Bondades y límites del poder blando chino

In Análisis, Política exterior by PSTBS12378sxedeOPCH

No todo es economía. China lo experimenta y lo sabe. Por eso invierte cada vez más en imagen. El anuncio recientemente divulgado a nivel mundial a través de la CNN da cuenta de una preocupación que va mucho más allá de la discutida calidad de los productos chinos. La celebración a mediados de diciembre en Beijing del IV Encuentro mundial de Institutos Confucio es otro dato revelador. No son hechos aislados. A ellos hay que sumar la puesta en marcha de los canales en ruso y árabe de la televisión central (además de inglés, francés, español…) o la búsqueda de mecanismos para influir en la opinión pública exterior (ya sea invirtiendo directamente en medios extranjeros o promoviendo programas y columnistas).  

En una situación de crisis global, las noticias del imparable crecimiento chino y los anunciados reajustes en el sistema mundial confieren, a pesar de los muchos retos que aún le queda por superar, una alegría interna dificilmente disimulable. No obstante, ese proceso nutre también un factor global de desconfianza y temor. China ha reaccionado a la crisis, entre otros, tratando de desactivar las guerras comerciales, pero igualmente con relativa moderación inversora o misiones de compra que han llegado a los cinco continentes con el objeto de convertirse en un dinamizador de la estancada economía internacional. El mensaje es claro: la buena marcha de la economía china puede ayudar a la recuperación de la economía mundial. En suma, una estrategia de comunicación global pero diferenciada, a sabiendas de que la audiencia y la receptividad en cada continente (países desarrollados, América Latina, África, Asia…) muestra especificidades que debe tomar en consideración. Sobra decir que el Occidente desarrollado constituye su mayor reto.  

El desconocimiento general de la cultura, asunto clave desde la perspectiva china para reforzar la comprensión de sus puntos de vista, tanto en términos objetivos como en función de la profundidad de su identidad, sugiere esa plataforma de los Institutos Confucio que, a pesar de sus dificultades (falta de profesores y otros recursos, deficiente institucionalización, etc.), avanza a un ritmo imparable. Tras la inauguración del primer Instituto en Seúl, en menos de cinco años se ha establecido un gran número de delegaciones en otros lugares: más de 280 en 87 países. Solo en Europa se cuentan 94 Institutos y 34 Aulas Confucio en 29 países del continente. Taiwán, que hace poco ha aceptado el pinyin (sistema de transcripción oficial del chino mandarin), ha manifestado su interés en una alianza que también le permita beneficiarse del boom mundial del idioma y la cultura china. Se trata de un proyecto estratégico de gran envergadura que debe poner coto a siglos de desarrollo, también cultural, de espaldas al mundo exterior. 

En lo estrictamente militar, ante las denuncias de opacidad, el Ministerio de Defensa ha abierto recientemente su propia página web (ha sido el último ministerio en hacerlo), multiplicando los contactos con el exterior y tendiendo puentes con otros ejércitos. En el asunto de Taiwán, el nuevo clima de distensión bilateral ha restado temor a aquella imagen que trasladaba la ley antisecesión aprobada en 2006 cuando Beijing blandía la amenaza de la guerra sobre la isla. Queda mucho por hacer en este terreno, pero la creciente implicación de tropas chinas en las misiones de paz de la ONU o su participación en la lucha contra la piratería en las costas de Somalia no es ajena a ese intento de mejorar su imagen internacional. 

Las desconfianzas respecto a su política interna, especialmente en materia de respeto a los derechos humanos, que tanto afean su imagen en ciertos ámbitos internacionales, son difícilmente superables. No obstante, China ha multiplicado el envío al exterior de misiones explicativas para contrarrestar la acción de sus opositores, además de reanudar el diálogo sobre derechos humanos con la UE o EEUU, aunque con escasas perspectivas de avance. La democracia en China precisa tiempo y adaptación a su entorno, se insiste una y otra vez. Quienes internamente la reclaman más allá de los confines del PCCh no son patriotas y hacen el juego desestabilizador a ese Occidente que quisiera ver zozobrar el proyecto de emergencia chino.  

Por otra parte, la siempre compleja gestión de la comunicación ha experimentado una nueva vuelta de tuerca, combinando, a la vez, una mayor facilidad formal para el ejercicio de su labor por parte de los periodistas extranjeros acreditados en el país –quienes ahora considera primeros valedores de la información que desea transmitir, Xinjiang dixit- y, por otra, ajustando mejor la definición del objeto de la censura (desde la pornografía a la disidencia) que contrasta con una mayor apertura en campos como los desastres, los sucesos o la salud pública. La sensación cívica general es de una “mayor libertad” relativa, aunque, en realidad, se viven ahora los años más restrictivos del mandato de Hu Jintao. 

El fomento de las relaciones no gubernamentales es otro capítulo al que China concede cada vez más atención, si bien condicionado por la fragilidad de las estructuras de una sociedad civil escasamente autónoma. Pero se potenciarán cada vez más todo tipo de entidades de apariencia independiente, multiplicando el apoyo público a todo tipo de iniciativas en este orden con vistas a la creación de una tupida red de relaciones con el mundo exterior.  

Sus grandes figuras internacionales (el director de cine Zhang Yimou, el músico Lang Lang, etc.) hoy militan en el patriotismo.Quienes renuncian a él (la actriz Gong Li, por ejemplo) pasan a la lista de los marginados. El alarde continuo de patriotismo no beneficia especialmente la imagen de China en el exterior, pero sugiere una enorme capacidad de cohesión, indispensable en la fase actual del proceso de reforma para acallar las posibles críticas, tanto internas como externas, y garantizar la unidad.  

La asunción de responsabilidades globales en materias como el cambio climático, la no proliferación nuclear, la lucha contra las epidemias, la ayuda al desarrollo, etc., dan cuenta de una política exterior cada vez más atenta al sentir de la opinión pública mundial, si bien incapaz de desprenderse de ciertas aristas que tienen su fundamento en un principio de no ingerencia en los asuntos internos de otros países, tan loable como controvertido. Más cabe esperar una progresiva adopción de gestos, lenguajes, estilos, que le ayuden a reducir tensiones con el mundo exterior.  

De igual forma, la internacionalización de China a través de eventos como los Juegos Olímpicos o la Expo Shanghai 2010, ha contribuido y contribuirá a promover su imagen como país moderno que intenta mejorar y hacerse comprender en el mundo. 

La falta de mesianismo en el proyecto chino, la inexistencia de un sentimiento social de revancha respecto a las potencias occidentales (que tanto la hicieron sufrir en el siglo XIX e incluso XX) y el repunte de una práctica cultural basada en el diálogo, la armonía y en la ganancia mutua, suponen bases de indudable valor y potencialidad para contribuir a la mejora de su imagen global, siempre y cuando las palabras vayan acompañadas de los hechos. El escrutinio será implacable. 

Para el PCCh, todo ello es parte de un proceso destinado a lograr una mayor influencia política, una mayor competitividad económica, una imagen más atractiva, pero también para demostrar la existencia de una sociedad moralmente superior.  

En poco más de un mes, la fiesta de la Primavera, que dará entrada al año del Tigre, visibilizará en nuestras sociedades occidentales una presencia humana que el resto del año se conduce de forma totalmente discreta. Para China, no obstante, representa una oportunidad para facilitar el diálogo cultural con el exterior, una mano tendida que no debiéramos desaprovechar para fortalecer una comunicación de mayor autenticidad y capaz de trascender tanto la superficialidad del simple marketing como los cantos de sirena oficiales.