En contraste con el dinamismo que caracteriza el desarrollo de los intercambios comerciales, las Zonas Económicas Especiales establecidas por Beijing en el continente negro a partir de 2006, a siete años del anuncio de su creación todavía no consiguen despegar. Concebidas para trasladar la experiencia china de cómo convertirse de un país agrario pobre en una potencia económica global, y servir de catalizador a la industrialización de una región dotada de importantes riquezas naturales, enfrentan múltiples dificultades y esperan por una actuación más decidida tanto de parte del gobierno del país asiático como de las administraciones africanas. Los debates se avivan en torno a su futuro y crecen las interrogantes sobre la validez del modelo que Beijing quiso trasplantar a esta región en un intento de reforzar el ”beneficio mutuo” contribuyendo al desarrollo del continente, mientras persigue también sus propios objetivos económicos: una ingeniosa combinación de la iniciativa privada y el apoyo del Estado promotor del desarrollo, típicamente oriental.