Un halo de escepticismo acompaña siempre cualquier reunión de los BRICS. Desde su constitución, hace ya una década, han proliferado los vaticinios a propósito de la pérdida progresiva de sintonía entre los socios y su inminente colapso por una u otra razón. Esas perspectivas ni mucho menos se han disipado del todo pero, sin embargo, los BRICS ahí están. Y no solo están sino que paso a paso sus decisiones, quizá no del todo al ritmo deseado por los más entusiastas, van tomando cuerpo consolidando una realidad alternativa y complementaria al orden conocido.
Tal es el caso de la reciente cumbre celebrada en Johannesburgo (Sudáfrica) del 25 al 27 de julio. En ella se adoptó el acuerdo de crear la Asociación para la Nueva Revolución Industrial de los BRICS (PartNIR, siglas en inglés), con el declarado afán de profundizar en la cooperación para alcanzar posiciones relevantes y hasta dominantes en los nuevos segmentos del desarrollo. Esa implicación debe permitir avances en dos planos cualitativos. Primero, en la asociación de empresas estratégicas en sectores clave de la nueva economía, desbloqueando el amplio potencial de la cooperación en este orden evitando remitirse a la marginalidad en la cuarta revolución industrial. Segundo, el impulso a la inversión intrabloque. La inversión entre los países BRICS es de bajo nivel, en torno al 6 por ciento de la inversión total de los BRICS. Son enormes las expectativas de crecimiento. En ambos casos, China verá reforzado su liderazgo.
Los BRICS han entonado en esta cumbre el esperado tono de condena de la guerra comercial lanzada por Donald Trump. También han proliferado las declaraciones de fe a propósito de la mejora de la coordinación en aquellos marcos multilaterales que EEUU parece querer abandonar. Esa dinámica de convergencia retórica pudiera verse reforzada con el proyecto de BRICS Plus, acordado el año pasado en Xiamen. En Johannesburgo participaron como líderes invitados, entre otros, Erdogan (Turquía), Paul Kagame (Ruanda), Joao Lourenço (Angola), Macri (Argentina), Holness (Jamaica y CARICOM) o Yoweri Museveni (Uganda), explicitando esa voluntad de seguir ampliando el “círculo de amigos” en el cual puede abrirse camino tanto el mayor uso de las respectivas monedas nacionales en el comercio -en detrimento del dólar estadounidense- como el aumento de la cuota de votación de los países en desarrollo en el seno del FMI. La conexión con otros países de cada región completaría un segundo anillo en torno a los BRICS incrementando la representatividad y legitimidad de sus decisiones.
Por otra parte, los acuerdos de cumbres anteriores no han caído en saco roto y se van materializando a desigual ritmo. Antes de final de año, por ejemplo, el Nuevo Banco de Desarrollo tendrá otra sede propia en territorio brasileño. Es de esperar que su dinámica vaya en aumento ya que por el momento solo ha concedido préstamos por valor de 7.500 millones de dólares. En paralelo con esa implementación, el impulso a la colaboración económica en torno a las nuevas tecnologías y la coordinación política señalan un horizonte de reforzamiento de los BRICS.
En la cumbre de Sudáfrica, Xi Jinping dio a entender que China sigue creyendo en los BRICS y que la próxima década será crucial ante la inminente aceleración de los cambios geopolíticos. Y hay que estar preparados para dar el salto poniendo sordina a las rivalidades entre algunos socios. En esa década por venir, estas economías podrían pasar a representar cerca de la mitad del total global (ahora rondarían el 25 por ciento). Será difícil seguir subestimando entonces el valor de los BRICS si persiste esa voluntad de afirmación como contrapeso a un orden en crisis.
Para China, asociaciones como los BRICS no son alianzas en el sentido tradicional, sino entidades multilaterales que concretan su apuesta por un orden multipolar y por un nuevo tipo de relaciones internacionales. No están basadas en la solidaridad ideológica, a todas luces ausente. Tampoco en una adhesión automática como pudiera sugerir una hipotética confesionalidad del signo que fuere. Su fuerza radica en la puesta en valor de una heterogeneidad que huye del antagonismo y permite el alargamiento de las esferas de interés compartido. Son alianzas de un tiempo por venir. Y pronto podrían llevar la delantera frente a quienes insisten en salvar a toda costa los viejos consensos.