China ante la amenaza nuclear en la región de Asia oriental Xulio Ríos es director del Observatorio de la Política China

In Estudios, Política exterior by Xulio Ríos

La gravedad del contencioso en la península coreana marcó, de principio a fin, todo el ejercicio 2017. El secretario general de la ONU, António Guterres, no dudó en calificar la situación como la más peligrosa del planeta, poniendo en guardia contra los riesgos de las retóricas agresivas e instando a mantener abiertos los canales de comunicación para evitar una escalada fatal. Hete aquí, sin embargo, que casi inesperadamente, de un día para otro, ambas Coreas anunciaron su participación conjunta y bajo una misma bandera en los Juegos Olímpicos de Invierno de  PyeongChang (Corea del Sur) y la situación experimentó un vuelco positivo aunque persiste el desafío de mantener dicha tendencia. Los Juegos Olímpicos significaron una contribución muy destacada al diálogo entre Seúl y Pyongyang. Al evento deportivo asistió una delegación multitudinaria de Corea del Norte encabezada por la hermana del líder del país, Kim Yo-jong. Si bien no ocupa oficialmente ningún cargo importante, se considera una de las figuras políticas más relevantes de la clase dirigente norcoreana. ¿Será que si los dejamos, los mismos coreanos desactivan las amenazas?

La evolución del conflicto en el pasado ejercicio podríamos resumirla encadenando el giro chino a favor de un mayor acompañamiento de las sanciones adoptadas por el Consejo de Seguridad de la ONU, la apuesta por una mayor coordinación sino-estadounidense en aras de cogestionar una hipotética crisis, la persistencia norcoreana en su desafío, y la esperanza de consolidar una suspensión compartida de las medidas de signo militar con los auspicios de la recién estrenada presidencia surcoreana de Moon Jae-in.

China secunda más activamente las resoluciones del Consejo de Seguridad

El 18 de febrero, China anunció la suspensión de sus compras de carbón a Corea del Norte durante todo el año 2017. La medida supuso un duro golpe para Pyongyang, tanto en el plano político como económico. Cabe recordar que cerca del 90 por ciento de su comercio exterior se realiza con China y el carbón supone el 40 por ciento de dicho intercambio. El anuncio se interpretó como un paso decisivo para disipar las dudas a propósito de su hipotética ambigüedad, reflejo tanto de su cercanía –y no solo geográfica- con Corea del Norte como de su falta de convicción a la hora de impulsar las sanciones como un instrumento eficaz para desactivar la crisis.

Fuentes de la inteligencia estadounidense habían indicado que a pesar de las resoluciones de Naciones Unidas imponiendo sanciones a Corea del Norte tras las dos explosiones nucleares y los ensayos balísticos de 2016, las importaciones chinas de carbón habían aumentado un 12,4 por ciento de media en dicho año. Beijing no refutó las cifras pero las justificó con el argumento de que sus compras obedecen a razones estrictamente humanitarias.  Por cierto que la suspensión de las compras de carbón benefició de modo directo al carbón estadounidense, al que aumentó las compras.

Donald Trump también criticó a China por haber vendido petróleo de forma ilegal a Corea del Norte incumpliendo las sanciones de la ONU pero esta vez erró el tiro. El presidente estadounidense afirmó sin rubor que tenía pruebas de haberlos pillado con las manos en la masa, pero China lo negó tajantemente. Trump se hacía eco de las acusaciones del embajador de EEUU en la ONU, Nikki Haley, quien exhortó a China a cesar sus exportaciones de petróleo a Pyongyang. China aseguró haber aplicado a rajatabla las resoluciones del Consejo de Seguridad, asumiendo al completo sus responsabilidades internacionales. Para la estrategia de ahogamiento de Washington, la suspensión del comercio petrolero es un asunto clave dado que el 100 por 100 del carburante de vehículos, camiones y aviones norcoreanos (como el 100 por cien de las facilidades bancarias) procede de Beijing. Fuentes surcoreanas, sin embargo, aclararon que fue una firma taiwanesa quien fletó una embarcación registrada en Hong Kong para transferir secretamente petróleo a Corea del Norte. El dueño de la empresa operativa, registrada en las Islas Marshall, era un taiwanés. En este caso, Taiwán no es China. La operación se habría llevado a cabo en numerosas ocasiones.

Cada ejercicio, China suministra a Corea del Norte unas 700.000 toneladas de petróleo y productos derivados. Aun suspendiendo este suministro, Pyongyang tendría margen de maniobra con sus stocks de seguridad que le permitirían subsistir otros doce meses. Rusia le suministra unas 4.300 toneladas/año.

El anuncio chino del 18 de febrero marcó un punto de inflexión al trasladar una advertencia clara a Pyongyang y explicitar la buena voluntad en dirección a EEUU. Esa tónica marcó en gran medida la orientación de la posición china todo 2017, desandando aquella proximidad hacia su aliado para evolucionar hacia una posición no necesariamente pro-estadounidense pero aspirando a confirmarse como la potencia moderadora por excelencia. Tampoco se debe pasar por alto que la medida se enmarca en un contexto en el que China aspira a reducir su consumo de carbón como parte de su plan para reducir la contaminación. Aun así, debe quedar claro que la decisión no responde a intención alguna de precipitar o ser partícipe de una alianza para propiciar la caída del régimen  norcoreano.

En el giro chino podría haber influido igualmente su incomodo por el asesinato en Malasia del hermanastro de Kim Jong-un, que todos sospechan fue perpetrado a instancias de Pyongyang, lo que supondría un retorno a unos viejos métodos que agravan la pésima imagen internacional del régimen. Según los servicios secretos surcoreanos, Kim Jung-nam era el candidato preferido de Beijing a la sucesión de Kim Jong-un en caso de crisis grave. Había quedado fuera de la línea sucesoria en los años setenta, cuando su padre Kim Jong-il se separó de su madre.

El otro frente de preocupación para China es el futuro del THAAD (Terminal High Altitude Area Defense), un amplio dispositivo que EEUU instala en Corea del Sur y que Beijing (y también Moscú) considera una amenaza de primer orden a su seguridad. Con su gesto de distanciamiento con respecto a Pyongyang, China quiere convencer también a EEUU de sus buenas intenciones para facilitar la reanudación de las negociaciones. Aceptando la medida de presión sobre su aliado espera una contrapartida de Washington, ya sea en relación a Corea del Norte o, muy especialmente, de Corea del Sur para reconsiderar la implementación del THAAD.

En la cumbre de seguridad de Múnich de 2017, el ministro de asuntos exteriores Wang Yi prometió que China respetaría todas y cada una de las resoluciones del Consejo de Seguridad pero advirtiendo del círculo vicioso que supone la espiral de sanciones y represalias como respuesta a las pruebas norcoreanas, una dinámica que hace difícil cualquier negociación. Beijing insiste en la recuperación del diálogo hexagonal (las dos Coreas, EEUU, Rusia, Japón y China) aunque la intransigencia de Washington no parece fácil de vencer ante las constantes y desagradables sorpresas dispensadas por el líder norcoreano. El diálogo hexagonal permanece suspendido desde 2009.

En este contexto, la vieja alianza China-Corea del Norte muestra importantes complicaciones. Con su política de secundar las sanciones del Consejo de Seguridad, China no pretende dañar la estabilidad de la península –que sigue siendo una de sus líneas rojas- ni poner en peligro irreversible el régimen “amigo”; por el contrario, al tiempo de secundarlas a regañadientes, reclama menos endurecimiento y más negociación. Para ello necesita que Seúl no se pliegue con total entrega a la posición de Washington tanto en relación al Norte como en cuanto atañe a la instalación del sistema antimisiles.

Pese a todo, China tiene sobre sus hombros una relación de 70 años marcada por la geografía y la solidaridad ideológica. Lo que China desea es una península estable, no reunificada y sin armas nucleares, por este orden. Las esperanzas de una evolución económica que imite su propia transformación desde finales de los años setenta no parecen tener mucho fundamento. Las purgas operadas por Kim Jong-un que se iniciaron con la ejecución de su tío Jang Song-thaek y el jefe del ejército Ri Yong Ho tenían por objetivo cortar de raíz esa expectativa.

Xi se resistió a recibir a Kim Jong-un desde su llegada al poder pero le pone no menos nervioso la estrategia de tambores de guerra a golpe de twit de Donald Trump. Las condenas de los gestos belicistas de unos y otros opacan su aspiración de afirmarse como un poder razonable y moderador, capaz de imponer la paz china en la región.

Aunque las secunde, las discrepancias a propósito de las sanciones son de fondo. China cree que no debilitan al régimen sino que lo refuerzan. Pueden imponer a la sociedad norcoreana importantes restricciones y sacrificios pero no por eso los programas militares serán desactivados; por el contrario, reafirman la idea de que solo contando con capacidades nucleares y balísticas de alcance podrá garantizar la supervivencia del régimen.

Sin diálogo, las presiones serán inútiles, dice China. Y si las sanciones fracasan no será porque ella no se implica en su implementación efectiva sino porque se han convertido en un fin en sí mismo y no en un instrumento para influir positivamente en el curso de los acontecimientos. Mejor estrategia sería convencer a Corea del Norte de que nadie quiere cambiar su régimen, palabras que deberían ir secundadas de una moratoria en los despliegues militares en la zona. Por eso, la clave última del problema pasa por EEUU, más que por China, aunque esta debe desempeñar un papel facilitador y moderador singularmente activo.

China puede haber perdido influencia en Corea del Norte. Dispone de la palanca comercial, cierto, y el tráfico de mercancías fluye a través de la frontera pero también le pesan los riesgos humanitarios, que cada vez se toman más en serio. Esas variables señalan factores que harían posible una pronta recuperación de los lazos. Xi parece confiar más en el papel del presidente surcoreano Moon que podría poner coto a los lobbies pro-EEUU y ligados al complejo militar-industrial que en Seúl ven cualquier manifestación de flexibilidad como una capitulación ante Corea del Norte.

Una mayor coordinación sino-estadounidense

Tras el viaje en abril del presidente chino Xi Jinping a Florida para encontrarse con el presidente Donald Trump, ambas partes reiteraron sus diferencias en torno al dilema nuclear norcoreano. Con posterioridad, ambos líderes mantendrían diversas conversaciones telefónicas en relación a este mismo litigio, contactos marcados por la imperiosa necesidad de evitar una escalada. Beijing, como Moscú, es acusado por Trump de ambigüedad por secundar las sanciones pero atemperando sus efectos al dejar la puerta abierta al diálogo. EEUU, por el contrario, alega Trump, no se anda con medias tintas ni rodeos a la hora de reclamar el total desmantelamiento de las instalaciones nucleares y balísticas norcoreanas.

El intercambio de exabruptos entre el presidente Trump y el líder norcoreano Kim Jong-un, en una escalada verbal sin precedentes por su vulgaridad e intensidad, echaba gasolina sobre un conflicto que en cualquier momento podría desbordarse. Pese a que todos los actores en la zona descartan para sus adentros el enfrentamiento militar como solución, la dinámica en curso, abundante en situaciones imprevisibles, elevaba el riesgo de precipitación de escenarios incontrolables.

Trump llegó a anunciar que resolvería la cuestión norcoreana por su cuenta si Beijing rechazaba implicarse más, un anuncio que agravó las diferencias de posición entre ambas capitales. El presidente estadounidense lanzó entonces un farol, el envío de un grupo aeronaval a aguas coreanas cuando en realidad se dirigía hacia Australia (la cadena NBC llegó a anunciar la preparación de un ataque preventivo), acentuando el temor de una respuesta militar unilateral de EEUU.

Los expertos coinciden en que no se puede llevar a cabo una acción de castigo en Corea del Norte similar a la aplicada en otros escenarios de conflicto (Siria, por ejemplo, por el propio Trump a las pocas semanas de instalarse en la presidencia). Beijing acusa a EEUU de elevar la agresividad y poner en peligro la paz en una tensión de la que nadie puede salir vencedor. Las subidas de tono a un lado van acompañadas de demostraciones de fuerza al otro, desde un amplio desfile militar para conmemorar un aniversario a un ensayo balístico de un misil portador para dejar claro que la hipótesis de un amilanamiento carece de fundamento.

En EEUU, mientras los moderados critican la rigidez, la improvisación y el vandalismo diplomático de Trump, los partidarios de la firmeza prefieren especular con la utilidad de la cooperación china. La impaciencia y las promesas de actuar solo en un escenario donde Beijing no puede permitirse una crisis de grandes proporciones, aumentan la presión agrietando la alianza de China y Corea del Norte. Medios chinos sugieren entonces que si Corea del Norte realiza un nuevo ensayo nuclear, China debería apoyar una ruptura del suministro de petróleo y nuevas sanciones de la ONU.

Cuando el vicepresidente Mike Pence dijo que EEUU había llegado al final de su paciencia estratégica, Beijing respondía que por su parte no la perdería y que sus objetivos eran claros. China podría implicarse más en las sanciones pero no dejaría caer el régimen de Kim ni daría su visto bueno a una acción militar contra Pyongyang. Solo una voluntad real de EEUU de negociar podría desbloquear la situación.

Con la aceleración de los programas nucleares y balísticos de Corea del Norte, las tensiones llegaron a un nivel que no se conocía desde 1953, la mayor desde 2012 cuando el actual Kim llegó al poder. Para EEUU es un problema mayor aceptar que los progresos militares norcoreanos puedan poner a su alcance el territorio americano que podría ser alcanzado por un bombardeo nuclear de Corea del Norte. Pero si el objetivo de EEUU es la reunificación de la península bajo un régimen democrático, Pyongyang no renunciará a su arsenal en la medida en que es su última garantía de supervivencia y solidifica el rechazo a ataques preventivos o a una solución militar que podría tener efectos desastrosos.

No falta quien atribuya a Trump una entera responsabilidad en el agravamiento de la situación por sus incoherencias y su desaprensiva diplomacia. El presidente estadounidense aseguraba que Xi estaba de acuerdo con él al 100 por 100 en la desnuclearización de la península, atrayéndole con sus bravatas a su dinámica de sanciones y amenazas, pero al insistir en que si bien la intervención no era la primera opción ya se verá, China se alejaba de los arriesgados planteamientos de Trump a gran velocidad.

Una de las amenazas de Trump fue que EEUU podría cesar toda relación comercial con los países que mantienen negocios con Corea del Norte. Pero si analizamos el comercio exterior, resulta que China acapara casi el 90 por ciento y de ella provienen más del 20 por ciento de las importaciones estadounidenses, su principal socio comercial. El otro socio importante es India, un 3,3 por ciento, que es el 9º socio comercial de EEUU. Los otros países son Rusia, Tailandia, Filipinas, México, a quienes Corea del Norte compra, respectivamente, un 2,3, 2,1, 1,5 y 1,3 por ciento de los productos que importa. Por lo tanto, esa medida no tendría buenas consecuencias para Washington. Todo lo contrario. Así que EEUU puede presionar a China pero no a cualquier precio y sin costes. Se ha utilizado el tema de Taiwán como posible contrapartida. En Taipéi hay temor a que la Casa Blanca les convierta en moneda de cambio y no se lo pondría fácil.

A fin de intentar poner algo de racionalidad y controlar mejor la situación, a finales de noviembre, por primera vez, las autoridades militares chinas aceptaron ir de la mano con su contraparte estadounidense para avanzar en la cogestión de una hipotética crisis. Los encuentros a este nivel siempre han sido muy diplomáticos, es decir, muy determinados oficialmente en todos sus detalles y con poco margen para la improvisación. La decisión china fue fruto de la inquietud creciente ante la hipótesis de estallido de un conflicto abierto, lo que deviene necesaria una mejor coordinación entre los respectivos ejércitos. El desencadenante inmediato fue el lanzamiento del Hwasong 15 por parte de Corea del Norte, un misil intercontinental con el que sería capaz de alcanzar cualquier punto de la costa este de EEUU, incluyendo Washington. Las autoridades japonesas aseguraron que el lanzamiento fue técnicamente un fracaso.

Xi habló por teléfono con Trump y avanzó esa voluntad de acometer una planificación conjunta destinada a reaccionar de manera coordinada ante una crisis grave, lo cual no quiere decir que China se aparte de su preferencia por una solución negociada ni que EEUU abandone su rechazo a esa alternativa basada en la moratoria simultánea. China, en suma, preocupada por el riesgo de una evolución incontrolada de la situación, acepta la necesidad de instar una coordinación militar con el Pentágono.

En el Ejército Popular de Liberación (EPL) se han venido produciendo en los últimos tiempos algunos gestos para reducir esa desconfianza estratégica que tan bien resume la Estrategia Nacional de Seguridad del Pentágono. El General Dunford, presidente del Comité de Jefes de Estado Mayor de EEUU, de visita en China en agosto, por ejemplo, fue invitado a presenciar un ejercicio militar del EPL en Liaoning, una de las provincias con frontera común con Corea del Norte y en la que China teme un aluvión de refugiados en caso de conflicto.

La reunión para abordar la situación en la península coreana se llevó a cabo en EEUU. La delegación china fue encabezada por el general Shao Yuanming, nº 2 del Estado Mayor General. Su interlocutor fue el Lugarteniente General Richard Clarke. Ambas partes constataron la preocupación por la prevención de errores de apreciación y la necesidad de reducir los riesgos de malentendidos. Un capítulo importante para ambos es el control de manera efectiva de las instalaciones nucleares norcoreanas situadas a menos de 100 km de la frontera china en caso de una crisis grave.

La co-gestión de la crisis y el reforzamiento de la confianza son las claves de la iniciativa, si bien en un contexto de inmovilismo en las posiciones de partida. Es más, en la Estrategia Nacional de Seguridad dada a conocer por la Administración Trump en diciembre, se explicita la enorme distancia que separan a EEUU y China en los diferendos de Taiwán o de los mares de China, señalando a Beijing, al igual que a Moscú, como uno de los grandes rivales estratégicos a futuro.

El avance en dirección a EEUU abre nuevas divergencias entre Pyongyang y Beijing. Algunas voces en el mundo académico chino apelan entonces a un cambio radical de la posición estratégica en relación a Corea del Norte, pero es poco probable ante el impacto que esto tendría en los equilibrios en la región.

Corea del Norte persiste en su desafío

Unos días antes de que el ministro de exteriores Wang Yi formulara las propuestas chinas a favor de la negociación, Corea del Norte lanzaba cuatro nuevos misiles hacia el Mar Amarillo en la Zona Económica Exclusiva japonesa. Dicha acción era continuación del ensayo balístico del 12 de febrero llevado a cabo durante la visita del primer ministro Shinzo Abe a EEUU. Fue el primer test de misiles de Corea del Norte tras la investidura del presidente Donald Trump. A un ritmo más rápido de lo habitual, eran continuidad igualmente de diversos ensayos balísticos y nucleares llevados a cabo a lo largo de 2016 en clara vulneración de las resoluciones de Naciones Unidas.

Estas acciones (lanzamiento de misiles desde submarinos, ensayos balísticos, test nucleares, etc.) son calificadas de provocaciones en toda regla por parte de todos los demás implicados en el contencioso. Pero el mensaje de Kim Jong-un es inequívoco: trata de que nadie olvide su capacidad estratégica para mantener a buen recaudo cualquier hipotética voluntad de injerencia en sus asuntos internos amenazando con dispensar consecuencias expeditivas; o, dicho de otra forma, la reivindicación de un acuerdo de paz con EEUU que selle el reconocimiento y la seguridad del régimen.

El proceder de Corea del Norte no hace sino crear dificultades importantes a la propuesta china a favor del diálogo y, por añadidura, brinda argumentos de peso a EEUU para justificar el despliegue en Corea del Sur de su sistema THAAD, al que China se opone firmemente. EEUU empezó la instalación de este dispositivo en los primeros días de marzo de 2017 y el presidente surcoreano, interino e inmerso en una grave crisis política interna, justificaba la medida precisamente por la seriedad de la amenaza de Corea del Norte. El propio Pentágono expresaba su preocupación por la seguridad de sus bases en Japón donde tiene estacionados a 50.000 efectivos y los pescadores de la prefectura de Akita su inquietud por los disparos norcoreanos que cayeron en aguas donde faenan.

Entre 2012 y 2016, la lista de transgresiones, además de grande, no tiene parangón: 3 ensayos nucleares en 2013, 2016 y 84 ensayos balísticos desde 2012 en solo 6 años, contra 14 en 33 años por los 2 primeros Kim. A ello debemos añadir la amenaza en 2013 de romper el armisticio y relanzar la guerra de Corea.

Corea del Norte tiene la evolución de toda Asia oriental secuestrada por sus programas militares. Parece creíble que el régimen no tomará la iniciativa de un ataque a no ser que se sienta directamente amenazado. Ahora bien, el aumento de la agresividad y la multiplicación de las intimidaciones reciprocas, con la falta de comunicación, puede llevar a una situación crítica aunque ninguna de las partes crea que puede llegar ni lo desee. Así se evidenció en las primeras semanas de 2018 cuando en Hawái se emitió una falsa alarma de ataque nuclear procedente de Pyongyang.

En su gira por Asia a primeros de noviembre de 2017, Trump dijo en Seúl que podría abrirse al diálogo si Corea del Norte abandonaba su programa nuclear, lo cual no es verosímil pues este debería ser el resultado del diálogo. Ante la falta de receptividad, EEUU reponía a Pyongyang en la lista de estados que patrocinan el terrorismo. Bush incluyó a Corea del Norte en el eje del mal en 2002.

Si fuera EEUU quien cesara en su política de hostilidad y sus amenazas, ¿podría reconducirse la situación? Sin duda, es posible que Corea del Norte lo presentara como un triunfo. El ex secretario de Estado Tillerson dijo en diciembre que EEUU podría aceptar negociar con Corea del Norte sin condiciones previas, abriendo el melón de las divergencias con el presidente. Desde el Pentágono y la Casa Blanca se asegura que la posición no cambió y que Corea del Norte sigue siendo una amenaza.

Cuando en verano Pyongyang anunció el aplazamiento de su propósito de disparar misiles hacia las proximidades de la isla de Guam pareciera que, a diferencia de anteriores ocasiones, cierta esperanza de calma podía otearse en ese convulso horizonte jalonado igualmente por las expectativas de Seúl, cuyo nuevo gobierno también ansiaba imprimir otro rumbo al problema de la desnuclearización de la península, incluyendo el tratamiento del futuro del sistema estadounidense de defensa antimisiles instalado en su territorio y que tanto preocupa en Beijing y Moscú. Pero la negativa a aplazar siquiera la realización de nuevas maniobras militares por parte de las fuerzas conjuntas coreanas y estadounidenses, las Ulchi Freedom Guardian que finalizaron el 31 de agosto, nos devolvía a la cruda realidad, culminada a seguir por una nueva prueba nuclear, la única respuesta que parece interesar a Kim Jong-un.

La organización del ejercicio, criticado por Beijing, fue uno de los principales temas de discusión con motivo de la visita a China del general Joseph Dunford, presidente del Comité de Jefes de Estado Mayor de Estados Unidos, en una gira que también lo llevó a Tokio y Seúl. Quienes creen en la utilidad disuasoria de estas maniobras reiteran su intención escrupulosamente defensiva y de respuesta a las preocupaciones de seguridad que suscita Pyongyang entre sus aliados, pero lo cierto es que el balance final deja el listón cada vez más alto en una dinámica que no desarma el contencioso sino que, por el contrario, tiende a agravarlo.

EEUU dice que las presiones son imprescindibles, Rusia y China que sirven de bien poco. Difieren además sobre las eventuales consecuencias de los embargos sobre la estabilidad del régimen y sobre la situación estratégica de la península a futuro. EEUU dice que no quiere acabar con el régimen y que incluso en supuesto de un desplome accidental, las fuerzas estadounidenses sitas en el sur no se instalarían en el norte y que EEUU no buscaría acelerar la reunificación entre las dos coreas. Nadie se fía.

Así las cosas, EEUU rechaza examinar en profundidad la propuesta de China de suspender los numerosos ejercicios militares de la alianza conjunta con Japón, Australia, a veces Canadá y países de la OTAN que se desarrollan a un ritmo cada vez mayor, acompañando los desafíos norcoreanos. El último del año, en diciembre, el ejercicio Vigilant Ace con 12.000 efectivos y un gran despliegue de medios.

La doble suspensión

En las sesiones anuales de la Asamblea Popular Nacional china, celebradas en el mes de marzo, el ministro de exteriores Wang Yi reivindicó a China como único mediador con credibilidad para desactivar la crisis. Wang propuso que cada parte hiciera un gesto de conciliación, preludio indispensable para crear una atmosfera idónea a fin de retomar el dialogo hexagonal interrumpido en 2009. Corea del Norte cesaría sus violaciones de las resoluciones del Consejo de Seguridad mientras que EEUU y Corea del Sur renunciarían a los enormes ejercicios militares programados para llevar a cabo en la península y que el régimen norcoreano define como provocaciones inaceptables. Wang tanto criticó las iniciativas desestabilizadoras norcoreanas como la inflexibilidad de EEUU a la hora de posponer los ejercicios militares o el despliegue del sistema THAAD. En paralelo, el representante norcoreano en la ONU, Ja Song-nam, denunciaba el ejercicio conjunto Fol Eagle, de una envergadura desmedida e injustificada, dijo, una observación que Beijing también secunda.

Para trascender el diálogo de sordos, la estrategia china pasa inicialmente por contener a EEUU y Corea del Norte, proponer a ambos medidas para reducir la velocidad en la trayectoria de colisión y presentarse como mediador en busca de la paz desactivando las ínfulas guerreras y revitalizando la posibilidad de reanudar las negociaciones. Pero EEUU considera que los ejercicios militares y el propio THAAD son la respuesta inevitable a una amenaza militar directa y rotunda. La actitud de EEUU pasa por revalidar sus alianzas con Seúl y Tokio y por convencer a China de que sus acciones no están dirigidas contra ella en ningún caso.

Un efecto de estas tensiones fue el empeoramiento de las relaciones entre Beijing y Seúl. Y no solo en el plano político y entre los gobiernos respectivos. La decisión del conglomerado surcoreano Lotte de facilitar un terreno al proyecto THAAD cosechó represalias por parte de China. Más de 20 filiales del grupo coreano fueron cerradas mientras que la opinión pública disparaba la reacción contra una marca que dispone en China de más de un centenar de almacenes y proporciona empleo a más de 100.000 personas.

China envió a Seúl a Wu Dawei, ex embajador en Japón y en Corea del Sur y presidente del diálogo hexagonal entre 2005 y 2007, con el propósito de fomentar su autonomía respecto a la estrategia de EEUU, eludiendo las provocaciones y paralizando el THAAD. En Corea del Norte, Wu no fue recibido.

La idea china es que una coalición de sus respectivas influencias conduzca a la calma y apacigüe las tensiones poniendo el acento en las relaciones comerciales. Beijing ve en la actitud de EEUU un propósito desestabilizador. La elevación de las tiranteces podría acabar reproduciendo el mismo caos ya inducido en otras zonas del planeta. Apear a Seúl de dicho proceso le resta viabilidad.

A mediados de diciembre, el presidente Moon Jae-in visitó oficialmente China con ocasión del 25 aniversario del establecimiento de relaciones diplomáticas. Xi quiso abordar con él la reparación de los daños causados en las relaciones por la instalación del sistema THAAD y también para recuperar iniciativa e influencia en el problema norcoreano. El acercamiento de China al primer aliado militar de EEUU en la zona es más sobresaliente en la medida en que las distancias crecen con Corea del Norte, a quien sigue formalmente obligada a prestar auxilio militar en función del tratado firmado en 1961.

Los avances logrados en dicha visita, especialmente en la defensa de la prevalencia del diálogo para lograr la desnuclearización, acompañados de la mejora de la cooperación bilateral, abrieron esperanzas de otro rumbo para la seguridad de la península coreana.

El presidente surcoreano Moon Jae-in logró retrasar los ejercicios militares conjuntos de primavera a después del 18 de marzo, cuando ya finalizarían los JJOO de invierno. Fue una pequeña victoria también para China y su moratoria si bien mantenerla sin más sería improbable. En el contexto de los juegos, Kim invitó a Moon a viajar al norte para mantener conversaciones. Moon aceptó. Desde 2007 no se había celebrado ningún encuentro entre los líderes de los dos estados coreanos. Pyongyang ya dejó claro que la reanudación de los ejercicios militares arruinaría la atmosfera de reconciliación.

China y el agridulce giro coreano

El giro registrado en la cuestión coreana con el anuncio de la cumbre Moon-Kim pilló a China con el paso cambiado. De una parte, sin duda, podía y debía estar satisfecha. Beijing siempre abogó por el diálogo directo entre las partes principales del contencioso y en esta ocasión, de facto, podrá llevarse a cabo en la medida en que se respete el principio de la doble suspensión sugerido por la diplomacia china, es decir, tanto de los ejercicios militares auspiciados por EEUU como de las pruebas armamentísticas promovidas por Corea del Norte.

No obstante, China dejó entrever su preocupación. Y no solo por la posibilidad de consolidar este nuevo rumbo evitando que ningún hecho circunstancial impida los avances y la distensión actual  sino por temor a quedarse fuera de juego. En efecto, Kim Jong-un se reuniría con los presidentes surcoreano Moon e incluso con el estadounidense Donald Trump, pero no estaba previsto con Xi Jinping.

En el lustro transcurrido, Xi se había mostrado reacio a mantener cualquier encuentro con su homólogo norcoreano. Es más, indirecta y públicamente le había atribuido la condición de desestabilizador de Asia oriental al priorizar sus intereses nacionales en detrimento de las demás partes afectadas, incluida China. Cuando el enviado de Xi, Song Tao, visitó Pyongyang, Kim se negó a recibirle. El líder norcoreano reprochó a China un seguidismo activo que se manifestaría en la aplicación de las sanciones adoptadas por el Consejo de Seguridad sacrificando su relación histórica con Pyongyang en aras de congraciarse con EEUU.

Así las cosas, la fórmula del diálogo hexagonal (las dos Coreas, Rusia, China, EEUU y Japón), otra de las piezas clave de la estrategia diplomática china en relación a la península coreana, bien pudiera pasar a mejor vida. El diálogo trilateral (las dos Coreas y EEUU) alejaría a China del corazón del problema. Si Pyongyang y EEUU alcanzan acuerdos sustanciales –lo cual es posible-, ese giro dejaría en muy mala posición a Xi. Unos hipotéticos acuerdos comerciales e inversores de Washington y Seúl con Pyongyang agrandarían la brecha entre Corea del Norte y China. Aunque Beijing  dispone de una importante influencia económica en el país no sería suficiente para allanar el camino para recuperar posiciones si el entendimiento trilateral se afianza a sus expensas.

Por el contrario, el nuevo escenario abre la posibilidad de una mejora sustancial de las relaciones de China con Corea del Sur, especialmente si el presidente Moon consigue deshacerse de la instalación del sistema THAAD, una demanda irrenunciable para China. ¿Podría EEUU renunciar a él si Corea del Norte hace concesiones significativas en su programa nuclear?

En este contexto, la cumbre Xi-Kim en Beijing en marzo de 2018 –seguida por otra en mayo en Dalian- fue una jugada maestra de la diplomacia china. Aunque también un gran triunfo para Kim Jong-un, porque obligó al “timonel extraordinario” a cambiar de rumbo de modo abrupto. Días atrás, el 20 de marzo, el Global Times ya recordaba la importancia de la alianza Beijing-Pyongyang y enfatizaba en su editorial lo difícil y peligroso que sería para Corea del Norte lidiar sola con Seúl, Washington y Tokio. Una semana más tarde, Kim iniciaba su visita a China, su primera salida al exterior desde 2011, cuando asumió funciones, indicando a todos que su relación con Beijing es un valor seguro ante la hipótesis de un nuevo fracaso de las negociaciones. Atrás quedaban otros improperios en los que el propio Presidente chino calificaba las “provocaciones militares” de Kim Jong-un como una “amenaza para la seguridad de China”.

Dos circunstancias pueden haber influido en este brusco giro. De una parte, el temor de China a quedarse fuera de juego en la nueva fase del proceso negociador abierto por el anuncio de las cumbres de Pyongyang con Seúl y Washington. De otra, la necesidad de enviar un doble mensaje a EEUU. El primero tiene que ver directamente con el contencioso: no se puede prescindir de China en cualquier negociación que afecte a la península; el segundo va más allá, y es inseparable del nuevo rumbo de las tensiones sino-estadounidenses (guerra comercial, Acta de Viajes a Taiwán, mayor implicación militar del Pentágono en el Mar de China meridional), con el propósito de atemperar las presiones de un Donald Trump que siempre ha insistido en que China “puede hacer más” por la desnuclearización de la península coreana. Quizá este giro ayude en los demás contenciosos de la agenda bilateral.

El contragolpe de Xi cerró el capítulo de las tensiones entre ambos líderes, partidos y países iniciado en 2013. En el comunicado oficial de la reunión no se mencionan las sanciones de Naciones Unidas, a las que China se sumó en los últimos tiempos a despecho de la irritación norcoreana. Es seguro que la ayuda económica de Beijing se reactivará más pronto que tarde.

El tercer Kim, halagado con una visita no oficial pero con honores prácticamente de jefe de Estado, vio colmada su ambición al ser invitado a Beijing por Xi. Ambos debieron reconocer que están abocados al entendimiento y la cooperación. En presencia de altos líderes del PCCh y del Estado (incluido el flamante vicepresidente Wang Qishan), Xi alabó a Kim y este aclaró que quiso felicitarlo personalmente por sus recientes nombramientos apelando a la camaradería que les une.

Las propuestas de Xi abundaron en la normalización de la comunicación entre “camaradas” apelando a la tradicional amistad que une a sus formaciones políticas y estados. Kim dijo esperar reunirse “a menudo” con el secretario general Xi elevando el nivel de los encuentros interpartidarios y oficiales a partir de ahora.

Aunque hubo mención a las conversaciones de paz, no las hubo, al menos directas, al diálogo hexagonal ni a la doble suspensión propuesta por China. El tono, altamente conciliador, se completó con el muy relevante compromiso con el desarme nuclear de la península, que Kim residenció en la voluntad ya mostrada por su padre y abuelo, una afirmación, como poco, controvertida. En cualquier caso, supeditada a “si Corea del Sur y EEUU responden a nuestros esfuerzos con buena voluntad y crean una atmosfera de paz y estabilidad”. Los medios norcoreanos obviaron las alusiones al compromiso con la desnuclearización.

La sensación es que el encuentro llegó con siete años de retraso, aunque todo indica que las relaciones van camino de volver a ser “de uña y carne”.

Conclusiones

En la primera misión oficial desde 2011, la ONU envió a Corea del Norte al estadounidense Jeffrey Feltman, diplomático de carrera, antiguo embajador en Líbano y antiguo asistente de Hillary Clinton, secretario general adjunto para asuntos políticos de la ONU. Feltman mantuvo numerosos contactos en Pyongyang y aseveró en su balance que la sospecha y el miedo en ausencia de comunicación resultan en extremo peligrosos para la paz. La situación interna de Corea del Norte es muy mal conocida, lo que cual añade dificultades interpretativas sólidas respecto a que piensan sus líderes y su población. En su opinión, la solución de seguridad pasa por la disuasión más que por la diplomacia en este momento. Feltman pidió un diálogo directo para poner coto a los malentendidos.

Toda la verborrea desbocada de Donald Trump y Kim Jong-un condujo la situación  en la península coreana a un callejón sin salida. El círculo vicioso de provocaciones-represalias no conduce a parte alguna. El impasse entre EEUU y Corea del Norte alienta el temor de un conflicto de un  enorme poder destructivo. La espiral de sanciones hace tiempo que mostró sus límites por más que se intente una vuelta de tuerca tras otra. Y la hipotética “solución” militar tampoco existe a riesgo de incendiar toda Asia oriental, como poco.

Que los riesgos de guerra nunca fueron tan elevados desde el armisticio lo acreditaron las propias autoridades chinas, poco dadas al alarmismo. En los medios de las provincias limítrofes se publicaban en diciembre páginas enteras con indicaciones a la población en caso de un ataque nuclear.

Un ataque militar contra Pyongyang sería ineficaz y supondría un gran riesgo con una respuesta segura por parte de Corea del Norte. Los norcoreanos no han olvidado que un 20 por ciento de la población fue asesinada por los bombarderos estadounidenses durante la guerra de los años cincuenta. La mitología norcoreana recuerda que el imperialismo estadounidense fue derrotado, aunque con la ayuda de los 2,9 millones de soldados enviados por Mao.

La hipótesis de aceptar a Corea del Norte como un estado nuclear más no figura en la agenda. Para China, una Corea del Norte nuclear aumentaría la presencia estadounidense en la región de Asia oriental, algo que no desea, y plantearía el desafío añadido de las aspiraciones nucleares de Japón o de Corea del Sur. Pyongyang estaría así al lado de India o Pakistán, a los que habría que añadir Israel.

¿Que pretende Corea del Norte con el arma nuclear? Proteger su régimen, no reunificar la península por la fuerza. La insistencia en la cuestión nuclear deja en segundo plano la denuncia de las sombras del régimen y se muestra incapaz de abrir fisuras en una población que secunda a su gobierno frente a la amenaza exterior. A la vista de lo ocurrido en Irak o Libia, Pyongyang no renunciará sin garantías a lo que han conseguido. Y si no hay solución militar, no queda otra alternativa que negociar.  China, como Rusia, se opone a la nuclearización de Corea del Norte pero siempre han optado por una solución negociada de la crisis. El diálogo reanudado con Seúl en abril de 2018 y el que está por venir con Washington mantienen la esperanza de una solución negociada para alcanzar la plena pacificación de la región.

Xulio Ríos es director del Observatorio de la Política China

 

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