La tercera gira latinoamericana de Xi Jinping desde que asumió la Presidencia de China representa una gran oportunidad para resaltar tanto el compromiso con la región como con el propósito de establecer una relación bilateral creativa y ambiciosa no solo en términos cuantitativos sino también cualitativos.
Es innegable el papel de China en el crecimiento y el progreso social de América Latina y Caribe (ALC) en lo que llevamos de siglo. China desempeñó un papel notable debido al boom del precio de las commodities en función de su proceso interno y a su contribución al fomento del comercio mundial. Tampoco es ajeno a todo ello el actuar de determinados gobiernos de la región, comprometidos no solo con nuevas políticas que han favorecido la inclusión social sino, asimismo, alejadas de los viejos esquemas de dependencia que los convertían en meras correas de transmisión de los dictados neoliberales.
Lo que China aporta y puede aportar ahora, transcurrida una primera etapa de intenso acercamiento, no es solo comercio e inversiones centrados en los recursos primarios, sino una forma de pensar y actuar diferente que abre el horizonte de ruptura del círculo vicioso del subdesarrollo. En este sentido, una apuesta sincera por la diversificación y la superación de las asimetrías del presente es realizable si se da forma a esa nueva complementariedad: la conjugación de la demanda de infraestructuras de la región con las posibilidades de financiación china y su apuesta por la internacionalización de sus empresas ofrece el marco idóneo para operar un cambio en el patrón de su relación facilitando que América Latina opere un avance sustancial en su progreso.
Parece evidente que el comercio bilateral no seguirá creciendo a tasas tan elevadas como las observadas en los últimos lustros; no obstante, las necesidades de China seguirán ahí de forma visible en la medida en que persista el actual proyecto de construcción de una sociedad modestamente acomodada. Quiere ello decir que el consumo tendrá cada día mayor peso y el aumento de la capacidad adquisitiva de los chinos se traducirá en oportunidades de incentivación del turismo o de adquisición de bienes importados. La urbanización y el aumento de la clase media depararán una ocasión para todos aquellos que sean capaces de añadir valor a sus carteras de exportación al gigante asiático.
La relación China-ALC necesita una nueva hoja de ruta con nuevos contenidos. Ambos actores deben demostrar que otro modelo es posible. El compromiso chino con grandes proyectos de alcance es indicativo de la presencia de otro enfoque, más ambicioso y transformador, que puede completarse con un impulso a la industrialización de la región para generar un mayor valor agregado a sus relaciones pero igualmente a la integración regional. Esta visita de Xi Jinping puede evidenciar ambas cosas.
Del lado latinoamericano y caribeño se requiere también un esfuerzo singular capaz de empoderar y aprehender el verdadero signo de esta oportunidad histórica. No solo se trata de que los respectivos gobiernos optimicen las posibilidades de generación de un nuevo desarrollo centrado en fortalecer las capacidades autóctonas y la inclusión social sino de poner el acento en aspectos clave como la educación o la investigación y desarrollo, sin los cuales toda transformación es efímera. Esto requiere tiempo y perseverancia.
China es un gran mercado, pero muy competitivo. ALC tiene que vencer la distancia geográfica y cultural y debe invertir en aquellas variables que le pueden proveer de mayor calidad en el patrón de relaciones bilaterales, lo cual exige una transformación cualitativa. La corrección de las asimetrías y desequilibrios actuales demanda, entre otros, la adopción de medidas tendentes a diversificar el comercio, incorporar más tecnología y conocimiento, fortalecer los nexos interempresariales. Una apuesta común por el pragmatismo y por la combinación equilibrada del sector privado, la sociedad y los gobiernos, debe sumar compromisos políticos, sociales o ambientales.
En el orden estratégico, auspiciando su integración, China puede encontrar en América Latina un aliado clave para instar una nueva gobernanza global. Esa alianza, sustentada en una cooperación económica cualitativamente enriquecedora para ambas partes, dispondría de sólidos y duraderos fundamentos. El Foro China-CELAC puede blindar los intereses comunes vertebrando una unidad de criterio y de acción que equilibre las hegemonías tradicionales promoviendo no solo alternancias sino también alternativas.
El modelo que ha permitido llegar hasta aquí necesita ser renovado. Ese nuevo comienzo tendrá en esta gira de Xi Jinping un reflejo largamente deseado.