Desde los primeros indicios de la intención de China de poner en marcha su proyecto de la Ruta de la Seda (conocido como OBOR-One Belt-One Road-“Silk Road Economic Belt” y “XXI century maritime Silk Road”), son muchos los análisis que se han publicado sobre el alcance, motivaciones e implicaciones de ese proyecto.
No es extraño el interés que el mismo ha suscitado ya que, en su esencia, está la vocación china de dar respuesta a muchas de sus actuales preocupaciones domésticas y globales. Así, una idónea puesta en marcha de esta iniciativa lograría dar solución a muchas de sus inquietudes. En lo interior, lograría “exportar” su exceso de capacidad productiva, encontraría nuevos mercados y oportunidades para sus empresas de cara a dinamizar su economía y, desde el punto de vista del desarrollo regional, supondría un fuerte impulso a las regiones del centro y oeste del país, las menos desarrolladas económicamente.
Igualmente, en una dimensión externa, el proyecto es de una importancia vital para las actuales ambiciones globales chinas: supondría un mayor dinamismo de la conflictiva zona oeste del país (Xinjiang, especialmente), integrándola económicamente en mayor medida con Asia Central en un intento de que ese mayor desarrollo rebaje las tensiones interétnicas; lograría ampliar la presencia e influencia de China en un largo número de países (especialmente en su entorno más cercano), reforzando su estrategia de una mayor presencia global; y, en una dinámica reforzada por el relativo “aislacionismo comercial e ideológico” actual de EEUU, se percibiría como el país que, en el momento actual, está liderando el esfuerzo por el aperturismo y la interconectividad global.
De alguna forma, la relevancia del proyecto OBOR se encuentra en que el mismo nos muestra, a la vez, tanto las ambiciones y aspiraciones chinas como, junto a ello, las problemáticas actuales del país a las que busca dar respuesta con su puesta en marcha. De ello la importancia de analizar y conocer bien el alcance de esta iniciativa y sus implicaciones.
La centralidad del proyecto para el futuro del país es clara y los propios dirigentes chinos han insistido en ello, identificándolo como la gran apuesta para los próximos años. Pero ello es, sin duda, el aspecto más llamativo de los que suscita el mismo ya que con esta apuesta tan evidente por un proyecto cuya puesta en marcha implica a tantos países, China pone su gran proyecto de futuro en manos de un entorno global que no controla y cuya evolución es cada vez más errática. Ello supone un cambio de orientación completo y muy evidente frente a la concepción histórica en la RPC bajo la cual el país nunca ha dejado que el entono internacional condicionara su modelo ni su futuro. El proyecto OBOR hace que, a partir del mismo, China esté cada vez más condicionada por la evolución del contexto internacional y que, por tanto, deba prestar cada vez mayor atención al mismo.
Es por ello que una gran parte del análisis que se hace del proyecto OBOR venga de la toma en consideración de los “riesgos” del mismo, ya sean estos de tipo financiero (capacidad de movilizar los recursos privados y externos necesarios); geopolíticos (estabilidad o inestabilidad de los países sobre los que se desarrollarán los proyectos); políticos (relación de China con cada uno de esos países y sensibilidad de la población local a una mayor presencia china), etc.
En los últimos años estos riegos ya han estado muy presentes y se ha visto como algunas de las apuestas más representativas del proyecto OBOR se han enfrentado a serios problemas que pueden llegar a cuestionar su rentabilidad o, incluso, su propio desarrollo. Un ejemplo muy significativo es el de la ruta que parte de Xinjiang, por zonas de la Cachemira paquistaní hasta llegar al puerto de Gwadar. La ambición del mismo está muy comprometida ante los evidentes riesgos de su implementación sobre el terreno en zonas con presencia talibán. También en una dimensión más política, recientemente hemos visto otro ejemplo de estos riesgos cuando en Europa Oriental, en la zona en la que más y mejor se han posicionado los intereses chinos (los países de Europa Central y Oriental agrupado en el CEE16), algunos dirigentes de países claves (Polonia) han manifestado sus dudas en relación a la conveniencia de una intensa apuesta por un mayor presencia china en sus países y el desarrollo del proyectos estratégicos (como la terminal de ferrocarriles de Lodz).
En todo caso, la voluntad china de desarrollar un proyecto de un tal alcance puede suponer una buena noticia en un contexto como el actual y es que, para desarrollar con éxito el mismo, es necesario que China muestre su perfil más conciliador. Lo estamos viendo con ejemplos recientes como el caso de Vietnam u otros países del área ASEAN (vitales en el proyecto OBOR), con los que China ha sido capaz de rebajar mucho la tensión. No en vano le va en ello la posibilidad de cumplir con sus objetivos. Un entorno hostil, fruto de una China más asertiva, puede suponer la imposibilidad de desarrollar los proyectos más emblemáticos de la Ruta de la Seda y con ello la inviabilidad de la misma.
En definitiva, el proyecto de la Ruta de la Seda no solo puede suponer un largo listado de proyectos de infraestructuras a lo largo de Asia, África y Europa (como se ha venido resumiendo el mismo) sino que, más aún, puede implicar una necesaria mayor voluntad de entendimiento de China con los países asociados a este proyecto, y una reducción de las tensiones.
La mayor exposición de China a los riesgos globales que le supone la puesta en marcha de esta ambiciosa iniciativa no solo indica un cambio de rumbo en relación a su tradicional baja exposición a nivel internacional sino que, como añadido a ello, puede adelantar una mayor voluntad de cooperación y entendimiento a escala global en la medida en que esta es la condición necesaria e indispensable para que un proyecto de tamaña ambición se haga realidad.