China ante el 8N

In Análisis, Política exterior by PSTBS12378sxedeOPCH

Las actuales elecciones estadounidenses son observadas en China con una comedida indiferencia. ¿Les da igual quien gane? La importancia de la relación entre los dos países es insoslayable y aunque los vínculos entre las dos principales economías del mundo ofrecen un colchón nada despreciable para moderar los hipotéticos sobresaltos de cualquier transición, cabe matizar la evolución de las tensiones estratégicas a resultas de una victoria demócrata o republicana.

Tradicionalmente, ante las elecciones en EEUU, China pone el acento en dos factores. De una parte, la denuncia del enorme poder del dinero en la contienda para relativizar su valor como paradigma de la democracia; de otra, la queja de que las carreras electorales en EEUU asemejan una competición para ver quien critica más al gigante asiático. Y China, sintiéndose cada vez más fuerte, ahora advierte: seguimos su campaña y tomamos nota. No obstante, la sangre nunca llega al río.

Donald Trump, por ejemplo, viene centrando sus alusiones a China en el ámbito económico, denunciando temas supermanidos como la propiedad intelectual o la manipulación de la moneda. En Beijing se resalta el carácter impredecible del candidato republicano pero consideran que, hasta cierto punto, puede ser manejable. Caso de triunfar, necesitará tiempo para hacerse dueño de la situación, un periodo de relativo vacío que China puede aprovechar en algún terreno.

El discurso de Hillary Clinton en relación a China provoca recelos y va mucho más allá de la economía. Las severas críticas en torno a los derechos humanos o reclamando libertad en la Red así como su papel en la definición de la estrategia de Pivot to Asia que Beijing responsabiliza de dañar los lazos con los estados vecinos, introducen el calificativo propio de quien se reconoce habitualmente como un político abiertamente contrario a sus intereses. En algún momento sugirió incluso el apoyo de EEUU a una hipotética “revolución de color” en China, provocando la consiguiente hilaridad. Y fue H. Clinton quien reivindicó con rotundidad ante Beijing la condición “vital” del Mar de China meridional para los intereses nacionales de EEUU.

La crítica de Trump, no respaldada por unos antecedentes como los de la candidata demócrata en virtud de su experiencia y gestión, poco ha destacado en el orden estratégico. Bien es verdad que provocó algún desconcierto su comentario de que Japón y Corea del Sur deben pagar por su defensa, demasiado cara para EEUU, insinuando que podría llegar a cerrar sus bases. Esto generó preocupación en la región ante el temor de que suponga, entre otros, una invitación a China para atacar Taiwan, un escenario a día de hoy remoto si bien cabe reconocer que las tensiones a través del Estrecho experimentan una tendencia ascendente que puede conducir a un callejón sin salida. Además, Trump, por otra parte, reclama mayor presupuesto para garantizar la presencia militar allí donde se necesite. Su retórica en este aspecto es implacable siempre con la política exterior de Obama.

El resultado del 8 de noviembre, a Beijing no le es indiferente. El temor a que una presidencia Clinton agrave las tensiones bilaterales e incluso conduzca a un mayor enfrentamiento en áreas de conflicto como los mares de China, puede inclinar la balanza de las preferencias hacia Trump. No está claro que esa ecuación opere de igual manera entre la opinión pública china. Pero gane quien gane, el reto de trazar una relación de nuevo tipo entre grandes potencias -del que poco se ha hablado en la campaña- que evite la Trampa de Tucídides, se antoja urgente para ambos países.