China presume de una política exterior exenta de condiciones (salvo el no reconocimiento de Taiwan), respetuosa con las circunstancias internas de cada país y centrada en el beneficio mutuo. En la última década, su presencia en América Latina fue progresando de forma significativa a la par que la consolidación de un eje alternativo que encontraba en China ese referente geopolítico que le permitía reequilibrar las relaciones, casi nunca fáciles, con EEUU.
Tomando distancia con épocas pasadas, China ha querido ser cuidadosa en el manejo de esta variable descartando la ideología como base de las relaciones, aunque algunos de sus socios hicieran causa de ella. Quizá poniéndose el parche antes de la herida y tirando lecciones de los amargos frutos cosechados en otras latitudes donde los cambios políticos internos derivaron en grandes fiascos diplomáticos y económicos, el acento en el pragmatismo se pone a prueba ahora ante un nuevo escenario político, a priori menos favorable, en esta región.
Los cambios en Argentina o Venezuela o la situación de incertidumbre que atraviesa Brasil, más que las consecuencias del momento de inflexión que vive la economía china, traen a colación la reversibilidad o parálisis del intenso proceso de acercamiento vivido en años recientes. Argentina es la tercera economía en América Latina, su séptimo mayor socio comercial en la región, mientras que China es el segundo socio comercial más importante del país sudamericano en el mundo. La relación con Venezuela es más intensa y compleja aún. China se ha desempeñado como un fuerte aliado de Caracas tanto en el plano financiero como productivo y en otros órdenes, mientras que el suministro de petróleo supone un input notable que Beijing no puede desdeñar. Por lo que se refiere a Brasil, una hipotética defenestración de Dilma Rousseff y del liderazgo del PT podría tener importantes consecuencias en el plano bilateral y en el auge de los BRICS. Y una zozobra mayor y venidera en escenarios como Ecuador, Bolivia, etc., si prosigue el movimiento pendular, podría condicionar el impulso de instrumentos como el Foro China-CELAC que apuntaban a una relación tan enriquecida como transformadora en el plano regional y global.
En un reciente foro de partidos políticos China-CELAC caracterizado, justo es resaltarlo, por su diversidad y pluralidad ideológica, se evidenció esa preocupación por la estabilidad de los vínculos, de forma que el diálogo interpartidario estratégico de alto nivel y multilateral se erigía en garante de la intensificación de los intercambios y del aumento del entendimiento y la confianza.
Los nexos económicos y comerciales constituyen un bálsamo moderador de hipotéticas tensiones futuras. Hoy día son muchos los proyectos estratégicos que China financia en la región en un volumen inigualable por cualquier otro país o institución. China es también un inversor importante, registrando 106.000 millones de dólares a finales de 2014, lo que representa un 12 por ciento de la inversión china en todo el mundo.
Estas circunstancias, el énfasis en la complementariedad casi general de las respectivas economías, la diversidad de situaciones habituales en la región y que China acostumbró a encarar con flexibilidad y el hecho, no menos importante, de que en segmentos de las nuevas alternativas proliferan al más alto nivel círculos de negocios igualmente interesados en fortalecer los vínculos con el gigante oriental, otorgan un margen de confianza a estas relaciones. En cualquier caso, la gestión de ese reacomodamiento con las nuevas elites que se apuntan al cambio supondrá un aprendizaje deseable para su diplomacia y pondrá a prueba la voluntad de ambas partes por conformar la región como un referente orgánico de la nueva realidad multipolar global.
China es el segundo mayor socio comercial de la CELAC, con un volumen bilateral que alcanzó los 263.640 millones de dólares en 2014, conteniéndose frente al progresivo avance de otros años. El momento presente no es especialmente halagüeño para vaticinar un repunte. A la “nueva normalidad” que vive China con unas cifras de crecimiento más moderadas, se suma ahora a su diplomacia esta otra nueva normalidad marcada por la alternancia política en algunos de sus socios, más o menos relevantes, con expectativas desiguales en cuanto a la vigencia, en toda su magnitud, del marco de relaciones. No obstante, con independencia de los ajustes inevitables en todo proceso de cambio, la tendencia general apuntaría a mantener la hoja de ruta. Trastocarla por motivos ideológicos, del signo que fueren, acabaría por repercutir negativamente en ambos sujetos de la relación, pero sin duda impactarían con más fuerza en la parte más débil.