China se encuentra inmersa en un proceso de desaceleración económica, pasando del 9% promedio de crecimiento, evidenciado durante los últimos treinta años, al 7,5 o 7 por ciento previstos por el décimo segundo plan quinquenal en vigencia. Si bien ello responde a consideraciones diversas (contracción de sus exportaciones, encarecimiento de su mano de obra, fortalecimiento de su divisa, etc.), lo cierto es que se enmarca dentro de un cambio estructural que busca sustentar dicho crecimiento fundamentalmente en el consumo interno y no en las exportaciones. De allí que las autoridades acepten el curso de la tendencia en marcha y no busquen revertirla. Desde el punto de vista chino luce absolutamente racional asociar su crecimiento económico a factores domésticos y no a la imprevisible demanda internacional. Sin embargo ello tiene repercusiones para sus proveedores de recursos naturales, entre los cuales América del Sur ocupa un lugar de privilegio. De acuerdo a la banca Nomura, citada por David Pilling, por cada punto porcentual que deje de crecer la economía china, América Latina dejará de crecer medio punto y Australia 0,7% (“The benefits and perils of riding China’s coat-tails”, Financial Times, 1 agosto, 2013).
¿Significa eso que los productores sudamericanos de recursos naturales debemos empezar a temblar ante las previsiones agoreras que muchos analistas hacen sobre la economía china? Desde luego que la era de la bonanza en los precios tocó techo, pero ello no significa que los mismos hayan perdido piso. En medio de las fluctuaciones de estos precios hay, en efecto, un nivel más allá del cual estos no podrán bajar. Para comenzar hay que establecer una distinción entre lo que se denominan commodities duros y commodities blandos. Entre los primeros encontramos a los metales o a los hidrocarburos. Es decir, hierro, acero, cobre, aluminio, petróleo, etc. Entre los segundos aparecen los alimentos: carne de res, pollo, puerco, trigo, soya, etc.
El que la economía china no crezca tanto como antes no significa que los procesos de urbanización y desarrollo de infraestructuras en marcha hayan perdido fuerza. Mucho menos aún implica que los mil trescientos millones de habitantes de ese país deban reducir su dieta alimentaria. Muy por el contrario, el énfasis en el consumo doméstico garantiza que se alimentarán mejor.
El decimo primer plan quinquenal chino establecía que entre 600 y 700 millones de habitantes deberán trasladarse del campo a las ciudades durante las próximas décadas. Mientras ello ocurra la demanda de cobre, hierro y similares se mantendrá firme. Cuando ese proceso toque techo la demanda de commodities duros empezará a decrecer fuertemente, pero ello no afectará a la demanda de commodities blandos. Por el contrario, con una clase media que para el 2020 deberá llegar a los 700 millones de personas el consumo de estos últimos deberá incrementarse. Más aún, la demanda de algunos commodities duros como el petróleo o el gas seguirá expandiéndose mientras la clase media lo siga haciendo.
Así las cosas, la era de las vacas gordas no ha llegado a su fin para los productores de recursos naturales en la región. Eso sí, sus vacas no seguirán engordando y seguramente rebajarán algo de peso. Sin embargo, la época de las vacas flacas demorará en llegar para algunos y para otros simplemente nunca llegará.