Durante los setenta América Latina se endeudó hasta la médula gracias a las bajas tasas de interés internacionales. La subida de estas últimas a partir de 1979 y la caída en el precio de las materias primas a partir de inicios de los ochenta, hizo inevitable la renegociación la deuda. El problema es que esto tuvo lugar en el momento mismo en que el nuevo paradigma neoliberal imponía sus reglas. Ello obligó a liberar nuestros mercados, forzando a una industria hasta entonces protegida a competir con las corporaciones más eficientes del mundo.
El daño a nuestro aparato industrial fue doble. No sólo por la competencia absolutamente desigual que se le impuso sino por el hecho de que la inversión extranjera directa, en lugar de crear nuevas empresas, se concentró en comprar compañías existentes. Al hacerlo desconectó a las mismas de sus cadenas de suministro domésticas para reconectarlas con cadenas de suministro intra-corporativas, localizadas en el exterior. Ello hizo que empresas que hasta entonces habían actuado como turbinas de arrastre de la pequeña y la mediana industria nacionales, se transformaran en islas desconectadas de aquellas. El resultado fue dejar morir a los pequeños y medianos proveedores locales.
Entre 1980 y 2002 la base industrial latinoamericana se contrajo radicalmente. En Argentina la participación industrial en el PIB se redujo de 29% a 15%, en Brasil del 31% al 19,9%, en Uruguay del 28,6% al 17%, en Perú del 29,3% al 14,4%, en Colombia del 31,5% al 13,5% y en Ecuador del 20% al 7% (Enciclopedia Contemporánea de América Latina y el Caribe, Madrid, 2009).
Cuando pareció que lo peor del tsunami neoliberal ya había pasado, la avalancha china de productos de bajo costo comenzó a hacer su aparición. Era un segundo y devastador vapuleo a nuestro aparato productivo. Sin embargo China parecía tener una importante virtud que la redimía: se trataba de un consumidor voraz de nuestras materias primas.
En medio de la paliza que se daba a nuestras industrias, el valor de nuestros productos primarios comenzó a crecer de manera exponencial. De acuerdo a John y Doris Naisbitt el comercio de América Latina con China pasó de 8,3 millardos de dólares en 1999 a más de 140 millardos en 2008 (China´s Megatrends, New York, 2010). Si tomamos en cuenta que en 2007 la balanza comercial entre nuestra región y Estados Unidos fue de 183 millardos de dólares, podemos entender el impacto de un mercado de esta dimensión aparecido virtualmente de la nada.
Gracias a China América Latina atraviesa por un período de bonanza económica susceptible de sostenerse por varias décadas. El problema es que entre el tsunami neoliberal y la aparición de China en su doble carácter de desbastador de industrias y comprador masivo de “commodities”, nuestra región está involucionando hacia una era de exportador de productos primarios. Es una nueva distribución internacional del trabajo que nos retrae a comienzos del siglo XX.