia de desarrollo de las ciudades y territorios de su zona norte. Ello implica un trabajo conjunto con China en una serie de sectores clave en el ámbito urbano, así como un reconocimiento del papel que las ciudades (Manchester, Liverpool, Birmingham, etc., todas ellas con mucha trayectoria de cooperación con China) pueden y deben jugar en ello.
Son, por tanto, muchas las claves que hay detrás de esta nueva sintonía entre ambos países y todo indica que esta buena relación pueda permanecer por mucho tiempo. Se podría decir que el Reino Unido ha hecho una apuesta fuerte por la relación con China y que ello le está dando importantes réditos. Sin embargo, no deberían dejar de tenerse muy presentes las fisuras que esa apuesta le puede provocar y que podrían focalizarse, al menos, en dos:
1.- En su relación con Estados Unidos, que observa sorprendido las decisiones del Reino Unido en relación con China (en especial, su decisión de adherirse al BAII y la forma de hacerlo) y que no ha dejado de mostrarse muy crítico con esa aproximación. En estos últimos días se ha hecho muy evidente, además, el esfuerzo chino por remarcar este momento dulce de la cooperación con el Reino Unido, contraponiéndolo a las mayores dificultades con las que choca en su relación con Estados Unidos. El reciente tratamiento del viaje del Presidente Xi Jinping a Estados Unidos, en comparación con el que se percibe estos días al Reino Unido, es probable que esté provocando mucho malestar en Washington.
2.- Con sus socios comunitarios y en relación con la UE. En esta ocasión nos encontramos, de nuevo, ante una carrera por ganarse los mayores afectos por parte china, sin que se refleje una coordinación entre los países comunitarios, ni tan siquiera en asuntos tan trascendentes como el de qué hacer ante la invitación china al BAII. Las futuras visitas a China de Hollande y Merkel (anunciadas para los próximos meses), provocarán, de nuevo, esfuerzos por ganar posiciones frente a China, sin que entre esos países se produzca la necesaria coordinación, en una dinámica muy perjudicial para la UE como bloque y como institución.
En ambos casos, en la relación con la UE y con Estados Unidos, China sigue dominando a la perfección el juego de dividir a sus socios occidentales, algo que solo se puede evitar con una mayor visión de conjunto y coordinación entre ellos y evitando, en lo posible, acciones unilaterales.
En conclusión, nos encontramos en una nueva fase en la relación entre China y el Reino Unido, con muchos matices a los que atender, por su interés. El antiguo imperio al que China atribuye el origen de las Guerras del Opio no es ya la potencia que fue, pero, sin duda, sigue disponiendo de grandes activos que le hacen muy atractivo a ojos chinos.
La disponibilidad de esos activos, su valentía en abrir a la cooperación con China sectores hasta ahora restringidos y la habilidad del Reino Unido para posicionarse frente al resto de países en momentos claves como el de la adhesión el BAII; serían algunos de los motivos claves que pueden ayudarnos a comprender esta nueva relación que los dirigentes chinos, como se señalaba estos días, quieren fijar como modelo de referencia para el resto de países occidentales.