¿Debería ser un chino quien sustituyera al dimitido director del Fondo Monetario Internacional? Entre los nombres sugeridos para sucederle figura el de Zhu Min, consejero especial de Dominique Strauss-Kahn en la institución y ex vicepresidente del Banco de China. Pero también se cita a otros como Zhou Xiaochuan, gobernador del Banco Popular de China.
El FMI experimentó una cierta reforma a finales del año pasado, cuando concedió mayores derechos de sufragio a las economías emergentes. Los votos de China, por ejemplo, han aumentado del 3,65 por ciento al 6,07. No obstante, la Unión Europea controla el 29 por ciento de los votos, si bien su aporte a la economía mundial ha caído al 20 por ciento. El de China ronda el catorce por ciento.
En los últimos meses proliferan los informes que aseguran que el PIB de China podría superar al de EEUU en 2016 (incluyendo el de “Perspectivas de la Economía Mundial” del propio FMI), atendiendo a la consideración de que en los próximos años, el PIB de China crecerá tres veces más rápido que el estadounidense. Con independencia de que los métodos de medición sean o no los más adecuados o de que estas expectativas lleguen a cumplirse, es inapelable que el dinamismo de la economía china presenta trazos espectaculares y pese a los riesgos, que no debiéramos infravalorar, lo más probable es que continúe así en el futuro cercano.
De hecho, algunas estimaciones oficiales aseguran que China podría crecer una media del 9 por ciento en el próximo lustro (por encima del 7 por ciento oficial), como resultado del impulso de las inversiones en las regiones menos desarrolladas del país y el cambio en el modelo de crecimiento que potenciará el aumento del consumo, el desarrollo de las infraestructuras y el proceso de urbanización.
Pero no solo es China. Cabe reconocer la existencia de una doble velocidad en la economía global, que muestra claros signos de recuperación de la crisis en las economías emergentes, una circunstancia que está cambiando el epicentro global del sistema, marcando tendencias que poco a poco se van reflejando en las instancias multilaterales, como el FMI u otros organismos, donde sus inquietudes y puntos de vista irán pesando cada vez más. Según el Banco Mundial, las economías emergentes crecerán al 4,7 por ciento anual en el presente lustro, frente al 2,3 por ciento de las economías más desarrolladas.
El rápido crecimiento de las economías emergentes obliga al sistema global a ser más flexible e inclusivo, actitud que debe propiciar la redefinición de los patrones económicos y geopolíticos y abrir paso a una multipolaridad efectiva. Se estima que en 2025, seis economías (China, Brasil, India, Indonesia, Corea y Rusia) representarán más de la mitad de todo el crecimiento mundial y es probable que el sistema monetario internacional ya no esté dominado por una única moneda. El pasado 16 de mayo, las autoridades brasileñas proponían a China iniciar en firme la discusión sobre un cambio del actual patrón monetario internacional basado en el dólar estadounidense para reemplazarlo por un nuevo modelo basado en una canasta de monedas. Pekín ha respondido con evasivas, pero tomando buena nota de que el momento se va acercando.
A Europa, esta agitación en el FMI le llega en su peor momento: con Grecia, Irlanda y Portugal en plena crisis de la deuda. Otro europeo al frente del FMI podría facilitar la implicación en dicho proceso, premisa que tratará de hacer valer ahora en forma de un compromiso con el gradualismo, evitando que de la noche a la mañana pueda perderse un protagonismo acumulado durante décadas. China es comprensiva con la UE, le aseguró el primer ministro Wen Jiabao a Van Rompuy el pasado 18 de mayo en Pekín. Pero las nuevas circunstancias exigirán respuestas institucionales apropiadas para gestionar acertadamente los desafíos sistémicos.
Hasta ahora, los esfuerzos de adaptación al mundo globalizado se exigían a los países menos avanzados, habida cuenta que el mundo desarrollado ha liderado este proceso imponiendo sus reglas. Pero las tornas están cambiando y esa adaptación va a exigir sacrificios a todos. En la gestión de la crisis financiera global y en la crisis de deuda soberana europea, China ha ganado una enorme influencia que más tarde o más temprano tendrá que traducirse en concesiones de los actores tradicionalmente determinantes. Los cambios geopolíticos y las nuevas realidades de la economía global ponen en tela de juicio la lógica del pasado que reservaba un reparto equitativo de las principales instancias financieras globales a europeos y estadounidenses. Ese tiempo tiene los días contados.
No obstante, reconociendo la relativa quiebra del liderazgo europeo, probablemente un candidato chino no sea la mejor opción. Puede incluso que ni a la propia China le interese asumir un papel de tanta proyección global cuando son tantas aún sus hipotecas y retos internos. Por una vez, sería deseable un candidato de un país con intereses nacionales menos relevantes y más neutral que a su vez permitiera explicitar el reconocimiento del importante papel de los países en desarrollo como fuerza motora de la economía mundial.