Candidatos: ¡Todos contra China!

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A medida que se acercan las elecciones presidenciales en Estados Unidos, los candidatos elevan el tono de sus discursos. China y la supuesta "amenaza" de su ascenso se ha convertido en arma arrojadiza entre los candidatos republicanos. Recientemente, Obama parecer haberse unido a la moda de utilizar al país asiático como chivo expiatorio.


SPANISH.CHINA.ORG.CN – Se acercan las elecciones presidenciales de Estados Unidos en un momento en el que Washington vive una de las situaciones económicas más complejas y dramáticas a las que se ha enfrentado la nación.

La decadencia económica estadounidense en contraste con el brío de la economía china ha puesto a punto un discurso fácil y sensacionalista para los políticos estadounidenses, con un gran potencial de atracción entre un electorado confuso y, en algunos casos, desesperado: China es la culpable de todos los males de Estados Unidos. Y mientras se proclama este discurso a los cuatro vientos, ni palabra sobre los especuladores ni sobre la gran banca.

Obviamente, este discurso encontró a sus mejores predicadores entre los republicanos, en especial entre las figuras del “ala dura” del ‘Tea Party’, como la “indescriptible” Sarah Palin, que en marzo pasado advirtió de una “ofensiva militar china” durante una visita a Nueva Delhi.

Estos diletantes comentarios no extrañan en boca de alguien como Palin; sin embargo, resulta inquietante observar cómo en las últimas semanas esta línea dura del discurso “antichino” se está extendiendo entre los republicanos, hasta alcanzar a sus más serios candidatos a la presidencia, y cundiendo también entre buena parte de los congresistas estadounidenses, demócratas incluidos.

En esta dinámica ha destacado por méritos propios Mitt Romney, uno de los más firmes presidenciables republicanos, que en las últimas semanas se ha lanzado a una carrera retórica que, si bien no ha llegado a los extremos alarmistas de Palin –ningún candidato “serio” podría hacerlo-, sí ha utilizado las consabidas reclamaciones en materia económica para atacar la actitud de Pekín, exigiendo mayor apertura comercial en el país asiático y la apreciación del yuan, y apostando por medidas de carácter proteccionista como mayores aranceles sobre la importación de ciertos productos chinos y barreras sobre los productos tecnológicos.

Otro de los candidatos republicanos, Rick Perry, también se ha paseado por estos derroteros retóricos, subiendo un peldaño más al poner en paralelo la China actual con la Unión Soviética.

Entre quienes se suben a este carro está el exembajador de Washington en Pekín, Jon Huntsman, a quien no puede acusársele como a los demás de conocer China de forma poco exacta. En concreto, Huntsman hizo referencia al creciente malestar de los ciudadanos chinos expresado en las redes sociales y afirmando que esta situación puede ser aprovechada para ‘bajar a China’, una expresión que ha dado pábulo a toda clase de interpretaciones, en especial entre la prensa nacionalista china ,que lo ha interpretado como una muestra de la taimada actitud de algunas élites políticas norteamericanas hacia el país asiático.

El rédito político de esta dinámica es tal que ahora el propio presidente estadounidense y más que probable candidato demócrata a renovar la presidencia, Barack Obama, también se está sumando a la onda. Hasta ahora, Obama, obligado por su cargo, había querido mantener una actitud sobre todo prudente a la hora de atacar a Pekín sobre ciertas cuestiones, y subrayaba siempre la necesidad de “trabajar juntos” como socios para hacer frente a los problemas comunes. Sin embargo, con las elecciones a la vuelta y jugándose la reelección, la semana pasado fue abundante en ejemplos del giro en la estrategia y el discurso de Obama sobre China.

La cumbre de la ASEAN en Hawaí otorgó un escenario inmejorable para elevar las exigencias económicas y comerciales sobre Pekín. Posteriormente, la visita de Obama a Australia y la firma de un acuerdo militar para reforzar la presencia estadounidense en el país austral marcó una subida de tono cualitativa y cuantitativa en esa nueva estrategia –la más marcada de los últimos tiempos, por su carácter netamente militar y la coyuntura en la que se ha producido, con las tensiones latentes entorno al Mar de China Meridional.

La estrategia general de los republicanos y de Obama tiene un destinatario claro: los desempleados estadounidenses que, deseosos de encontrar una salida a su situación, reciben con los brazos abiertos la idea de que es posible volver a traer a casa las industrias estadounidenses que se marcharon un día a China en busca de mano de obra barata y que, para ello, es necesario adoptar una actitud más exigente y dura ante Pekín.

En China, la escalada dialéctica de la precampaña estadounidense suele verse con cierto escepticismo y se analiza como fruto de los intereses electorales de candidatos vehementes. Al menos había sido así hasta ahora: el ‘New York Times’ cita al asesor sobre China del expresidente Bill Clinton, Kenneth G. Lieberthal, quien afirma que varios líderes chinos expresaron su preocupación por el tono de los discursos en una visita reciente a la capital china.

Así pues, los ataques casi sistemáticos a China, consecuencia de un oportunismo electoral rapaz, están siendo cada vez menos tolerados por los dirigentes y las élites chinas y pueden generar un doble problema: por un lado, un aumento de los sentimientos de agravio y, en consecuencia, de las pasiones nacionalistas de algunos ciudadanos chinos, que hablan con cada vez menos reparos de soluciones militares; por otro lado, y en paralelo, la voracidad retórica puede erosionar el necesario diálogo entre Washington y Pekín y complicar las perspectivas de las relaciones bilaterales para quien salga elegido como presidente, quien, de mantenerse la dinámica actual, se verá obligado a deshacer el entuerto que se está ocasionando. La cuestión es que no hay garantías de que ese desentuerto pueda deshacerse.