Algunos tienden a explicar la nueva espiral de tensión sino-japonesa por lo convulso de la situación política en Tokio, agravada tras la decisión de Ichiro Ozawa de crear un nuevo partido que ha privado de medio centenar de diputados al gobernante PDJ, que a pesar de todo mantiene su mayoría en la cámara baja. Pero las causas van mucho más allá de hipotéticas maniobras de distracción, son mucho más profundas, menos coyunturales y vienen de lejos.
El clima de desentendimiento y pérdida de confianza política y estratégica tiene dos caras. De una parte, en lo económico, es difícil hablar de retrocesos. China es el primer socio comercial de Japón y Japón el cuarto de China (tras la UE, EEUU y ASEAN). La reunión que los ministros de finanzas de ambos países mantuvieron a primeros de abril reveló el buen momento de la cooperación financiera haciendo público un primer consenso sobre la compra de bonos gubernamentales chinos por parte de Japón. Por otra parte, a finales de mayo se anunció el inicio de las operaciones bursátiles en yuanes y yenes (operativo desde el 1 de junio) siendo la primera vez que China permite que una divisa principal, aparte del dólar, cotice directamente con el yuan.
Otro tanto podríamos decir de los avances en el trascendental escenario trilateral, que incluye a Seúl. Antes de acabar el presente año deben iniciarse las negociaciones para establecer una zona de libre comercio entre los tres países. La cooperación económica trilateral se inició de modo efectivo en el último mayo con un primer documento formal sobre inversiones que China experimentará en la provincia de Shandong. El TLC se viene evocando desde 2007 y ambos países, con las cautelas necesarias, parecen decididos a avanzar por la senda del impulso del comercio y la inversión. En la cumbre trilateral, la quinta, celebrada en Beijing el pasado 13 de mayo, se recordó que el comercio entre las tres economías ascendió a 690.000 millones de dólares en 2011. Para China este proceso es de una importancia esencial ya que una vez concluido el acuerdo con los países ASEAN y firmado el ECFA con Taiwán, la consolidación de este acuerdo en Asia oriental le permitiría ofrecer un serio contrapeso al proyecto estadounidense de acuerdo transpacífico. Por ello, no es probable que los altibajos que puedan registrarse en otros planos, lleguen a afectar a las dinámicas de integración económica regional, al menos en lo que a Beijing respecta.
Los agujeros de la cooperación bilateral son de otro cariz y afectan a temas muy sensibles o a intereses clave de la parte china. En Beijing se ha reprobado a Tokio por conceder un visado a la líder Rebiya Kadeer para participar en una asamblea general del Congreso Mundial Uigur, a quienes acusa de terroristas y responsabiliza de los graves sucesos ocurridos en Xinjiang en el verano de 2009. Aunque Tokio también autorizó su visita en 2009, las presiones han sido más fuertes ahora, aunque sin éxito alguno, provocando la cancelación de una visita diplomática de alto nivel.
Igualmente, el hecho de que Japón permita ahora a los residentes taiwaneses en su país registrarse como tales ha merecido una nota de protesta, aunque Tokio se ha apresurado a advertir que no tiene implicaciones sobre el plano diplomático. Pero en Taipéi el gesto se ha interpretado como un triunfo que allana el camino para reconocer su hecho diferencial.
No obstante, la madre de todas las discordias sigue centrada en el litigio por la soberanía de las islas Diaoyu/Senkaku. Los comentarios del gobernador de Tokio, Shintaro Ishihara, en una reciente visita a EEUU, aludiendo a que el gobierno metropolitano compraría terrenos en dichas islas a propietarios privados desataron una nueva tormenta. China acusó a Japón de “jugar con fuego”. En los últimos meses, la escalada verbal y gesticular no ha cesado de aumentar.
El contexto es poco propicio. EEUU declaraba el 12 de julio que las citadas islas se sitúan dentro de la esfera del tratado de seguridad de 1960 suscrito por Washington y Tokio. China puntualizó de inmediato que no reconoce ningún acuerdo bilateral entre ambos países a propósito de las islas Diaoyu. Entre el 10 y el 15 de julio, la Armada china realizó maniobras en el Mar de China oriental, mientras buques patrulla chinos se enzarzaban a discutir con la guardia costera de Japón.
La situación de tensión se completa con los anuncios de EEUU de una mayor presencia militar en la región, entendida por unos como una medida de disuasión destinada a evitar imprudencias y por otros como una acción orientada a atizar las discordias con el firme propósito de contener a China. De hecho, China fue el único país de la región y del Consejo de Seguridad de la ONU que no fue invitado a las maniobras RIMPAC (Anillo del Pacífico) realizadas por EEUU y otros 21 países, incluidas Rusia e India, a finales de junio. Entre el 23 y el 25 del mismo mes, Washington también llevó a cabo maniobras militares con Japón y Corea del Sur en aguas del Mar Amarillo con el objetivo de fortalecer sus alianzas militares…
Tanta gesticulación difícilmente puede conducir a cierta calma e incluso podría tener efectos muy negativos en la región si en efecto se activan los nacionalismos de unos y otros. Las invocaciones reiteradas del EPL a una defensa a ultranza de los derechos marítimos de China sugieren un incremento de su influencia en la conducción de la estrategia diplomática, lo que tampoco es señal de buenos augurios.
China tiene su patio marítimo más revuelto que nunca. Tanto en el norte como en el Mar de China meridional, donde las tensiones con Filipinas, Vietnam y otros países con quienes mantiene profundas disputas (también aquí, como en las Diaoyu/Senkaku, inseparables de las reservas de petróleo y gas), las reticencias mutuas y la agresividad avanzan alejando las posibilidades de compromiso para llevar a cabo una integración regional bajo égida china.