¿Servirá la cumbre de Florida para apaciguar las relaciones sino-estadounidenses? En el primer cara a cara entre los presidentes Trump y Xi Jinping no se esperan grandes anuncios aunque si un cambio de atmosfera.
En los meses transcurridos, se diría que Beijing logró frenar buena parte de las invectivas del inquilino de la Casa Blanca pero la agenda de desencuentros persiste, tanto en el orden económico-financiero (déficit comercial, la manipulación del tipo de cambio del yuan) como de la seguridad (península coreana o Mar de China meridional). El mejor ejemplo de ese preanuncio de reconsideración es el asunto de Taiwán donde Trump recogió velas rápidamente tanto que en Taipéi se está ahora a la expectativa ante la imprevisibilidad de un desenlace poco conveniente a sus intereses.
El encuentro debe servir especialmente para despejar las incertidumbres a propósito de la preanunciada guerra comercial y la tensión en torno a las dos Coreas y la determinación de las respectivas líneas rojas.
El objetivo principal de China es incorporar a las relaciones bilaterales el principio de “cero sorpresas” y definir un marco de diálogo institucionalizado que gestione unas relaciones que se aventuran complejas y en las que ambas partes deberán realizar concesiones. Para Xi, este encuentro, a menos de tres meses de la toma de posesión de Donald Trump y a seis del XIX Congreso del PCCh, sugiere un reconocimiento de la trascendencia de las relaciones bilaterales en las que no se puede permitir una crisis de grandes proporciones. Se trataría entonces de frenar aquellos impulsos que apuntan al diseño de estrategias de mayor alcance para evitar la progresión global de la influencia china y mantener, como mal menor, la continuidad del binomio cooperación-contención aplicado por la Administración Obama. Xi tratará de convencer a Trump de la inoportunidad de reducir los espacios de cooperación aludiendo al atractivo global de su economía y las expectativas de nuevas reformas liberalizadoras que sonarían a concesión en la Casa Blanca. Asimismo, desdramatizará sus pretensiones en el Mar de China meridional remitiendo al código de conducta que en mayo pretende aprobar con los países de la ASEAN, lo que desaconsejaría un hipotético fortalecimiento del despliegue militar estadounidense en la región.
A la vista de lo acontecido en las últimas semanas, es posible que Trump se avenga a ese esfuerzo de reducción de las tensiones y de apuesta por la negociación como norma para encauzar las diferencias pero si lo suyo han sido poco más que palabras necesitaría de Beijing concesiones plausibles y no solo retóricas especialmente en materia económica y comercial.
Las contradicciones no se esfumarán ni mucho menos; por el contrario, aun con la sordina conveniente, la rivalidad estratégica que apunta a un anunciado reforzamiento de la hegemonía unilateral estadounidense y la voluntad china de hacer respetar sus intereses vitales reflejaría el frágil equilibrio entre las dinámicas de confrontación y de cooperación.